jueves, 20 de octubre de 2011

El FANTASMA DE ELIAN DONAN

El animado grupo de turistas recorre las restauradas estancias del hermoso Castillo de Eilean Donan, junto al no menos hermoso lago Alsh, en las Tierras Altas de Escocia. 
Lo componen un variopinto grupo de franceses y alemanes, a los que la agencia de viajes ha sumado unos cuantos españoles.

De improviso, con escándalo metálico, una enorme armadura cae al suelo y a un orondo alemán le cae la moharra a escasos centímetros de los pies, el pesado metal levanta chispas del pavimento.
Los turistas, sorprendidos y espantados gritan asustados, el gordito germano chilla como las chicas de las pelis de terror, pero el guía escocés sonriendo de oreja a oreja, les dice:
-¡Tranquilidad Señores, tan sólo es el fantasma…!

Los turistas se relajan. 
¡Claro, es una atracción, un entretenimiento! ¡Todos los castillos escoceses deben tener su fantasma!
Y aquel, en mitad de semejante paisaje, no podía ser menos.
La visita continúa entre risas y bromas. 

Entonces se cae el cuadro. 
Es un óleo grande, de ésos que lleva pintada alguna batalla . 
El pesado marco de madera labrada le acierta, de pleno, a uno de los franceses en mitad del pie derecho.
El hombre se agarra de inmediato el pie dolorido y empieza a saltar a la pata coja:

-¡Salope, merde...!- salen de su boca las palabras en ristra y sin acento circunflejo.

Los españoles, que han estado un poco apartados, apenas pueden contener la risa. El marco del cuadro debe pesar al menos cien kilos, ¡que se joda el gabacho!, se dicen entre carcajadas disimuladas.

Entonces el guía escocés reúne a los turistas franco-alemanes y les dice que no es posible continuar la visita.
Mucho menos para el francés que ha tenido la pésima idea de quitarse el zapato y se mira absorto la berenjena que tiene ahora por pie.
Uno de los alemanes avispado y con pinta de haber servido gustoso en la "ese-ese" si hubiese nacido setenta años antes, se adelanta del grupo y con chulería le pregunta al guía:

- ¿Y los “espanien”, si pueden seguir...?

- Sí… - le contesta el escocés imperturbable.

- ¿Solamente por ser “espanien”?- al alemán se le ve muy cabreado con la discriminatoria decisión.

- Precisamente por eso…- remata el escocés, impávido.

¿Nosotros sí y éstos no...?, qué raro- se dicen los españoles.

Uno se adelanta y pregunta entonces, hidalgo:

-¿Qué razón impide a estos señores continuar la visita...?, si ellos no pueden nosotros no seguiremos tampoco…

Nadie sigue sin hacer ni puñetero caso del francés que pide a gritos: ¡une ambulance, une ambulance!, agarrándose la berenjena. 
Todos están pendientes de la respuesta del escocés:

- Porque resulta que el fantasma es español y a vosotros os permitirá la visita y a éstos, no- dice.
Al alemán se le escapa entonces una carcajada estruendosa y entre risotada y risotada salen de su boca las palabras: fantasma y fraude. 
Se ríe fuerte y escandaloso, falto de respeto y de tacto.
Entre la primera carcajada del tudesco y la caída de la lámpara transcurren diez segundos...

Entonces el guía escocés si que se ve obligado a suspender la visita y a llamar a los servicios sanitarios. El descalabro del alemán es considerable. Se pueden ver asomar las piernas temblorosas bajo media tonelada de cristal y de acero. Ya no se ríe…

Después de alejarse las sirenas que se llevan a los heridos, el francés miraba con mucha pena al alemán que iba listo de papeles sobre la camilla, los españoles se acercan al guía y le piden que les cuente la historia. 
¿Cómo que hay un fantasma español allí?- le preguntan.

El escocés empieza a contar la historia a bocajarro pero antes se bebe de un trago media petaca del mejor whisky de la zona, para templarse los nervios:

“En el año 1719 trescientos infantes de marina españoles desembarcaron en Escocia dispuestos a ayudarnos contra los impíos ingleses, pero nadie aquí se sublevó, salvo el bravo Rob Roy, y muy pronto se encontraron solos en territorio enemigo. Abandonados.
Una noche de mayo los ingleses rodearon el castillo y amenazaron con derruirlo a cañonazos si los españoles no se rendían. 
Los españoles escaparon y a nado consiguieron esquivar a los ingleses para así poder combatir luego como lo hicieron en la batalla de Glen Shield, del castillo se marcharon todos menos uno.
Un Capitán que se negó a abandonar las municiones y las armas que allí se guardaban y moriría aquel bravo y cabezón español entre las piedras que se volatilizaban del castillo de Eilan Donan, que quedaría arrasado por muchos años.
Cuando el fantasma se levanta con humor de perros no permite las visitas a nadie, y si son ingleses los visitantes hasta tiemblan las viejas piedras y parece que todo quiera venirse abajo. Durante esos días tan sólo permite la visita a sus compatriotas...”

Cuando los cuatro españoles se alejan marchan abrazados unos a otros y un sentimiento extraño, mezcla de orgullo y de pena se ha apoderado de sus corazones, un regusto se ha pegado a sus paladares, como si hubiesen masticado almendras amargas.

¡Hay que ver de lo que se uno se enteraba...!
Españoles allí, en las Islas, en la misma casa de la rubia Albión… 
Ninguno de ellos sabía nada, ninguno tenía ni idea de todo aquello pues nada se contaba en los libros de texto españoles.

Aquella noche, durante la cena, todos brindan en honor de aquel Capitán español que se había quedado para siempre guardando un lejano castillo escocés. Por orgullo y por honor.

Y así llevaba trescientos años. Y los que le quedaban...

A. Villegas Glez. 2011


Imagen: Castillo de Elian Donan en la actualidad.






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