sábado, 29 de junio de 2013

LOS COJONES INTACTOS. DON BLAS DE LEZO Y OLAVARRIETA.

Pasajes, Guipúzcoa, España. 3 de febrero de 1689.

Entre la espuma del embravecido Mar Cantábrico, entre sus olas grises y negras, entre los bramidos del viento, viaja, hasta las costas inglesas el llanto de un recién nacido.
Cuentan los lugareños que los acantilados blancos de Dover se tornaron más pajizos si cabe cuando el llanto de aquel bebé arribó hasta allí.

Le bautizaron Blas y naciendo en dónde había nacido su vida, desde la cuna, estuvo pegada al mar, a los vientos, a las mareas y a los cálculos y las maniobras navales. Su familia de vieja estirpe marinera le envía a estudiar a la Francia de Luis XIV. Con tan sólo doce años ingresaría como Guardiamarina en la Armada Francesa bajo las órdenes del mismísimo hijo del rey gabacho, el Conde de Tolosa (Touluse).

Entonces es cuando va "El Hechizado" y la casca. Europa entera se relame entonces ante la perspectiva de repartirse el suculento Imperio Español.
Aquí -como es costumbre- nos dividimos en bandos irreconciliables y montamos la pajarraca, como no podía ser de otra manera.

Blas de Lezo sale con la escuadra francesa desde Tolón para unirse a unas pocas galeras españolas que se encuentran a la altura de Vélez- Málaga.
Una vez allí, lo que se encuentran también es a una poderosa flota combinada anglo-holandesa.
El combate es muy igualado, cañonazo va y cañonazo viene, los navíos se machacan unos a los otros con saña.
La batalla queda en tablas pues los dos contendientes tienen barcos dañados, desarbolados y muchos muertos que arrojar al mar.
También hay heridos graves. Como el jovencísimo marino vasco -quince años tiene el chaval- al que una andanada inglesa le ha arrancado media pierna izquierda, a pesar de lo cual, había seguido combatiendo con valor y gallardía.
Don Blas continuó peleando hasta que lo llevaron a rastras hasta el cirujano de a bordo, que sin anestesia, mordiendo nuestro compatriota un cacho de cuero, le amputó de rodilla para abajo, nuestro héroe aguantó la operación sin derramar una sola lágrima.

Luis Alejandro de Borbón queda tan impresionado por la fortaleza, el valor y la luz decidida que ve brillar en los ojos del muchacho que recomienda a su padre -el Rey- que lo recompense, y éste lo hace.

Ascendido en el año 1704 a Alférez de Bordo Alto y propuesto para que se quede en la Corte y allí se recupere de su terrible herida. Don Blas lo rechaza y en cuanto puede se embarca de nuevo.
Ahora Blas de Lezo lleva una pata de palo por debajo de la rodilla y durante las noches, en cubierta, los hombres pueden escuchar los pasos de su joven alférez - ¡tacac, tacac, tacac, tacac!-que mira las estrellas y respira el aire del mar, de su mar.

Participa, siempre demostrando su pericia como marino y su valor a toda prueba, en los socorros a las plazas asediadas de Palermo y de Peñíscola.
Don Blas quema hasta la perilla, junto con su barco y su tripulación, el navío inglés "Resolution" y apresa otros dos barcos enemigos que serán llevados al puerto de Pasajes.

Llega su ascenso al grado de Teniente de Navío y el bravo vasco es destinado a Tolón.
Allí en el año 1707 defenderá -esta vez en tierra- el fuerte de Santa Catalina del ataque saboyano. Estando siempre en las murallas animando y arengando a sus hombres, peleando el primero, echándole al asunto los mismos huevos que en el mar. O más.
La defensa de Santa Catalina le cuesta a Blas su ojo izquierdo al reventarle tras un pepinazo enemigo que levantó una nube de esquirlas de muralla y que por poco no los envía a todos juntos con San Pedro. A varios, por cierto, sí que los envió por la vía directa, hechos migas por la andanada.
Blas de Lezo tiene apenas dieciocho años.

Su siguiente reto es meter en la sitiada Barcelona -porque la Ciudad Condal estaba del lado de Felipe y no de Carlos- y la escuadra inglesa la tenía asfixiada, muerta de hambre y a pique de rendirse.
A Lezo le asignan la tarea de meter, a toda costa, refuerzos y pertrechos en la ciudad.
Así que se inventa un truco. 
Ordena meterle fuego a unos haces de paja enormes que echa en mitad del mar, y entre el humo que provocan, se van colando sus cargueros, mientras él y sus hombres cañonean sin compasión a los ingleses con unos artificios incendiarios invención también del joven oficial.

