domingo, 23 de octubre de 2011

DRAKE Y HAWKINS. UNA DERROTA INGLESA.

En Inglaterra la figura de Francis Drake está rodeada por un halo de heroísmo, abnegación y de invencibilidad en sus muchas peleas contra los españoles y es considerado uno de sus más grandes héroes.
En una buena parte todo es mentira y ficción.
Propaganda de la que nuestros enemigos siempre supieron valerse mucho mejor que nosotros, más acostumbrados a olvidar las victorias y a ensalzar las derrotas.

Los hechos que a continuación narro ocurrieron durante la guerra -que ganamos- de 1585 a 1604. 
Isabel contra Felipe. La Pérfida Albión contra el Demonio del Mediodía, que así nos llamaban los hideputas además de otras muchas lindezas.

Al principio los ingleses cosecharon fulgurantes victorias pero el exceso de confianza y la natural arrogancia británica les buscó la ruina en la batalla de las Azores, en donde el grandísimo Álvaro de Bazán los vapuleó a base de bien.
Luego los británicos sufrieron el desastre de la llamada: Contra-Armada que mandaba Sir Francis y supondrá una de las mayores y estrepitosas derrotas en la historia de Inglaterra. 
La Reina no mandó ahorcar a Drake por su fama entre el populacho pero lo enviaría de guardia perpetua a las "importantes" defensas costeras de Plymouth para que allí languideciera ambicionando el oro y la plata de las Indias que, por cierto, pocas veces consiguió.

Pero la guerra contra España no marchaba demasiado bien y Drake, para congraciarse con la bermeja, ideó un osado y audaz plan de ataque contra el Caribe Español. 
Isabel, astuta y necesitada de victorias, cedió ante la insistencia de su afamado Almirante aunque ella, poco confiada, ordenó un mando conjunto para la expedición.
Drake tendría que compartir el mando de la flota con otro afamado marino, John Hawkins. 
Las tropas de tierra quedaron bajo mando del reconocido y eficiente general Baskerville, nada que ver con el perro... ¿o, sí...?

El 7 de septiembre de 1595 zarpaba la mayor y más poderosa flota que los ingleses habían enviado hasta entonces contra el imperio colonial español.
Mil quinientos marineros y tres mil infantes embarcados en seis formidables Galeones Reales a los que se sumaban más de veinte naves de apoyo.

La primera discusión que tuvieron los tres Comandantes fue sobre cual era el mejor sitio en el que aprovisionarse para afrontar la dura travesía hasta el Caribe. 

Hawkins quería hacerlo en las costas africanas pero el presuntuoso General -el del perro- se jactaba de que él y sus hombres podían tomar la ciudad de Las Palmas en menos de cuatro horas. 
Así que los ingleses decidieron sacrificar la sorpresa y pusieron rumbo al puerto español.

En Las Palmas el Gobernador, Alfonso de Alvarado, ya había recibido la noticia de que llegaban los ingleses. 
Cuenta para la defensa con mil quinientos hombres y la poca artillería que tiene la manda desplegar en las mismas playas. 
Refuerza los Fuertes de Santa Catalina y de Santa Clara y se apresta a recibir a los casacas rojas como se merecen, o sea, a cañonazos.

Los ingleses llegan, ven, desembarcan y...


Reciben una continua lluvia de precisas andanadas de artillería y de eficaces descargas de mosquetería ante las que el General Baskerville decide que, lo mejor, es reembarcar a sus vapuleadas tropas... 
Habían pasado ya más de cuatro horas y los ingleses seguían clavados en las playas ensangrentadas.
Más tarde, en la cámara de Drake
 durante la cena, reconocerá el general que quizás se había pasado un poquito con lo de las cuatro horas y que, a lo peor, lo que necesitaba en realidad para tomar Las Palmas eran cuatro días o cuatro meses o cuatro años.

La flota inglesa se retira -calladita, calladita- hacia la isla de La Gomera en la que se aprovisionan de agua y de leña, eso sí, sin armar mucho alboroto no fuera a ser que los viesen los habitantes de la isla. 

La tenaz defensa de Las Palmas ha minado considerablemente la moral de las tropas y, encima, aquella aventura no ha hecho más que empezar.
Para colmo de sus males, los correos españoles ya habrían zarpado llevando la noticia de que los ingleses, con una flota enorme, se dirigían al Caribe.


- ¡Cuando lleguemos a ver qué coño nos encontramos...! - iba pensando Drake.

Durante la travesía del Atlántico John Hawkins que es un marino más viejo y mucho más despierto e inteligente que el ambicioso Drake, presiente el desastre que se avecina. 

No confía para nada en sus compañeros de mando y tan sólo su amor por Inglaterra y por la Reina lo impulsan a continuar la expedición.
En mitad del trayecto un mercante inglés le da la noticia -estupenda- a Drake de que uno de los más grandes y majestuosos galeones que hacen la Carrera de Indias, averiado tras un temporal, se había refugiado en San Juan de Puerto Rico. 
Es el “Nuestra Señora de Begoña” y carga tres millones de reales de plata.

