Igueriben no es más que otro cerro indefendible como lo había sido Abarrán.
Pero la infantería española no discute, solamente obedece y muere.
Que el mando no escarmiente con las cercanas lecciones, no importa. Todavía humeaba monte Abarrán saqueado por los moros y el estirado Silvestre seguía obcecado y ciego, sin querer ver las señales que anunciaban el desastre.
La mañana del siete de junio de 1921, se ocupa y fortifica la loma de Igueriben.
Allí no hay gota de agua y la que hay está lejos y en terreno batido por el enemigo que observa atentamente los movimientos españoles.
Los oficiales de Artillería y de Infantería que se van a quedar allí solos, a expensas del socorro y el apoyo de Annual, levantan los parapetos, las tiendas cónicas, las alambradas y excavan los pozos de tirador.
Alguien hace una broma macabra:
- Ya están cavadas las tumbas… ¿Hacemos cruces, mi Capitán…?
- ¡Cállese, González…!
En la posición, tan cerca y a la vez tan lejos, quedan trescientos cincuenta soldados como guarnición.
Durante todo el mes de junio los kabileños hostigan la posición con ataques intermitentes y sangrientos.
Subir hasta allí el agua y los abastecimientos diarios cuesta un alto esfuerzo y mucha sangre.
Poco a poco -como en las películas del Oeste- Igueriben es rodeado por una inmensidad de moros que chillan y cantan llenando los riscos del Rif de avisos de muerte.
El día dos de julio toma el mando del destacamento el Comandante del Ceriñola, Julio Benítez y Benítez, que había sido el jefe durante la valerosa defensa de otra posición del estirado perímetro español, Sidi Driss.
Desde el primer día informa a sus superiores de que la loma es indefendible ante un ataque masivo del enemigo y que si los consiguen rodear estarán todos perdidos, pero que aún así, sabrán morir como españoles defendiendo la posición.
Los montes, cerros y barrancas que rodean los campamentos españoles son un hervidero de moros enardecidos, casi todas las kábilas se han sumado a las tropas de Abdelkrim y tan sólo esperan la orden de avanzar sobre las posiciones españolas.
Primero lo harán sobre Igueriben, que es sometida a un durísimo ataque y asediada en toda regla el domingo diecisiete de julio de 1921.
Aquel mismo día los soldados españoles ocuparon sus puestos de tiro en los parapetos, bajo el inclemente sol africano, para no abandonarlos hasta caer heridos o morir allí mismo.
Los rifeños atacaban por miles y eran bien dirigidos, pero en la posición el Comandante Benítez alentaba a sus hombres y lideraba la defensa sobre los parapetos de sacos desfondados, siempre acudiendo a donde más se le necesitaba, siempre en los puestos de mayor peligro enardeciendo a sus hombres con su sola presencia.
Durante todo el mes de junio los kabileños hostigan la posición con ataques intermitentes y sangrientos.
Subir hasta allí el agua y los abastecimientos diarios cuesta un alto esfuerzo y mucha sangre.
Poco a poco -como en las películas del Oeste- Igueriben es rodeado por una inmensidad de moros que chillan y cantan llenando los riscos del Rif de avisos de muerte.
El día dos de julio toma el mando del destacamento el Comandante del Ceriñola, Julio Benítez y Benítez, que había sido el jefe durante la valerosa defensa de otra posición del estirado perímetro español, Sidi Driss.
Desde el primer día informa a sus superiores de que la loma es indefendible ante un ataque masivo del enemigo y que si los consiguen rodear estarán todos perdidos, pero que aún así, sabrán morir como españoles defendiendo la posición.
Los montes, cerros y barrancas que rodean los campamentos españoles son un hervidero de moros enardecidos, casi todas las kábilas se han sumado a las tropas de Abdelkrim y tan sólo esperan la orden de avanzar sobre las posiciones españolas.
Primero lo harán sobre Igueriben, que es sometida a un durísimo ataque y asediada en toda regla el domingo diecisiete de julio de 1921.
