viernes, 2 de marzo de 2012

¡SE LLEVAN LAS PIEZAS!

Caía la noche entre las resecas peñas que rodeaban la Plaza de Melilla, corría el mes de julio que estaba siendo especialmente caluroso aquel verano de mil novecientos y nueve, y a pesar de que el sol ya se había escondido tras la loma del monte Gurugú el calor era sofocante. 
África…

Los españoles llevaban todo el día rechazando los asaltos de los kabileños contra sus posiciones, combatientes duros que se arrojaban contra el blocao en el que estaba posicionada la artillería española en valerosas oleadas que eran rechazadas, una y otra vez, por los no menos valerosos defensores de la posición.

En el blocao de Sidi-Hamet el Hach había posicionadas cuatro piezas de nueve centímetros que daban frente al enemigo y que no habían dejado de disparar en todo el día… 
y durante todo el día los rifeños habían querido apoderarse de aquellos cañones.

Enrabietados por la tenaz defensa los rifeños consiguen abrir una brecha cerca la cuarta pieza, la que estaba más alejada dentro de la posición española. 
Los artilleros que la servían se defendieron ellos mismos y su cañón con honra, valor y decencia, pero la ola enemiga era imparable, y los moros capturan la pieza y comienzan empujarla fuera de la posición.
Las ruedas de la cureña comenzaban a moverse y a rodar sobre el ensangrentado suelo del blocao.

El Comandante José Royo ve a los que se llevan el cañón y a sus artilleros que empiezan a flaquear. Algo se desquicia dentro de las tripas del oficial: ¡Si dejas que se lleven la pieza ni eres español ni eres hombre!, se decía el comandante a sí mismo.
La sangre hervía por las venas del oficial que, enardecido, dispuesto a recuperar el cañón, le grita a su compañero, el capitán Enrique Guiloche:

- ¡Guiloche...! ¡Se llevan las piezas...!

El capitán Guiloche levanta la vista y ve a los moros empujando las ruedas y a los artilleros despojados tirados en el suelo y su mirada se enciende de ira y rabia. 
Comprende perfectamente lo que su comandante le estaba pidiendo:

- ¡Vamos... !- le responde sin dudarlo.

Los dos hombres, gritando desaforados y valientes, cargan revólver en mano contra la turba de sorprendidos moros que se llevaban el cañón. 
A tiros, puñaladas y mordiscos, los dos oficiales acaban con varios enemigos e impiden que se lleven la pieza de artillería.

Al capitán Guiloche lo encontraron abrazado a los radios de la rueda del armón de la pieza, a su lado, acribillado a balazos yacía el comandante Royo.
Iban ya camino de la gloria eterna y del paraíso reservado a los héroes.

Los oficiales estaban rodeados de enemigos muertos con la cara de sorpresa dibujada en el rostro de quién había visto caer 
sobre él la ira y el valor de un soldado español.

De esta manera aquellos dos hombres unirían sus nombres para la eternidad, igual que un siglo antes lo habían hecho otros dos artilleros, que también amaban sus piezas, sus parábolas y sus ensordecedores cañonazos. 
Pero sobretodo amaban a su patria. Y por ella habían muerto abrazados al cañón.

Al menos nuestra tierra desagradecida les concedería la Laureada.

Laureadas, Guerra de África, cañones, banderas…
Tan olvidados como nuestros héroes.

Royo y Guiloche que murieron por salvar un cañón. 
Un cañón que no era suyo. 
Un cañón que era de España.

A. Villegas Glez. 2012



2 comentarios:

  1. Cuánta sangre noble derramada, cuánto valor en defensa de una patria que hoy nos olvida, incluso nos niega, porque ya no le interesa decir que tiene soldados que la guardan. Mi abuelo estuvo en Annual siendo un crío, en el Ebro y en Teruel y después en la Saguía Al Hamra siendo un hombre....y hoy, siendo un recuerdo venerado por sus descendientes y por quienes con él sirvieron, estoy seguro de que, como Royo y Guiloche, saltaría enmedio de los traidores que nos están hundiendo y acabaría con ellos, pues ninguno de éstos tiene ni la mitad de pelotas que cualquiera de aquellos cabileños con los que Santiago, mi abuelo, se batió en cobre. Amén.

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    1. Honor y gloria por los caídos que defendieron nuestra patria y nuestra bandera. Que Dios tenga en su gloria a tu abuelo, Amén.

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