A Drake, a Baskerville, a Hawkins y a cada marinero de la flota inglesa les gotea el colmillo pirata ante la perspectiva del fabuloso botín que se ha presentado ante ellos.
Así que el plan original de atacar y tomar Panamá se esfuma y la flota inglesa pone, de inmediato, rumbo a San Juan.

Llegan el día veintidós de noviembre y, lo que no esperaban ni en pintura, era encontrarse en la isla con una flotilla de unas nuevas y marineras embarcaciones españolas, 
las fragatas.
Son naves rápidas, maniobreras, pequeñas y letales. 
Bajo el mando de Pedro Téllez de Guzmán habían salido de Cuba y, en tiempo récord, plantado ante la rada de San Juan para recibir a cañonazos a la flamante línea de galeones ingleses.
La sorpresa, velocidad y valor del ataque español desbanda los barcos enemigos como a las gallinas en un gallinero.
Téllez consigue así meter en la ciudad un vital refuerzo de hombres y de artillería. 

Para rematar la faena forma a sus peligrosas fragatas defendiendo la entrada del puerto:

¡Tóquese vuestra merced los huevos, Sir Francis...!

Drake miraba, lleno de avaricia y de congoja, las velas del “Begoña” que permanecía seguro amarrado en los muelles y al que no había podido meter mano. 
Todavía... -pensaba.

Aquella noche, una vez reunida la flota inglesa, fondean los ingleses cerca de la costa pero, eso sí, muy lejos de las murallas y las baterías del imponente Fuerte de San Juan del Morro.
Es la hora de la cena y en el camarote de Drake están reunidos casi todos los oficiales de la expedición, beben en copas de cristal mientras discuten, muy flemáticamente, los pormenores del plan de ataque. 
No se imaginan la que se les viene encima.

Los astutos españoles han llevado hasta un saliente de la costa cuatro piezas de "a veinticuatro" -había sido toda una proeza arrastrar los cañones hasta allí arriba- y observan pacientes la maniobra inglesa.
En cuanto las naves enemigas quedan tranquilas y en silencio, con las tripulaciones durmiendo o cenando, los españoles apuntan con mucho cuidado las piezas y abren fuego...


El caos se apodera de la flota inglesa que iza a las velas y huye como alma que lleva el diablo. Son dotaciones expertas y, encima, azuzadas por el continuo y preciso bombardeo lo consiguen en poco tiempo.
El justo, sin embargo, para que los del saliente de roca disparen varias andanadas consecutivas que logran hundir un par de naves cargadas de infantería, dañar otras y, de paso, acabar con la vida del famoso pirata Juanito Hawkins.

Una bala entró por el ventanal de popa y se llevó por delante al famoso marino además de a un par de sus Oficiales que quedaron convertidos en rosbif contra la madera del barco.
Los británicos sostendrán -y sostienen- la versión de que Jonh Hawkins murió de fiebres poco antes de la batalla de San Juan.

Paquito Drake había salido sin un solo rasguño de la escabechina y berreaba de rabia fingiendo una admiración y un dolor que no sentía por el amigo, compañero y compatriota perdido. 
Lo que sentía en realidad, era alivio.
¡Uno menos para el reparto...!- pensaba convencido de que lograría hacerse con el "Begoña" y con su cargamento.

El día veintitrés de noviembre ordena el ataque definitivo contra San Juan. 

Y lo cierto es que el plan resulta valiente, audaz y temerario y, si tiene éxito, las defensas caerán como naipes una tras otra. 
Al menos eso piensa Drake.

De madrugada, entre la bruma espesa del mar, las barcazas inglesas llenas a rebosar de infantes de marina se acercan sigilosas y en completo silencio hasta la borda de las fragatas que defienden la entrada al puerto.

Solamente el chapaleo de los remos rompe el silencio de la noche caribeña -¡splach, sploch, splach...!- los ingleses están a un paso de lograr su objetivo.
Pero cometen un terrible -y estúpido- error cuando algunos marineros, pensándose que ya estaba todo el pescado vendido, escalan las bordas de la fragata: “Magdalena”, matan a los centinelas y le prenden fuego dando alaridos de victoria:


- ¡Hurry up, hurry up...!- o algo así berreaban los imbéciles.

Las llamas y los gritos alertan a las otras cuatro fragatas que, al instante, abren sus portas, asoman los cañones y en la cubierta brillan los mosquetes iluminando la noche con las mechas encendidas.
El fuego que consume a la "Magdalena" sirve de luminaria a los artilleros españoles mientras las barcazas inglesas bogan con desesperación hacia alta mar.
Los gritos atroces de los compañeros, que no habían podido escapar de la fragata y que se están achicharrando vivos, encienden la mala leche de los artilleros españoles que atinan especialmente bien aquella noche.

El Caribe queda lleno de muertos o heridos que devoran los tiburones que han acudido al banquete de ingleses o de trozos de ingleses que para el caso es lo mismo.
El mar se tiñe de sangre y la noche se rompe en gritos espeluznantes cada vez que un escualo se lleva a un rubio entre las fauces.

Drake ya ha perdido muchos hombres y muchos barcos. Baskerville está que echa chispas y sin poder creer lo que ha sucedido. 