Aquel mismo día los soldados españoles ocuparon sus puestos de tiro en los parapetos, bajo el inclemente sol africano, para no abandonarlos hasta caer heridos o morir allí mismo.
Los rifeños atacaban por miles y eran bien dirigidos, pero en la posición el Comandante Benítez alentaba a sus hombres y lideraba la defensa sobre los parapetos de sacos desfondados, siempre acudiendo a donde más se le necesitaba, siempre en los puestos de mayor peligro enardeciendo a sus hombres con su sola presencia.
Desde Annual se envía un convoy con agua y municiones.
Será una subida al infierno hasta la posición, pero había que meter los víveres y municiones al precio que fuese.
Será una subida al infierno hasta la posición, pero había que meter los víveres y municiones al precio que fuese.
Nada más salir, cae abatido el Comandante Romero, jefe del convoy, el fuego enemigo es intenso y certero, una barrera de plomo que había que atravesar.
Al Teniente Joaquín Cebollino Von Lindenman, que manda el Escuadrón de Caballería de Regulares con la orden de proteger el convoy, la lluvia de balas no le hace temblar el pulso, al contrario, carga junto con sus valientes jinetes contra las posiciones enemigas y, a sablazos, lograrán abrirse paso entre la multitud de chilabas pardas y del terrible fuego.
Desde Igueriben, Benítez, que observa los movimientos y el arrojo de Lindenman, ordena apostar dos de sus ametralladoras fuera de la posición para castigar el flanco enemigo y dar así alguna oportunidad a los valientes que suben el cerro conduciendo a las mulas.
El Teniente de Artillería, Ernesto Nogués Barrera, al que le habían matado el caballo, se ha puesto al mando del convoy. Ayudado por sus bravos artilleros recupera gran parte de la munición y logra entrar, aclamado por los infantes, en la acosada Igueriben.
Lindenman, a puros huevos, sale de la posición y consigue romper otra vez el cerco enemigo, recoge a los heridos que se habían quedado en la subida y logra regresar al campamento de Annual.
Recibirá la Laureada por su heroica acción que sería el preludio de las gloriosas cargas del Regimiento de Alcántara.
Sin embargo tanto sacrificio y tanto valor han servido de muy poco.
Las cubas con el preciado líquido han sido casi todas agujereadas durante el combate y los litros que llegan apenas pueden apagar la sed de todo un día entero rechazando asaltos bajo el sol.
El asedio no había hecho más que empezar.
De noche el enemigo atacaba con fuerza desde todos los ángulos y tan sólo la ardorosa defensa española conseguía detener los asaltos. La pelea era feroz cuerpo a cuerpo, con fusiles, pistolas, cuchillos, granadas de mano, uñas y dientes.
El Teniente de Artillería, De la Paz Orduña, mantenía en respeto a los moros con sus cañones del "setenta y cinco" a espoleta cero.
Igueriben, resiste. De momento.
Por la mañana un olor fétido inundaba la posición por culpa de los cuerpos reventados a tiros de las acémilas que, espantadas entre el parapeto y la alambrada, habían sido acribilladas por los combates y ahora hinchadas por el calor emanaban sus pestilencias sobre la posición.
Más calamidades que se unían a la sed y a la alta temperatura que superaba a mediodía los cuarenta y muchos grados.
Los soldados, que no pueden abandonar el parapeto, ya que el asalto rifeño no se detiene ni un instante, tuvieron que chupar patatas y mordisquear las mondas, beberse el líquido de las latas de conserva, la tinta de los tinteros y hasta sus propios orines endulzados se tendrán que beber y, encima, racionarlos.
Con los labios agrietados, la garganta como la lija, el pellejo quemado y reseco, la lengua pastosa, la cabeza pensando en el río, caudaloso y limpio que pasaba por el pueblo, allá en España, tan lejos…
Pero todos seguían allí, disparando sus fusiles y haciéndole pagar muy caro al enemigo aquel trocito de tierra sobre el que ondeaba la vieja bandera roja y gualda.
