miércoles, 19 de octubre de 2011

LA CARTA DE DUPONT



Bailén. Espagne. 25 de julio de 1808…

¡Vive la France...!


Queridísimo Emperateur… Altísimo Sire…


No sé, ¡oh, la, la!, por donde empezar…
¿Por el principio?


Bueno, ¿Recuerda Sire, que me ordenó acudir rápido y ligero, perdiendo el culo vamos, hasta Cádiz para salvar a nuestra flota...?
Pues verá lo que son las cosas…

Esto de aquí ni es Prusia ni Polonia ni Austria, aquí la gente nos mira atravesada, con un odio que hace que se te encojan los huevos. 
Desde el inicio del camino de Madrid nos atacan y hostigan los campesinos, sí Sire, ¡los campesinos…! 
Al pobre soldado que se queda atrás lo degüellan sin piedad o atacan de noche, entran, matan, queman y desaparecen…
Si le soy sincero, Sire, no pego ojo y en mi cama siempre tengo a mano mis pistolas bien cebadas. Dan un miedo que te cagas por la pata abajo los guerrilleros…

Con aquel panorama llegamos a un lugar llamado Valdepeñas y allí Sire, nos dieron las del pulpo, sí Sire, ¡la del pulpo!, tan enconada fue la resistencia que tuvimos que retroceder hasta Toledo para reorganizarnos y volver otra vez…

¡Joder con la invasión y la toma de este puñetero país lleno de locos, de curas y de navajas! 
Aquí, Sire, la gloria de Francia se empañará de sangre, y si no, al tiempo.

En fin, al turrón...
Conseguimos atravesar el paso que llaman de Despeñaperros, dicen que se llama así porque desde sus peñas arrojaban a los sarracenos y a mí, la verdad, no me extraña lo más mínimo, viendo al paisanaje.
No tuvimos demasiados problemas, aunque llegaban noticias de que los españoles movían ficha y reunían un ejército. 
Créame Sire si le digo que me reía de aquella intención. 
Nosotros éramos la Grande Armée, 
¿Adónde coño iban los españoles?, me preguntaba a mi mismo. 
Ya ve, excelencia, lo que es la ignorancia.

Llegamos entonces a Córdoba y en el puente de Alcolea unos cuantos paisanos nos plantaron cara, pero los arrollamos sin problemas y luego nos dedicamos a matar, a robar, a violar, a profanar y a destruir durante varios días seguidos. 
Ya sabe por aquello de que no digan que los franceses no sabemos comportarnos.

El caso es que a los españoles, especialmente a los andaluces, aquello les sentó como un pistoletazo, y si antes no les caíamos simpáticos, imagine después del saqueo.
Desde todas partes me llegaban noticias de que los españoles acudían en masa a alistarse en el Ejército, o peor, se subían al monte y de allí bajaban en manadas furiosas para matar franceses.

No le voy a mentir, Sire, allí nos cagamos todos patas abajo mientras mirábamos los carros llenos de botín fruto de nuestro pillaje y desvergüenza y nos estremecíamos…
Estos se han "cabreao", veremos a ver qué pasa…

Pero, ¡qué coño!, nosotros éramos los vencedores de Austerlitz, 
¿De qué íbamos a tener miedo?, ¿De aquellos españoles zarrapastrosos...?
Ya ve, Sire, lo optimista que yo era.

Decido entonces avanzar hacia atrás, que no es lo mismo que retroceder, y a buscar el camino de Andújar y Bailén. 
¿Una sabia decisión, verdad, Sire...? Pues no.
Resulta que el inútil del general Vedel, por su cuenta y riesgo sin decir nada a nadie, abandona Bailén camino de Madrid. Los españoles, claro, ocupan la ciudad de inmediato.

Yo de todo esto me entero cuando, de madrugada, mis vanguardias entablan feroz combate contra el enemigo. 
A ellos también se conoce que los pillamos en bragas. ¡Ja, ja ,ja, Sire, qué risa!, dos ejércitos que se encuentran en plena madrugada y que sin decir buenas noches se lían a espadazos, a cargas de caballería y a cañonazos…
Un bonito espectáculo, para ver desde la barrera, claro.