Ahora tiene unas muy mermadas fuerzas de combate y todavía no han llegado siquiera a Panamá, que era el objetivo principal de la misión.
La Reina los mandará ahorcar sin ninguna duda. Baskerville hubiese preferido los tiburones.

A primeros de enero de mil quinientos noventa y seis, la antaño orgullosa expedición inglesa hace un clandestino desembarco muy lejos de la vista de los españoles y consiguen tomar la semiabandonada aldea de: Nombre de Dios.
Por el camino tan sólo han encontrado granjas esquilmadas y partidas de guerrilleros que los acosan con dureza poniendo a los ingleses de los nervios y provocándoles grandes ataques de cagalera.

El día ocho Drake ordena el ataque contra el Fuerte de San Pablo de Panamá. 
Lo de fuerte es solamente un eufemismo, porque la posición hispana no es más que una sucesión de empalizadas y de fosos.

El mando español recae en el Capitán Alonso de Sotomayor, soldado viejo que no está dispuesto a entregarse sin pelea.

Bajo su eficaz mando una terrorífica disciplina de fuego española diezma las filas de los ingleses. 
Además, y para acojonarlos más todavía, Sotomayor había enviado a los jóvenes pífanos y tambores de la Compañía a mitad de la selva con la orden de hacer el mayor ruido y alboroto posible.
Así los ingleses piensan que un refuerzo español carga contra ellos y, espantados, deciden que lo mejor es retirarse con mucha prisa. 

Tanta que se dejan por el camino a los heridos y la mitad de la impedimenta.

El quince de enero los británicos regresan a la desolada aldea llevando a Francis Drake postrado en una camilla. Derrotado.
Morirá el día veintiocho, solo, vencido, humillado y con la insatisfecha ambición, dentro de su avariciosa alma, de no haber podido nadar entre montañas de oro y de plata de Las Indias.

Baskerville desolado decide que lo mejor es largarse con lo que queda de la maltrecha expedición que ya no es mucho. 

Los restos de la antaño poderosa flota se refugian en la solitaria y pequeña Isla de Pinos para reparar las averías y salvar lo que puedan antes de regresar a Inglaterra.
Pero Baskerville todavía tiene que recibir más palos en su arrogante orgullo.

El Almirante Garibay perteneciente a la Flota de Escolta, enterado de los sucesos en Puerto Rico, había salido a toda vela con tres de sus mejores galeones en busca del enemigo.


Los confiados y vapuleados ingleses que descansan y se lamen las heridas en las playas de la isla ven de repente a los tres poderosos barcos españoles entrar en la rada escupiendo fuego sin contemplaciones.
La sorpresa ha resultado total y la carnicería consecuente espantosa.
Los ingleses corretean por las cubiertas enloquecidos de terror mientras los cañones españoles las barren con metralla.
Uno de los barcos estalla esparciendo madera, hierro, tela y pedazos humanos a los cuatro vientos.
Los españoles vienen dispuestos a no dejar a ni uno con vida.

A los que el ataque ha cogido en las playas los abandonan sin contemplaciones sus camaradas, mientras cada cual escapa, o lo intenta, por donde puede. 
Hasta los cañones tienen que arrojar por la borda para aligerar las naves y escapar.

De los veintiocho barcos que tenía la expedición al salir de Inglaterra solamente ocho conseguirán regresar a Plymouth.
Hawkings, Drake más mil y pico súbditos de Su Graciosa habían perecido, toda una flota se había perdido y el orgullo de Inglaterra había sido pisoteado...

Y a pesar de todo ello los ingleses mantienen a Francis Drake como a uno de sus más grandes y reconocidos héroes... Y a Hawkins, y a Baskerville. Y a tantos otros que ni fueron tan magníficos ni tan heroicos.

Luego miro nuestras calles y nuestras plazas, nuestros libros y nuestra vida sin que en ella estén presentes nuestros valientes, nuestros héroes. 

Perdidos de las aulas y huérfanos de reconocimiento.

Y cuando miro se me retuercen las tripas de vergüenza.

A. Villegas Glez. 2011



Imagen: Cañón español en las murallas de San Agustín de La Florida -EEUU- Al fondo la bandera con el Aspa de Borgoña.











6 comentarios:

  1. en la catedral de cuenca se guarda un estandarte arrebatado a drake por un marino conquense.

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  2. No todos los españoles olvidamos a los nuestros.....

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  3. Me cuenta un amigo buzo en Puerto Rico que han encontrado uno de los barcos de la flota de Drake en la costa norte de la Isla, pero que el gobierno no tine dinero para hacer una excavacion arqueologica en regla. En el museo de el Castillo de San Felipe del Morro se exhiben armas y cañones usados para repeler el ataque de Drake

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  4. Magnífico relato de un PALIZÓN en toda regla.

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  5. No lo vi cuando estuve...esta expuesto al publico? Quien llevaba la flota de la plata era Sancho Pardo de Donlebun, gran marino. El diseño la defensa y con el refuerzo de Tellez consiguieron una gran victoria.

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  6. Corroboro lo dicho más arriba
    "No todos los españoles olvidamos a los nuestros...."

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