La tercera noche de asedio sobre las mismas alambradas se logra rechazar el millonésimo asalto enemigo, casi a mordiscos, ya que se habían agotado las granadas de mano.
Los cañones de Orduña no han parado de disparar metralla y más metralla contra la puerta de la posición para detener la inmensa turba de turbantes enloquecidos que la asaltaban.
La matanza entre el enemigo resulta espantosa. El precio por Igueriben no tiene rebajas.
A las cuatro de la mañana, Benítez, pide ayuda urgente.
Desde Annual se organizan tres columnas de socorro, pero las tres fracasan en su intento de romper el cerco enemigo.
Los rifeños quieren Igueriben, igual que quisieron Abarrán y se lanzaban en oleadas fanáticas una tras la otra contra los parapetos y contra las Compañías que se desplegaban en su ayuda.
El enemigo tenía la presa bien mordida y no quería soltarla.
La tarde del tercer día, con los defensores cantando aquello de: “que llueva, que llueva”, a ver si así podían llevarse a la boca algo más que arena, los moros emplazan una pieza de artillería, de las que habían capturado en Abarrán, a mil metros de la posición para bombardearla, al principio sin atino, pero poco después logrando meter los pepinos, con mortal acierto, en mitad del blocao.
A Annual había llegado el Coronel Manellas, que exige que se meta un refuerzo de lo que sea y como sea, porque los valientes de Igueriben no merecen menos.
Así que se organiza una columna ligera, en la que cada hombre llevará tres cantimploras de agua que es lo que más necesitan los defensores.
Pero a mitad de camino la granizada de balas del enemigo -que ríase usted de playa Omaha- hace retroceder con muchas bajas a las Compañías de los Regulares encargadas de la misión.
En la posición de Igueriben llueve.
Pero llueve plomo y metralla, desesperación y sed. La figura del Comandante Benítez se recortaba entre el humo y el fuego, enardeciendo a sus Oficiales y a sus Soldados con su ejemplo de abnegado de valor y obstinación.
La noche del veinte de julio los combatientes rifeños lanzan un ataque masivo que piensan será el definitivo.
El heliógrafo de Igueriben pide a la artillería de Annual que bata el perímetro del campamento lo más pegado a las alambradas que sea posible, pues todo el terreno alrededor está infestado de enemigos con las gumias entre los dientes.
La concentración artillera resulta de manual de academia, milimétrica y tan potente que deja los alrededores de la posición arrasados y los defensores, por fin, pueden dormitar tranquilos, al menos un rato.
Huele a carne achicharrada, a sangre coagulada, a cuerpos podridos, a muerte que cabalga sobre las peñas y las barrancas.
Las ametralladoras han empezado a fallar por el recalentamiento y la situación de los hombres es inhumana.
Mueren en los parapetos resecos como bacalaos con la mente apagándose como una vela sin aire.
La enfermería, en la que se hacinaban los heridos más graves, estalla en mil pedazos alcanzada por el cañón rifeño llenando el aire de vísceras y de trozos de muertos que caen sobre los hombres que ya no se inmutan ante nada, hechos al horror, a la tragedia y al drama.
Sabiendo que pronto ellos mismos no serán más que despojos bajo el sol africano.
A pesar de todo, a los rifeños que llegan pidiendo la rendición y la entrega de la bandera, les recibe el bravo Benítez con un: ¡Viva España!, acompañado de una rociada de buen plomo.
Los moros, ofuscados, lanzan más asaltos… De momento son todos rechazados.
Pero ya no durará mucho.
Todos se miran y todos lo saben. Morirán allí. La cuestión es si sabrán hacerlo como españoles.
La mañana del veintiuno de julio los defensores que quedan vivos en Igueriben contemplan como las dos columnas enviadas en su ayuda han sido incapaces de romper el cerco al que están sometidos.
