miércoles, 23 de marzo de 2016

LAS COLINAS DE WAD-RAS

23 de marzo de 1860. Valle de Uad-Ras, Marruecos...

Hedía a muerto. 
Todo el valle emanaba el fétido aroma de los cuerpos  descomponiéndose y que cubrían, en montones informes, los barrancos, las cortaduras y las lomas de las crestas que, unas horas antes, habíamos tomado a la bayoneta. 
Tan sanguinarios que los bravos y durísimos combatientes rifeños habían huído espantados.

No sé cómo había logrado salir con vida de toda aquella terrorífica matanza. No lograba explicármelo. Habían caído tantos camaradas, cientos de ellos, decenas que ahora no eran más que carne muerta y sueños perdidos, inmolados al ideal patrio.

Que, oiga, está muy bien eso de morir por España y pelear como los antiguos almogávares como dice el General Prim, pero, una vez que se acaba la vorágine, la sangría y la locura, sigues amando a tu patria igual, pero la sigues amando vivo...

Es contradictorio, ¡ya lo sé!, pero así son las cosas.

Que antes, durante la batalla, un servidor ha gritado: ¡España, Cataluña, mis cojones...! como el que más, pero ahora, en frío, con el pestazo de los muertos que tapizan la tierra hasta donde alcanza la vista, se ahoga un poco tal sentimiento y solo puedo dar gracias a Dios por seguir vivo y entero.

Casi todos los cuerpos son moros... 
A los nuestros, a los que hemos podido, los hemos recogido, sumando así más briega a la briega de la batalla, más cansancio al cansancio y más imágenes truculentas, de cuerpos destrozados, cosidos a bayonetazos o con los cojones cortados y metidos en la boca, que sumar a todas las demás imágenes que ya guardaremos todos nosotros en la memoria para el resto de la vida.

La guerra ya saben. O matas o te matan, no existe ecuación más sencilla ni más terrible.

Una vez aquí, al menos a un servidor le pasa, las palabras rimbombantes y los discursos encendidos ya casi ni le afectan. 
Dan hasta risa a veces, la verdad, ¿a qué engañarse a uno mismo?
La parafernalia, la tramoya y las trompetas se diluyen entre la sangre y las vísceras, con los gritos agónicos de quien se está muriendo, con las voces rotas y doloridas de quien ve acabarse sus días bajo el filo de una gumía o un sable, todo queda convertido en una mezcla de barro, sangre y mierda.

Y sin embargo peleas. 
Es tu vida la que está en juego. Y la del compañero que tienes al lado también, y la de aquellos que están más allá de la formación, y todos juntos peleamos por esas mismas formaciones, protegiéndonos unos a otros, muriendo y matando como lobos sanguinarios, respirando el mismo polvo y bajo la misma bandera.
Bandera que miras de cuando en cuando para comprobar que sigue allí, delante de todos, para cerciorarte de que alguien la mantiene en alto, ondeando y guiándonos en la lucha...
Y te sorprendes a ti mismo queriendo ser el próximo, una vez abatido el abanderado, que esté cerca para sujetar el asta y que no caiga al suelo ensangrentado.

Ya les dije que resulta contradictorio, pero así es.

Como hoy en el puente sobre el río y después en cada colina, en cada barranca, en cada chumbera, en cada piedra y en cada esquina de este valle de Uad Ras convertido en matadero.

Después de haber conquistado Tetuán y de la gran victoria en los Castillejos, los moros cortaron el camino de Tánger convirtiendo el desfiladero de Fonduc, que era de paso obligado, en una fortaleza y cerrando el valle de Uad Ras con miles de cabileños enardecidos y fanatizados por el sagrado mes musulmán.

Aquello no detuvo al General O,Donnell, ni a Prim ni a Ros de Olano... 

Nos enviaron a los Cazadores de Cataluña y de Madrid -¿qué cosas, eh?- a tomar un puentecillo que no era más que cuatro tablas medio podridas que salvaba el río Bu Seja.

No imaginan el ardor que nos empujaba... Asaltamos las trincheras y posiciones enemigas gritando enloquecidos, rompiendo las formaciones al acercarnos al cauce para lanzarnos a matar y matar implacables hasta la crueldad.
Los moros, claro, no eran Hermanitas de la Caridad y tomar el puente nos costó un tercio de camaradas:

- Adeu Jordi, que la Moreneta te ampare...

Como aquel puñado de tablas eran el único vado del río, el enemigo no iba a dejar, por las buenas, que nos quedásemos allí... Así que nos tocó a los Cazadores aguantar la ola inmensa que se abatió contra nosotros y el puentecillo.

No sé cómo lo logramos... Eran tantos... 