En 1710 asciende a Capitán de Fragata y con una de estas rápidas, veleras pero poco artilladas naves, consigue apresar unos cuantos barcos enemigos y de regalo le da una soba terrible al navío de mucho mayor porte y artillería: "Stanhope" de bandera inglesa. 

El llanto de aquel niño de Pasajes se había convertido en grito atronador al son de los cañones de a dieciocho.
Durante este combate Blas de Lezo recibió nueve heridas, de bala, de sable, de cuchillo, de dientes... Pero no dejó de atacar y de ordenar maniobras hasta abarloarse al inglés -se cagaron los hijos de la Pérfida por la pata abajo al verse entre los garfios de abordaje- y batirse junto a sus hombres hasta que el inglés dijo basta y arrió la bandera. ¡Con dos cojones!

Fue ascendido de inmediato a Capitán de Fragata y al año siguiente recomendado por su propio Almirante, impresionado por la valía del vasco, a Capitán de Navío.

En el año catorce del nuevo siglo -lo que son las cosas- participa en el ataque a Barcelona, en dónde las tropas aliadas hacían y deshacían a su antojo y resistían los ataques por tierra del Duque de Berwick.
Durante el ataque, Don Blas, que va siempre en cabeza y cara al enemigo, recibe un disparo en el brazo que le quedará ya inutilizado de por vida.
Ahora en el lado derecho, para variar a cosa y que pueda mantener el equilibrio sobre el castillo de popa, debió pensar nuestro valiente Capitán.

Tenía veinticinco años y había entregado a la patria una pierna, un ojo, un brazo -o remo- y muchos pedazos de carne y de pellejo, que, a pesar de su juventud, ya tenía recosido en mil sitios.
Los huevos los seguía manteniendo intactos.

En 1715 desembarca en Mallorca que se rinde sin disparar un tiro. Su fama es ya tan inmensa que todos se descubren respetuosos ante él cuando oyen sus inconfundibles pasos -¡tacac, tacac, tacac, tacac!-, y Don Blas responde educado y cortés, ¡que para algo estudié en un colegio gabacho, coño!

En esta época tendría su primer contacto con Las Indias.
Con una escuadra hispano-francesa al mando de Urdizu llega hasta los llamados Mares del Sur, o sea las costas del actual Perú y Chile, que estaban atestadas de piratas y de corsarios que daban mucho por saco en aquellas aguas una vez que el viejo Caribe había quedado casi limpio de ellos.

Como no podía ser de otra manera Blas de Lezo persigue, combate y vence al enemigo allí en dónde le encuentra, sobretodo desde que es nombrado Jefe absoluto de aquella escuadra una vez se habían retirado les aliées franceses.
Encima al veterano marino le había dado tiempo de casarse con una joven y guapa criolla limeña, a la que le hace un bombo en menos que canta un gallo.
Ya saben, todo en su sitio.
Durante los años bajo su mando, ni un solo pirata, corsario o bucanero se atrevió a navegar cerca de los barcos de la armada de Lezo.

En el año 1730 el mismo Rey le reclama con urgencia.
La escuadra del Mediterráneo estaba hecha un asco y encima los genoveses le estaban tocando las soberanas narices y se habían quedado -¡por toda la cara don Blas!- con dos milloncejos de reales que se negaban a entregar a España.

- ¿Ah, sí?, no se preocupe Majestad, cuente con la guita- ¡tacac, tacac, tacac, tacac!

Blas de Lezo arriba hasta el mismísimo puerto de Génova, allí abre las portas y enciende las mechas de los cañones y les da a los banqueros genoveses unas pocas horas para entregar el dinero y, por tocar los cojones, enarbolar la bandera de España hasta que se les cayesen las muñecas y todo esto bien a la vista de la gente, que se enterasen de quién mandaba.
O éso o empezaría a bombardear hasta que pulverizase el puerto, la flota y la ciudad entera.
Los genoveses entregaron el dinero sin chistar y luego enarbolaron el paño mientras Don Blas los miraba, con su único ojo entrecerrado, y las tripulaciones contenían la risa y las ganas de arrearles unas cuantas andanadas a aquellos hideputas.