Benítez reprocha a sus compañeros su falta de valor, de decisión y su incapacidad para llegar hasta ellos, que están allí, a punto de morir todos, a tiro de piedra del campamento principal:
“Parece mentira que dejéis morir así a vuestros hermanos…
Silvestre, que por su impetuosidad y desprecio al enemigo había metido al Ejército en aquella ratonera, llega a Annual, venía desde la Plaza en donde había rebañado a los cocineros, enlaces, carpinteros, mozos de cuadra y oficinistas, a los que había armado y llevado hasta el frente.
Llega justo a tiempo para ver retroceder las columnas que había enviado el Navarro.
Tras leer el mensaje de Benítez, el General agarra una de sus conocidas rabietas y organiza, a voz en grito, una carga de caballería con sus jinetes…
Llegará hasta Igueriben aunque tenga que hacerlo él mismo.
Desde Igueriben, Benítez, que observa los movimientos y el arrojo de Lindenman, ordena apostar dos de sus ametralladoras fuera de la posición para castigar el flanco enemigo y dar así alguna oportunidad a los valientes que suben el cerro conduciendo a las mulas.
El Teniente de Artillería, Ernesto Nogués Barrera, al que le habían matado el caballo, se ha puesto al mando del convoy. Ayudado por sus bravos artilleros recupera gran parte de la munición y logra entrar, aclamado por los infantes, en la acosada Igueriben.
Lindenman, a puros huevos, sale de la posición y consigue romper otra vez el cerco enemigo, recoge a los heridos que se habían quedado en la subida y logra regresar al campamento de Annual.
Recibirá la Laureada por su heroica acción que sería el preludio de las gloriosas cargas del Regimiento de Alcántara.
Sin embargo tanto sacrificio y tanto valor han servido de muy poco.
Las cubas con el preciado líquido han sido casi todas agujereadas durante el combate y los litros que llegan apenas pueden apagar la sed de todo un día entero rechazando asaltos bajo el sol.
El asedio no había hecho más que empezar.
De noche el enemigo atacaba con fuerza desde todos los ángulos y tan sólo la ardorosa defensa española conseguía detener los asaltos. La pelea era feroz cuerpo a cuerpo, con fusiles, pistolas, cuchillos, granadas de mano, uñas y dientes.
El Teniente de Artillería, De la Paz Orduña, mantenía en respeto a los moros con sus cañones del "setenta y cinco" a espoleta cero.
Igueriben, resiste. De momento.
Por la mañana un olor fétido inundaba la posición por culpa de los cuerpos reventados a tiros de las acémilas que, espantadas entre el parapeto y la alambrada, habían sido acribilladas por los combates y ahora hinchadas por el calor emanaban sus pestilencias sobre la posición.
Más calamidades que se unían a la sed y a la alta temperatura que superaba a mediodía los cuarenta y muchos grados.
Los soldados, que no pueden abandonar el parapeto, ya que el asalto rifeño no se detiene ni un instante, tuvieron que chupar patatas y mordisquear las mondas, beberse el líquido de las latas de conserva, la tinta de los tinteros y hasta sus propios orines endulzados se tendrán que beber y, encima, racionarlos.
Con los labios agrietados, la garganta como la lija, el pellejo quemado y reseco, la lengua pastosa, la cabeza pensando en el río, caudaloso y limpio que pasaba por el pueblo, allá en España, tan lejos…
Pero todos seguían allí, disparando sus fusiles y haciéndole pagar muy caro al enemigo aquel trocito de tierra sobre el que ondeaba la vieja bandera roja y gualda.
La tercera noche de asedio sobre las mismas alambradas se logra rechazar el millonésimo asalto enemigo, casi a mordiscos, ya que se habían agotado las granadas de mano.
Los cañones de Orduña no han parado de disparar metralla y más metralla contra la puerta de la posición para detener la inmensa turba de turbantes enloquecidos que la asaltaban.
La matanza entre el enemigo resulta espantosa. El precio por Igueriben no tiene rebajas.
A las cuatro de la mañana, Benítez, pide ayuda urgente.
Desde Annual se organizan tres columnas de socorro, pero las tres fracasan en su intento de romper el cerco enemigo.