Se estremecía la tierra Excelencia, ardían los matojos y saltaban los pedazos de hombres por todas partes cuando los españoles, con más tino, nos ganaron el duelo artillero con el que vimos amanecer.
Cuando alcanzo por fin al campo de batalla, son ya las ocho y pico de la mañana,  los españoles habían rechazado todos nuestros intentos. 
Con grandes bajas. 
Las Brigadas de Caballería, Privé y Dupré estaban diezmadas y deshechas. 
El muro español no se resquebraja y sus líneas aguantaban firmes. 
Ninguno de nuestros enemigos era así de duro, Sire. 
Tenía que haber estado allí su Excelencia…
¡Qué manera de recargar los cañones, qué locos, qué bestias...!
Por ejemplo unos lanceros que vestían muy folclóricos se metieron hasta nuestra cocina, y a pesar de la escabechina que les hacíamos, seguían ensartando soldados hasta que los abatíamos…
¡Qué gente, Sire, qué gente!

Ordeno realizar un ataque en columnas, ya sabe, con mucha carga de Caballería por los flancos, todo muy ortodoxo y muy táctico… 
Pero ni por esas. 
Los españoles machacan la columna de Chabert al que dejan tieso a las primeras de cambio.
No imagina Sire, el calor que hacía… Derretía los sesos y secaba la garganta, un calor que te deja blando y hecho polvo. 
Un calor de mil demonios, y sin gota de agua…Los españoles, sin embargo no carecían de ella, los abastecían las vecinas de la ciudad, que jugándose la vida, llevaban cántaros y botijos a los defensores que así lograban enfriar sus cañones mientras que los nuestros reventaban al rojo. Ni meándose una Compañía entera sobre ellos conseguíamos enfriarlos. 
¡Qué triste espectáculo es ver a nuestros Granaderos en posición tan vergonzosa, Sire...!

Fue entonces, Sire, cuando me decido. Saco mi sable, sí aquel tan bonito que me regaló vuecelencia, y me pongo al frente de las tropas y me lanzo directo contra el centro español…

A los tres metros me pegaron el tiro, que por pocas, Sire, se me lleva por delante los huevos. Intenté permanecer erguido, pero no pude, y mi tambaleo se tradujo en el tambaleo del ejército entero que vuelve grupas y retrocede presa del pánico… 
¡Sí Sire, sí!, sus queridos soldados azules corriendo como conejos delante de los galgos, es así de jodido de contar Excelencia, pero es así.

Solamente sus leales Marinos de la Guardia conservaron la gallardía y el honor, ellos y los pocos que quedaban de la Columna Privé, que se dejaron hacer filetes para proteger la desbandada de los demás... Unos valientes, Sire...

Además y para que se fíe su Excelencia de un suizo, los de la Brigada Rouyer van y se dan de bruces con sus compatriotas del Regimiento de Reding, y en vez de liarse a tiros y a bayonetazos como está mandado, pues no, se ponen a darse abrazos y besos y a decirse lo mucho que le odian a vuecelencia y a Francia…
Más de mil y pico se cambiaron de bando.

No quiero entrar en más detalles pero allí perdimos el orgullo y la disciplina, la fuerza de su ejército, Sire, se evaporó bajo aquel terrible calor andaluz.

Después llegaron más españoles a nuestra retaguardia y nos cercaron. 
También llegó Vedel, tarde y mal, y se puso  a pegar tiros en mitad del alto el fuego, así que en el cerro de San Cristóbal le llevaron por delante casi un Batallón entero. Por chulo.

Ya ve Sire, lo que son las cosas, después de haber derrotado y humillado a toda Europa, después de conquistar las pirámides y de que nos alumbrase el sol de Austerlitz, han sido estos españoles indisciplinados, atrasados y fanáticos los que nos han dado nuestra primera tunda en campo abierto.
Sin más un servidor se despide ya que pronto le veré en París y le relataré más detalles.
A su entera disposición…

DUPONT.


PD: Le llevo un botijo de Bailén, de recuerdo…


A. Villegas Glez. 2011

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