En recompensa Lezo recibirá para su barco un estandarte con las Armas Reales, la Orden del Espíritu Santo, el Toisón de Oro y toda la demás parafernalia.
También lo envían a Orán, a ver si puede meter cien lanzas, o más.

Don Blas, las mete.

Llega hasta allí y rinde la plaza, luego cuando los moros se enteran de su partida, regresan y atacan a la pequeña guarnición que había dejado.
Enterado a mitad de camino, Lezo ordena virar en redondo y entra de nuevo en la bahía de Orán para espanto de las tropas argelinas de Bey Hassan que huían despavoridas por mar y por tierra.
La nave capitana española, con Blas de Lezo en el castillo, persigue con saña al barco de su enemigo Hassan, que fuerza velas para meterse, muy chulo y seguro, en la bahía de Mostagán, en dónde se cree a salvo de los españoles.
No sabía bien Bey Hassan a quién se enfrentaba. Ni al par de huevos que le echaba al asunto de la guerra.
El barco de Lezo entra en la rada a cañonazos, a pesar de los dos fuertes que defienden su entrada y que ahora reciben andanadas certeras desde el navío de Lezo, luego cañonea el barco de su enemigo hasta que lo hace arder y se larga sin dejar de darles candela a los fuertes enemigos.
Mientras se quedó por allí, no hubo ningún intento más de tomar Orán, ni ningún otro sitio.

En 1734, con cuarenta y tres tacos en el lomo recosido, el Rey lo asciende a Teniente General de la Armada. Permanece un tiempo entre Cádiz y la Corte, de la que huye como de la peste y que le provoca escozores, por lo que pide al Rey, el mando de algo, de lo que fuese, aunque sea un patache,éso sí, artillado para poder dar bien por saco a nuestros enemigos.

El día tres de febrero del año 1737, Don Blas de Lezo sale de Cádiz al mando de ocho galeones, su destino: Tierra Firme, Cartagena de Indias, Nueva Granada, España.
No imaginan los ingleses la que les espera.

En noviembre del año treinta y nueve ya estábamos, otra vez, en guerra contra los ingleses.
Consiguen tomar Portobello que cae sin apenas resistencia y su General, un tal Eduardo Vernon, eufórico, se apresta entonces a atacar la ciudad de Cartagena de Indias, pensando que tomará la plaza y que Inglaterra al fin, pondrá los pies en Sudamérica.

Había reunido para ello la mayor flota jamás vista, mucho mayor que La Felicísima del buen Felipe II, una flota atestada de cañones, de infantería de marina, de negros macheteros jamaicanos y hasta de un hermano del futuro primer Presidente yanqui con una compañía de voluntarios de no sé dónde.

En marzo de mil setecientos cuarenta y uno la enorme flota inglesa apareció en la bahía de Cartagena.
El presuntuoso Vernon y el arrogante Lezo se habían carteado muy finamente el uno al otro un poco antes de la aparición del inglés.

Ya saben:

- Tomé Portobelo y tomaré Cartagena sin pestañear, don Blas...

- ¡ Y unos cojones vas a tomar tú, Ternerón, Cuernón o como coño te llames...!

- ¡Pasaré a todos a cuchillo...!

- ¡Pues aquí estamos...!

Y cosas así que se decían uno al otro.
Mientras el de Lezo discutía con el Gobernador Eslava -a veces de muy malas maneras, como buenos españoles- y preparaba las defensas.

Vernon, en la cámara de su navío, diseñaba unas medallitas conmemorativas de la victoria para mandárselas a su rey Jorge, con la noticia de la toma de Cartagena.
Y hasta fecha les pone, el imbécil. Uno de abril, escribe.

Los ingleses bombardean sin descanso los fuertes que guarnecen la ciudad.
Silencian los fuertes de Santiago y San Felipe y después, tras dieciséis días de bombardeo continuado, se abandona San Luis de Bocachica.
Luego caería Bocagrande, siendo inútiles los barcos españoles hundidos a propósito para impedir, o tratar de impedir, la entrada de los ingleses en la bahía, pero no se consigue tal objetivo y Don Blas rechinaba los dientes por sus barcos perdidos.

Los defensores que quedaban con vida se refugiaron en el Castillo de San Felipe de Barajas, último bastión y reducto que les quedaba a los españoles.