Los rifeños quieren Igueriben, igual que quisieron Abarrán y se lanzaban en oleadas fanáticas una tras la otra contra los parapetos y contra las Compañías que se desplegaban en su ayuda.
El enemigo tenía la presa bien mordida y no quería soltarla.
La tarde del tercer día, con los defensores cantando aquello de: “que llueva, que llueva”, a ver si así podían llevarse a la boca algo más que arena, los moros emplazan una pieza de artillería, de las que habían capturado en Abarrán, a mil metros de la posición para bombardearla, al principio sin atino, pero poco después logrando meter los pepinos, con mortal acierto, en mitad del blocao.
A Annual había llegado el Coronel Manellas, que exige que se meta un refuerzo de lo que sea y como sea, porque los valientes de Igueriben no merecen menos.
Así que se organiza una columna ligera, en la que cada hombre llevará tres cantimploras de agua que es lo que más necesitan los defensores.
Pero a mitad de camino la granizada de balas del enemigo -que ríase usted de playa Omaha- hace retroceder con muchas bajas a las Compañías de los Regulares encargadas de la misión.
En la posición de Igueriben llueve.
Pero llueve plomo y metralla, desesperación y sed. La figura del Comandante Benítez se recortaba entre el humo y el fuego, enardeciendo a sus Oficiales y a sus Soldados con su ejemplo de abnegado de valor y obstinación.
La noche del veinte de julio los combatientes rifeños lanzan un ataque masivo que piensan será el definitivo.
El heliógrafo de Igueriben pide a la artillería de Annual que bata el perímetro del campamento lo más pegado a las alambradas que sea posible, pues todo el terreno alrededor está infestado de enemigos con las gumias entre los dientes.
La concentración artillera resulta de manual de academia, milimétrica y tan potente que deja los alrededores de la posición arrasados y los defensores, por fin, pueden dormitar tranquilos, al menos un rato.
Huele a carne achicharrada, a sangre coagulada, a cuerpos podridos, a muerte que cabalga sobre las peñas y las barrancas.
Las ametralladoras han empezado a fallar por el recalentamiento y la situación de los hombres es inhumana.
Mueren en los parapetos resecos como bacalaos con la mente apagándose como una vela sin aire.
La enfermería, en la que se hacinaban los heridos más graves, estalla en mil pedazos alcanzada por el cañón rifeño llenando el aire de vísceras y de trozos de muertos que caen sobre los hombres que ya no se inmutan ante nada, hechos al horror, a la tragedia y al drama.
Sabiendo que pronto ellos mismos no serán más que despojos bajo el sol africano.
A pesar de todo, a los rifeños que llegan pidiendo la rendición y la entrega de la bandera, les recibe el bravo Benítez con un: ¡Viva España!, acompañado de una rociada de buen plomo.
Los moros, ofuscados, lanzan más asaltos… De momento son todos rechazados.
Pero ya no durará mucho.
Todos se miran y todos lo saben. Morirán allí. La cuestión es si sabrán hacerlo como españoles.
La mañana del veintiuno de julio los defensores que quedan vivos en Igueriben contemplan como las dos columnas enviadas en su ayuda han sido incapaces de romper el cerco al que están sometidos.
Benítez reprocha a sus compañeros su falta de valor, de decisión y su incapacidad para llegar hasta ellos, que están allí, a punto de morir todos, a tiro de piedra del campamento principal:
“Parece mentira que dejéis morir así a vuestros hermanos…
Silvestre, que por su impetuosidad y desprecio al enemigo había metido al Ejército en aquella ratonera, llega a Annual, venía desde la Plaza en donde había rebañado a los cocineros, enlaces, carpinteros, mozos de cuadra y oficinistas, a los que había armado y llevado hasta el frente.
Llega justo a tiempo para ver retroceder las columnas que había enviado el Navarro.
