domingo, 22 de julio de 2012

EL INFANTE QUE QUISO SER CAPITÁN

Desde que nació, unos dicen que en 1609 y otros que en 1610, y yo digo, pardiez, ¿qué más dará año más o año menos?

El caso es que nace en El Escorial el tercer hijo del rey Felipe III y de Margarita de Austria. Le bautizan 
Fernando, como a su primo alemán y desde muy pequeño destaca por su carácter despierto e inteligente y su afición a las armas y a la milicia.
Sin embargo su padre quiere verlo vestido con el rojo cardenalicio, así que, cuando apenas cumple los diez años le nombra Arzobispo de Toledo y muy poco después Cardenal.
Y el Papa de Roma, ni pío, no se fuese a acordar el Austria de su antepasado Carlitos, y se la liase otra vez en Roma. Encima el niño ni es ordenado sacerdote ni nada, no hace los votos ni tiene interés alguno en hacerlos.

Su vida pasa entre cirios, rezos obligatorios y escapadas a corrales de comedias, tugurios, tabernas y etcéteras. Supongo que como buen Austria dejaría alto el pabellón, que lo cortés no quitaba lo valiente y al fin y al cabo lo del cargo eclesiástico no era más que un capricho de Papá…

Hasta que las cosas se ponen muy calientes en Europa al entrar todo el continente en el 
oscuro túnel que será la Guerra de los Treinta Años, negro como boca de lobo para los españoles que salimos, no podía ser de otra manera, escaldados, arruinados y con el país envuelto en revueltas separatistas que nos costarían Portugal y gracias.

Al joven Fernando le asignan el cargo de Gobernador de los caldeadísimos Países Bajos Españoles o sea, el Flandes de toda la vida. Así, el astuto Conde-Duque mataba dos pájaros de un tiro, se quitaba de en medio al inteligente y perspicaz Fernandito, que en nada se parecía a sus hermanos, para que no influyese en el rey y además podría dirigirlo como a un pelele desde Madrid.
O eso pensaba el valido.

Por mar era misión imposible acercarse a Flandes y El Camino Español había casi saltado por los aires al tomar los gabachos la región de Lorena, sin embargo, el joven Cardenal-Infante, como empezaban a llamarle sus soldados, no se arruga ante la enorme y complicada misión que le aguardaba.
Llega a Génova en 1633 y de allí pasa a Milán desde donde parte de inmediato camino del Tirol, Suabia, los Alpes y el Rin, que pretende cruzar y así llegar hasta Bruselas. Además quiere apoyar a su primo Fernando III -futuro emperador del Sacro Imperio- que estaba agobiadísimo por los herejes y acogotado por los disciplinados y eficaces ejércitos suecos que en cada batalla habían obtenido una contundente victoria.
Desde el principio el camino lo hacen por territorio hostil, combatiendo y escaramuzando contra cientos de enemigos, mientras Europa entera temblaba al ver pasar de nuevo la vieja y buena Aspa de Borgoña atravesando el Camino Español.

Será una marcha al infierno. 
Los hombres del Duque de Feria combatirían contra los suecos una y otra vez, deshaciéndose como un azucarillo pero haciendo pagar muy caro al enemigo cada encuentro. Aquellos barbudos impasibles sabían morir como lo que eran. Y los suecos estaban empezando a aprenderlo.Venciendo mil dificultades, apretando mucho los dientes y bregando por cada palmo de terreno los Tercios Viejos, al mando de su nuevo general, que es respetado y querido por sus hombres y que ha demostrado su valor espada en mano y su conocimiento del arte militar, consiguen llegar a Baviera y reunirse allí con lo que quedaba de las exhaustas tropas del Duque de Feria.

Era el año 1634 y los españoles habían logrado realizar una proeza que había dejado sin aliento a sus enemigos:

- ¡Ya están aquí estos Erik…!
- ¡Qué pequeñajos, qué barbas, qué cara de mala leche…!

Los protestantes intentan desesperadamente que los dos primos no se encuentren para que no puedan unir sus ejércitos, pero no lo consiguen. Se quedan así todos, suecos y variedad de herejes a un lado y católicos al otro, frente a frente.
En medio, la colina de Albuch y todo esto muy cerca de un pueblo que se llamaba Nordlingen.

Les diré que de allí no salió sueco vivo, al menos los que no corrieron como galgos hasta la península de Jutlandia. Y que los Tercios Españoles y Napolitanos aguantaron quince cargas consecutivas de Caballería Pesada, para luego hacer puré a los mejores Regimientos suecos y de postre no dejar de perseguirlos a degüello hasta que la luna se puso roja de sangre y los enemigos de España aprendieron, una vez más, que aquel siglo y pico de imperio
 no había sido por casualidad.

Fernando, el Cardenal-Infante, acaba de un plumazo con el poderío sueco, y luego sigue su viaje para tomar posesión de su cargo.
En Bruselas es recibido como un héroe con las calles 
engalanadas y rebosando de gente enardecida que recibían a su nuevo y valiente Gobernador. En muy poco tiempo y gracias a su habilidad como diplomático consigue calmar la olla a presión que era Flandes y empieza de inmediato la campaña contra los franceses.

Las tropas de Richelieu habían invadido Flandes y avanzaban imparables, pero el nuevo Gobernador despliega sus Tercios que consiguen detener el avance gabacho.Se toman las plazas de Diest y de Limburgo con lo que la presencia española queda asegurada en Luxemburgo. Resulta una campaña larga y durísima en la que en el año 1637 se pierde Breda y esta vez no habría cuadro de Velázquez.
Como contrapartida el Cardenal-Infante toma la gran ciudad de Amberes.

Pero como tantas otras veces en nuestra Historia, con esa envidia y vileza nacional que nos caracteriza, con esa ambición por el poder que nos pudre el alma de hidalgo, con nuestra arraigada costumbre de denostar y despellejar al prójimo, las malas lenguas y las habladurías malintencionadas, los chascarrillos con mala leche, las confidencias falsas y los consejos impregnados de mezquino interés empiezan a minar la confianza de su hermano en 
Fernando y a empañar sus resonantes victorias con sucias y falsas acusaciones.
Le decían al rey que el mayor deseo de Fernando era independizar Flandes de la Corona, hacerse él mismo gobernante, desligarse de España y hasta de querer convertirse al calvinismo lo acusaban. De hacer planes junto los franceses -a los que estaba combatiendo sin descanso en aquel mismo instante- para casarse con la maciza hija del Duque de Orleans y así repartirse luego Flandes como buenos hermanos, o primos.
Todo era mentira, claro…

Pero el 
alma de Fernando, noble y luchadora, recibiría un golpetazo irreparable y desolador. Su hermano, el rey, creía a pie juntillas todo lo que le decía Olivares, y el Conde-Duque era de los que no podía ver a Fernando ni en pintura.

Ese mismo y fatal año para España de 1640 Fernando de Austria enfermaría misteriosamente. Al año siguiente, herido en una escaramuza contra los franceses su cuerpo no resistiría más y morirá en Bruselas con treinta y un años de edad.
Su cuerpo tardaría cuatro años en poder regresar a su patria.
Se cuenta que murió envenenado poco a poco y siendo esto España y él, querido y admirado, inteligente, culto y valiente, hidalgo y noble caballero, a mí, ¡pardiez!, no me extrañaría lo más mínimo.

A. Villegas Glez. 2012



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