Vernon entonces muy seguro de sí, envía la noticia a Inglaterra -y su diseño de las medallas con la fecha- de que Cartagena de Indias se había rendido y que Don Blas había caído humillado a sus pies.
Tal y como se describe, tan gráficamente, en el bocetillo que envío a Su Majestad -escribe Vernon a su Rey, exultante.

Bombardea, por supuesto sin descanso, el Fuerte de San Felipe.
Pero como los españoles no se ablandan decide atacar Cartagena por la parte de tierra.
Desembarca a sus tropas que se internan en la selva, allí pasarán los ingleses las de Caín -¡que se jodan!- entre la malaria y los ataques fugaces, salvajes y sangrientos de los milicianos que hay por toda la zona, y que salen de entre las espesuras como espectros para matar unos cuantos casacones y desaparecer luego como por arte de magia.

Cuando llegan hasta las murallas de Cartagena resulta que la única entrada posible es una estrecha rampa y que allí hay trescientos tíos armados con espadas, picas, dagas, hachas y de todo lo que pincha, corta y taja, con una cara de mala leche que da espanto.
Don Blas los había puesto allí escogidos y seleccionados de entre sus mejores soldados y ellos se lo demuestran al viejo marino matando a más de mil enemigos en la rampa.
Ninguno se acercó siquiera a las puertas. 

Aquello y la malaria y los guerrilleros y los mosquitos y los de la puerta y los que asoman por los adarves hace que a los ingleses les entre un canguelo de los que te cagas, la moral baja que dice el eufemismo militar.

La noche del veinte de abril -ya habían pasado diecinueve días desde la fecha indicada en la medalla de los cojones, pensaba Vernon- y aquellos hideputas de los españoles ni se rendían ni parecían tener ninguna gana de hacerlo.
Con el maldito cojo, tuerto y manco choteándose de él desde las murallas. El hideputa.

Por eso, aquella noche ordena un ataque masivo con escalas y los negros estos delante, que se lleven la plomada española, así alguno llegará a las murallas, las escalará y entrará dentro.
O ese es al menos el plan del desesperado Vernon, que al contrario que su homólogo español, no aparece por las murallas ni en pintura.

Mientras avanzan los ingleses los negros y los virginianos caen como moscas.
La artillería y la fusilería española los destroza mientras se acercan a los muros.
Cuando llegan -los que llegan- van y se encuentran con la sorpresa de que las escalas resultan cortas.
Y es que el astuto vasco había ordenado que se excavase un pequeño foso alrededor de la muralla. 
¡Poca cosa muchachos, lo justo por si echan escalas, que no alcancen!

Los ingleses se quedaron allí abajo sin saber que hacer, espantados y con la cara de haba dibujada en el rostro -what?- por supuesto los defensores aprovecharon y descargaron contra ellos todo lo que tenían.
La noche se iluminaba con las descargas cerradas de mosquetes y de vez en cuando de un cañonazo de metralla disparado a quemarropa.

Cuando amaneció había montones de cadáveres de enemigos rodeando las murallas. Revoltillos de miembros desgajados y de tripas esparcidas. Olía ya que daba asco.

Cosa que no impidió que, nada más amanecía y siguiendo las órdenes tajantes de Don Blas, los españoles atacasen a la bayoneta contra los ingleses supervivientes.
Corrieron entonces los hijos de la Pérfida espantados hasta los embarcaderos, abandonando a los heridos, los carros de vituallas y de municiones, dejándose atrás las banderas, banderines, banderolas y los cañones, la pólvora y los mosquetes, abandonando en las playas de Cartagena sus banderas y su orgullo.

Los españoles seguían atacando y matando a todo lo que por delante se les ponía, hasta que el último inglés reembarcó y los navíos se alejaron prudentemente de la orilla:

- No vaya a ser James que esos salvajes nos aborden

- ¡San Jorge nos asista!

Eduardo Vernon se comía despacito los diseños y los dibujos de sus monedas conmemorativas, así como las cartas que le había ido enviado "aquel cojitranco de los huevos".
Sin aceptar su derrota mantuvo el martirio y la vergüenza de sus hombres bombardeando Cartagena durante treinta días más.
Cada día lo hacían desde un poquito más lejos:

¡Que se oyen martillazos James!, no vaya a ser que el Lezo esté construyendo un barco.