Tras leer el mensaje de Benítez, el General agarra una de sus conocidas rabietas y organiza, a voz en grito, una carga de caballería con sus jinetes…
Llegará hasta Igueriben aunque tenga que hacerlo él mismo.
Pero sus ayudantes le persuaden de semejante locura y de que de la orden a Benítez de que se rinda.
Desde la posición asediada, tras un momento de silencio, llega la respuesta del Comandante:
“Los oficiales de Igueriben, mueren pero no se rinden…”
Benítez reúne a sus Oficiales y organiza una retirada escalonada.
Se sacrificarán todos ellos para que al menos algunos de sus hombres puedan llegar al campamento principal y salvarse.
Son más o menos las cuatro de la tarde del veintiuno de julio cuando se transmite un último mensaje al campamento de Annual:
“Nos quedan doce cargas de cañón. Contadlas. A la duodécima, fuego sobre nosotros, pues estaremos revueltos moros y españoles…”
Se repartieron los últimos peines, apenas veinte cartuchos, y cada cual estuvo un momento a solas con sus pensamientos y su sed.
Luego se dio la orden de repliegue.
Desde la posición asediada, tras un momento de silencio, llega la respuesta del Comandante:
“Los oficiales de Igueriben, mueren pero no se rinden…”
Benítez reúne a sus Oficiales y organiza una retirada escalonada.
Se sacrificarán todos ellos para que al menos algunos de sus hombres puedan llegar al campamento principal y salvarse.
Son más o menos las cuatro de la tarde del veintiuno de julio cuando se transmite un último mensaje al campamento de Annual:
“Nos quedan doce cargas de cañón. Contadlas. A la duodécima, fuego sobre nosotros, pues estaremos revueltos moros y españoles…”
Se repartieron los últimos peines, apenas veinte cartuchos, y cada cual estuvo un momento a solas con sus pensamientos y su sed.
Luego se dio la orden de repliegue.
La vanguardia del Capitán Bulnes fue masacrada nada más abandonar los parapetos.
Por el flanco izquierdo el Teniente Galán consigue avanzar un poco más pero la marea rifeña es incontenible y caen todos a unos metros de los parapetos.
Por la derecha el Teniente Casado y sus hombres caen acribillados por una descarga cerrada.
El oficial, dado por muerto, será capturado por los rifeños y se pasará dieciocho meses en Axdir trabajando en el huerto de Abdelkrim.
El centro de la columna la manda el mismo Benítez con los heridos.
Morirán defendidos fusil en mano por su bravo Comandante, que agotadas las municiones desaparecerá junto a sus hombres ahogado por la ola de moros que se abatieron sobre ellos.
La retaguardia, los últimos que salieron pegando tiros y gritando desde sus gargantas resecas, acuchillando moros como demonios con sus bayonetas, serían los artilleros de Federico de La Paz Orduña, que habían inutilizado los cañones y defendido el parapeto hasta el último momento.
Ninguno se salvará.
Caerán todos sobre las alambradas y las piedras rodeados de cientos de cadáveres enemigos.
Por el flanco izquierdo el Teniente Galán consigue avanzar un poco más pero la marea rifeña es incontenible y caen todos a unos metros de los parapetos.
Por la derecha el Teniente Casado y sus hombres caen acribillados por una descarga cerrada.
El oficial, dado por muerto, será capturado por los rifeños y se pasará dieciocho meses en Axdir trabajando en el huerto de Abdelkrim.
El centro de la columna la manda el mismo Benítez con los heridos.
Morirán defendidos fusil en mano por su bravo Comandante, que agotadas las municiones desaparecerá junto a sus hombres ahogado por la ola de moros que se abatieron sobre ellos.
La retaguardia, los últimos que salieron pegando tiros y gritando desde sus gargantas resecas, acuchillando moros como demonios con sus bayonetas, serían los artilleros de Federico de La Paz Orduña, que habían inutilizado los cañones y defendido el parapeto hasta el último momento.
Ninguno se salvará.
Caerán todos sobre las alambradas y las piedras rodeados de cientos de cadáveres enemigos.
