sábado, 6 de febrero de 2021

Un Puñado de Sacos Terreros

No hay respiro, ni un momento de duda, ni una brizna de esperanza, solamente la certeza.
La mente hace ya mucho tiempo que se abandonó al automatismo, a la rutina de sentir las manos ardiendo bajo la madera del máuser, al eterno zumbar de los oídos y de ver tu trocito de mundo hundido en una niebla espesa hecha de tierra, polvo, sangre y pedacitos volatilizados de los que, un rato antes, eran tus camaradas, tus compañeros, tus hermanos.
No hay respiro, solamente la certeza...

14 de septiembre de 1921...

Conocí una vez a un tahúr murciano, hombre sabio, que me dijo que la Suerte -ésa perra caprichosa- fuese buena o mala, siempre terminaba acabándose, decía, para bien o para mal, remataba.
Y la mía se había terminado aquel día de septiembre. O quizás había terminado un par de semanas antes, con aquel asunto del sargento beodo y el fulminante destino al Batallón Disciplinario.
El caso es que allí estaba, en mitad de mi Compañía, todos en formación y con órdenes de llegar hasta el blocao de Dar Hamed y relevar a los legionarios que llevaban allí desde que desembarcaron en Melilla.

El blocao del Gurugú es, hoy por hoy, el peor lugar del Mundo.
Rodeado de moros que lo asedian constantemente como si fuese aquello el Alcázar de Toledo cuando no es más que un puñado de sacos terreros, cuatro tablas y unos metros de endeble alambrada.
Entre los soldados y legías se le conoce como blocao "el malo".

Por eso les digo que es el peor sitio del mundo... Pero allá que vamos.
Delante el teniente, jovencito pero con todas las cosas en su sitio y lugar, un sargento más duro que el pedernal y mi compadre el cabo Velasco. 
Quizás tengamos suerte y los moros aflojen...

Pues no, no aflojan... Aprietan más y rodean el blocao haciendo un fuego terrible de fusilería al que se une, de cuando en cuando, un cañonazo. 
No hay manera de arrimarse al blocao y hacer el relevo. 
Vemos a los legías del otro lado que asoman, disparan y nos hacen señales de que nos acerquemos arrastrándonos.
Así que, como culebras y de uno en uno, vamos entrando en el blocao mientras los legionarios van saliendo igual.
Un relevo a ras de tierra con las balas morunas zumbando como moscones buscando la sangre.
Y es que no hay tiempo ni de decir más que hola-adiós, suerte, la vais a necesitar...
Pero ya les dije lo de aquel amigo mío, tahúr y murciano, ¿no?

Como se contaba, el blocao no es más que un cerco de sacos y alambrada. Por todas partes llueven como granizo las balas del enemigo. Silban sobre nosotros o impactan contra algo sólido y rebotan más peligrosas todavía, arrancando sonidos agudos y chillones que te ponen los pelos de punta, más incluso que cuando alcanzan a algún compañero.
Hay algunas aspilleras que te permiten disparar algo más cubierto, sin embargo son también el objetivo principal del cañón enemigo, una cosa por la otra.

¡BOUUMM!

Caen varios hombres segados por la metralla, entre ellos veo al teniente doblarse como una navaja y caer al suelo sujetándose las tripas.
Los rifeños aprietan contra los sacos que defendemos con uñas y dientes, atacan valientes y decididos pero chocan de bruces contra el muro imbatible de nuestra desesperación. Humean los máuser recalentados y gritamos tan fuerte que nos deben estar oyendo desde la misma ciudad.
El Malo resiste...

15 de septiembre...

A pesar de estar en las últimas, el teniente sigue mandando la defensa. Ha enviado un hombre hacia la Segunda Caseta para informar de la situación y solicitar refuerzos y munición.
De rendirse no ha dicho nada, así que aquí seguimos defendiendo el blocao a despecho de quien quiera venir.
Y los que vienen, por centenares, son los rifeños. Bajo la cobertura de los fusiles, se arrojan sobre el blocao en oleadas sucesivas y cada vez más mortíferas con el cañón haciendo su faena removiendo en cada andanada las cuatro piedras que quedan de la posición.
Entre las piedras se van también los camaradas.
El blocao no es más que la fosa en la que todos pereceremos. Aunque para eso todavía falta un buen rato ya que, aquí seguimos, peleando y devolviendo al enemigo cada bala y cada insulto.
Por aquí no vais a pasar, nos decimos con las miradas desorbitadas de los condenados.

Es casi noche cerrada cuando llegan...
Con las bayonetas chorreando sangre.
Son legionarios que vienen del Atalayón. 
Al final, el enviado del teniente lo había logrado.
Ante el oficial malherido se presenta el jefe de los legías. Un Cabo, Terrero parece que se llama.

- Siento no haber traído más gente, mi teniente...
- Es suficiente, mi cabo... Para defender la posición...

Y a ellos se ponen, junto a nosotros, los que quedamos vivos, los catorce legionarios que han venido a morir con nosotros.
Allí, a aquella posición del monte Gurugú.
El blocao al que los soldados y legionarios llamamos: El Malo...


Imagen: Voluntarios para Morir. A. Ferrer Dalmau.












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