De esta manera a finales de mayo de mil setecientos cuarenta y uno, lo que quedaba de la anteriormente flamante y más poderosa flota de guerra que jamás había surcado los mares, se retiraba derrotada de las aguas españolas, con el General Vernon mirando por el catalejo a un Blas de Lezo que se agarraba cierta parte de la anatomía humana, seguro de lo que estaba diciendo, el muy cabrón:

- ¡Tócate los cojones Ternerón, o Cuernón o como coño te llames!

Don Blas de Lezo había recibido heridas graves durante la defensa, negándose siempre a abandonar su puesto y siendo alma y el ejemplo para los defensores.
Poco después del ataque británico enfermó de peste por la epidemia que se había desatado debido a los miles de cadáveres insepultos -sobre todo ingleses- que había alrededor de Cartagena de Indias.

Murió Don Blas el día siete de septiembre.
Tenía cincuenta y dos años y mantenía los huevos intactos.

Hoy en día muy pocos españoles conocen quién fue Don Blas de Lezo, olvidado, mancillada su honra y su recuerdo. Repudiado por aquellos a quien defendió con tanta bravura.

Valgan estas humildes letras como homenaje a un hombre que nació en Pasajes y que cuando nació, su llanto había hecho que los blancos acantilados de Dover palideciesen. Más todavía.

© A. Villegas Glez.

























12 comentarios:

  1. Tremendo!!

    Si Hollywood se centrara en la Historia de nuestra antaño gloriosa España...

    Reventarían taquillas

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  2. Me gustaría que vieras la figura que me han realizado de Blas de Lezo.
    https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10151712075099925&set=t.767909924&type=3&theater

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  3. http://imageshack.us/a/img32/5927/rvnw.jpg
    http://imageshack.us/a/img507/6228/9377.jpg

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  4. Joder, Antonio. Y yo recomendandote libros.
    Que le dan ganas a uno de ir a Gibraltar si Lezo estuviera al mando.

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  5. Dios privó a este hombre,
    de un ojo, un brazo y una pierna,
    para que yo pudiera combatir con él
    en igualdad de condiciones.

    Almirante Vernon

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  6. Un español de verdad jamas olvidará a este valiente soldado. Su gallardia y valor tendran un trono glorioso en las gestas que jalonaron las tropas imperiales por todo el orbe.

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  7. Una novela bastante entretenida sobre el intento de conqusita de Cartagena de Indias por parte de Vernon y que al mismo tiempo tiene un gran rigor histórico es El Paisano de Jamaica.

    http://www.amazon.es/El-Paisano-Jamaica-esp%C3%ADa-ebook/dp/B00E9CB9Q4

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  8. Magnífico homenaje, casi diria que es un guión de cine, si no supiera que para nuestro orgullo Blas de Lezo existió. Y cuanto daría por verlo en una super producción española ;) Gracias, ha sido un placer de lectura.

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  9. Con dos cojones españoles, y un buen Almirante al frente como Blas de Lezo, echamos a los ingleses de Gibraltar, a los moros de Marruecos, y nos vamos a conquistar de nuevo a Venezuela, Cuba y cualquier país en contra de España...

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  10. Como marino,Pasaitarra y como Presidente del Stella Maris de Pasajes,nuestro H EROE,d.bLAS DE lEZO Y oLAVARRIETA,ES EJEMPLAR Y por todos debiese ser admirado,gonfio que algun dia se le honre como quien fue:el MAYOR Y MAS VALIENTE MARINO Y SOLDADO ...Os ruego que recordeis que hoy dia ya no somos enemigos,sino HERMANOS EN ARMAS (YO SE LO DIGO SIEMPRE A LOS INGLESES TRAS HABLARLES DEL MARINO INVICTO,DEL QUE DESCONOCEN,PUES SU NOMBRE FUE PROHIBIDO MENCIONAR)

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  11. Como marino,Pasaitarra y como Presidente del Stella Maris de Pasajes,nuestro H EROE,d.bLAS DE lEZO Y oLAVARRIETA,ES EJEMPLAR Y por todos debiese ser admirado,gonfio que algun dia se le honre como quien fue:el MAYOR Y MAS VALIENTE MARINO Y SOLDADO ...Os ruego que recordeis que hoy dia ya no somos enemigos,sino HERMANOS EN ARMAS (YO SE LO DIGO SIEMPRE A LOS INGLESES TRAS HABLARLES DEL MARINO INVICTO,DEL QUE DESCONOCEN,PUES SU NOMBRE FUE PROHIBIDO MENCIONAR)

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