Solamente quince hombres, convertidos en espectros, lograrán alcanzar el campamento de Annual y casi todos morirán reventados al saciarse de agua. Los que queden lo harán también pocas horas después junto a miles de compatriotas.
Porque cuando la marea rifeña acabe el saqueo de Igueriben pondría sus ojos en Annual.
Porque cuando la marea rifeña acabe el saqueo de Igueriben pondría sus ojos en Annual.
Cuando se abatió sobre nuestras tropas el desastre y la vergüenza, cuando, al contrario que el valeroso Benítez y sus trescientos cincuenta hombres, nadie, entre los altos oficiales que por allí había, tenga el valor de plantarse y de resistir y se olviden lo que había dicho el Comandante Benítez, asediado, solo y perdido, sin esperanza de victoria ni de salvación.
Cuando se olviden de que los oficiales mueren, pero no se rinden…
A. Villegas Glez. 2012
Dedicado a los defensores de Abarrán, de Igueriben, de la Intermedia A, y de todas las demás posiciones y blocaos que se defendieron hasta perecer todos, con los colores orgullosos de su bandera abrazándoles mientras se abrían para ellos las puertas del cielo de los valientes.
Imagen: Boceto de la posición de Igueriben. Autor desconocido
Cuando se olviden de que los oficiales mueren, pero no se rinden…
A. Villegas Glez. 2012
Dedicado a los defensores de Abarrán, de Igueriben, de la Intermedia A, y de todas las demás posiciones y blocaos que se defendieron hasta perecer todos, con los colores orgullosos de su bandera abrazándoles mientras se abrían para ellos las puertas del cielo de los valientes.
Imagen: Boceto de la posición de Igueriben. Autor desconocido
Mi abuelo sirvio en 1921 con el regimiento Ceriñola 42, gran articulo, me ha encantado la forma de redactarlo, mi enhorabuena.
ResponderEliminarhola, es posible que su abuelo conociese a mi tio abuelo, el teniente de infanteria,JULIO BORONDO SANCHEZ, MUERTO EN COMBATE EN iguereben, un saludo.
EliminarConozco casi odo lo relacionado con el desastre de Annual, me encanta la forma como es relatado. Conozco a los descendiente de los capitanes de la Paz. Miguel estaba en Annual y tuvo que disparar contra su hermano Federico. Un tío mío, médico militar: el capitán Teófilo Rebollar murió asesinado en Mont Arruit, pero lo que más me impresiona es nuestra bandera, sí la roja y gualda, hizada y que ahora algunos se avergüencen de ella y la quieran sustituir por la tricolor me desespera.
ResponderEliminarMi abuelo era teniente en Annual. Se salvó.
ResponderEliminarHonor y gloria a los que dieron su vida por España
ResponderEliminarLindeman era capitán, no teniente.
ResponderEliminarfelicidades escritor, das vida a cada una de las personas con las avanzadillas rodeados todos y en cada lugar, desde el frescor del bosque a las altas temperaturas, combatiendo con personas casi desconocidas, todo por no dejar en manos de otras personas la tierra, la patria, nosotros somos parte de la tierra, por eso debemos defenderla como se ama,, y para mi el amar es darte toda tu, yo pertenezco a mi patria,un tio abuelo mio el Teniente julio Borondo Sanchez 4 compañia JBS COMO COMPAÑERO EL teniente jose quintero Ramos -Izquierdo , mi tio murio en IGERIBEN entre el veintidos de julio y el veintiuno de Agosto .de como no, en 1921 como no pensar que se cometen errores en los mandos de los mandos,tanto los que invadieron tropas a ocupar una tierra que ya estaba ocupada, deendiendo su arena, quien los enviaron alli no calcularon el valor de de esa tierra tan nuestra y tan abandonada en el alma, el valor de esa tierra para el invasor tenia sentido pertenecian a esa tierra pero no actuaron bien, no robar, nada, ni tierras, ni cauces ni mares, los españoles mentes estrechas siempre, no calculamos el amor del enemigo.
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