Centenares de rifeños que se lanzaban en valerosas oleadas contra las filas en las que se mezclaban nuestras barretinas rojas con los gorros de los del Batallón de Madrid y los turbantes de los rifeños que lamían nuestras filas. 
Igual que el oleaje del mar los rifeños se retiraron ante nuestra resistencia, pero, igual que un espigón resultaba tocado tras la tormenta, los Batallones de Cazadores habíamos quedado reducidos a menos de la mitad de efectivos y los moros, como el reflujo de la ola, se arrojaron, en mayor número y con más ímpetu todavía, contra nosotros.

Los oficiales gritan hasta desgañitarse, algunos, los más finos, soflamas patrióticas, los menos, insultos y blasfemias que harían palidecer a la Virgen de Montserrat.

Ya les he dicho que solamente peleas hasta que se te caen los brazos de tanto apuntar-disparar-recargar o peor, de incrustar la bayoneta al fondo de las tripas enemigas, no razonas ni te acuerdas de España, de Cataluña ni de la bandera, solo pinchas y berreas como los locos del hospital de Reus y sigues pinchando hasta que delante no queda más que el aire y los lamentos de los hombres a los que has matado.
A tus pies muchos camaradas gimotean igual, o peor, que a esos los entiendes...

De repente nos adelantó por los flancos una turba exaltada que llegaba gritando en catalán que allí estaban ellos y sus muy enormes gónadas. 
Eran los Voluntarios Catalanes, los mismos que habían saltado las murallas de Tetuán haciendo un castellet y seguido a Prim por no sé qué asunto de unas mochilas cuando Castillejos.

Llegan y arrasan...

Avanzan imparables segando enemigos sin atender a los camaradas que caen, gritan, matan y mueren. Todos detrás de la bandera roja y gualda.
Los Cazadores de Cataluña y de Madrid que quedamos vivos los seguimos y nos sumamos a la irrefrenable orgía de sangre. 

Todo el valle brama en una continua sinfonía de berridos inhumanos trufados de alaridos angustiados. Un denso chillerío cubre la tierra.
Avanzamos, avanzamos pisoteando a los heridos, rematándolos con las bayonetas ensangrentadas, cubiertos de polvo que se vuelve amarillo, pardo, rojizo y negro cuando se pega a la piel sudada y a las heridas que sangran.

Los moros venden cara, muy cara la piel. Atacan suicidas sin importarles la muerte, atacan emboscados tras cada chumbera y cada piedra, retroceden implacables, crueles y sanguinarios, haciéndonos pagar el precio por cada metro que conquistamos.

Nosotros no nos quedamos atrás... Tras la bandera que sigue ondeando acribillada delante de las formaciones, ya rotas y deshiladas, pero más eficaces que nunca, los Batallones y los Voluntarios tomamos una tras otra cada colina y cada cresta sin dejar detrás más que el silencio eterno de los muertos y cabezas de moros cercenadas.
El valle de Uad Ras se estremecía bajo nuestro valor...

Ya les dije antes que no sé muy bien cómo he podido salir, sano y entero, de toda aquella locura, de todo el caos sin igual y la enajenación colectiva en la que te ves envuelto en mitad de una batalla. 
Habrá sido Nuestra Señora, o Dios, O el Destino y la Suerte... ¡A saber...!

El caso es que sigo con vida y ahora, arrebujado en el capote cerca del fuego que hemos encendido para arrancarnos el frío que queda tras la batalla, el cansancio metido en los más profundo de los huesos, el hambre mal aplacada por un chusco de pan y la mente colmada de sangre, tripas, estertores de agonía, miradas pidiendo clemencia antes de que hundieses la bayoneta, gemidos de dolor y lamentos de moribundos, no dejo de preguntarme que qué hago aquí... 
¿A quién se le ocurre venirse a África...?

Me reprocho mil cosas a mi mismo, me digo estúpido, imbécil y mil cosas más, me acuerdo de la masía, del aire del Pirineo, de las butifarras del abuelo, de Barcelona antes de embarcar y de lo que allí aprendí en tres días... Recuerdo que la vida puedo perder y no volver a conocer ningún placer, ni tristeza ni alegría.

Y me estremezco de miedo...

Luego miro la bandera, roja y amarilla, apenas se mueve, apenas se distinguen los colores en la noche... Está ahí clavada en el mástil, un cacho de trapo, un trozo de tela, nada más, sólo eso...

Y entonces recuerdo a los camaradas desalojando moros a bayonetazos de las colinas de Wad Ras y me estremezco también... Pero de orgullo.

FIN

A. Villegas Glez. 2016




Imagen: Batalla de Wad Ras. Mariano Fortuny






















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