viernes, 18 de noviembre de 2011

ALCALÁ GALIANO

Nuestro protagonista de hoy es otra de aquellas joyas que perdimos en Trafalgar, batalla en la que, aparte del renacido poderío naval, perdimos a toda una generación irrepetible de hombres de ciencia y de mar, de genios valientes y audaces que leían, escribían libros y levantaban derroteros para que después los pudieran seguir todas las Armadas del Mundo.

A los once años nuestro hombre ingresa en la Real Armada como Guardiamarina. Es estudioso, aplicado, inteligente, despierto y desde tan temprana edad ya se le aprecia un especial y natural talento para la Cartografía.

En el año mil setecientos setenta y seis toma parte en la toma de la isla de Santa Catalina en el Brasil y en la rendición de la Colonia de Sacramento en el Río de la Plata que habían sido ocupadas por los portugueses. Realiza labores de corsario en las aguas del Atlántico Sur.
El tiempo libre lo dedica al estudio de la Astronomía.
En el año mil setecientos ochenta y cuatro formará parte del equipo del famoso cosmógrafo y marino Vicente Tofiño, encargado por el Rey en confeccionar mapas topográficos de las costas españolas y africanas. 
El joven Galiano causaría en el viejo maestro tan buena impresión que se lo recomienda a su amigo, Alejandro Malaspina, para que se lo lleve en la expedición que prepara. 
Pero otro gran marino reclamaría a su lado al joven oficial, Antonio de Córdova, que le manda llamar para que se una a la expedición que iba a partir con rumbo al Estrecho de Magallanes.

Durante aquel largo viaje su buen hacer, sus educadas maneras y su uso experto de los instrumentos marinos y científicos convierten la expedición en un éxito indiscutible. Nuestro hombre empieza a adquirir fama y galardones.

Es tal la calidad y la brillantez de los trabajos y estudios de Galiano que Vicente Tofiño vuelve a reclutarlo, en aquella ocasión para poner adecuadamente, o sea en su sitio exacto, sobre las Cartas de Navegación nada menos que la Isla Terceira de las Azores, que había sido colocada en las Cartas unos años antes y al boleo por el francés Flerieu.

En mil setecientos ochenta y nueve zarparía una de las mayores expediciones científicas auspiciadas por España, la expedición Malaspina, en la que viajaban astrónomos, cartógrafos, botánicos, naturalistas y dibujantes. Nuestro hombre viajaba en ella.

Cuando alcanzan el puerto de Acapulco a nuestro oficial y a otro grande, Cayetano Valdés, les ordenan ir en busca del Estrecho de Fuca para buscar el ansiado Paso del Norte, que según todas las leyendas y los rumores, comunicaba los dos grandes Océanos del Mundo igual que los comunicaba por el Sur.

Sería durante esta travesía en la que nuestro avispado protagonista descubriría el método para calcular la latitud usando la altura de un astro y su distancia con el Meridiano Terrestre. Resulta un cálculo complicado y difícil que utiliza el sol y las estrellas que se pueden ver durante el crepúsculo, un cálculo que no todo el mundo podía imaginar ni resolver.
Y nuestro compatriota lo hizo. 
¡Con dos neuronas...!

Sin embargo, como casi siempre nos pasa, en cuando regresa la expedición a España las intrigas palaciegas, que tanto abundan en nuestra historia, vuelven a manchar el honor de hombres sabios y valientes, ¡qué asco de envidia negra y de poderosos corruptos!, ¡así ardan todos en el infierno bailando muy juntos la chacota!

Malaspina se vería envuelto en una revuelta contra Godoy, y claro, de inmediato todos sus amigos y conocidos, y si ean cultos y Capitanes de Navío más todavía, se vieron acusados, acosados y perseguidos por los seguidores del Ministro.
A nuestro hombre lo destierran de la Corte a Cádiz, lo que visto en perspectiva no es mal exilio, pardiez.

Allí, como es leal y valiente soldado, defenderá la ciudad del ataque inglés al mando de una de las nuevas lanchas cañoneras.
Con aquella cañonera Galiano les daría las del pulpo a los hijos de la Pérfida.
Y encima, no contento con la soba de palos que les había dado, harto de ingleses, agarra a su tripulación, iza las velas de su navío, ordena cargar los cañones y salir de puerto.
Galiano, más chulo que un ocho, consigue burlar el bloqueo inglés y llegar a América.

¿Creen vuestras mercedes que se quedó a gusto...?, pues no.

En las Provincias de Ultramar llena los barcos hasta las bordas de buena plata americana y luego, para más desgracia y escarnio de los enrabietados -y admirados- ingleses que lo perseguían con media flota por todo el Atlántico, consigue regresar a España, pasarse el bloqueo naval inglés por el forro y desembarcar los reales en el puerto de Santoña.

¿Pensarán vuestras mercedes que con aquello había tenido suficiente...?, pues tampoco...

Nuestro hombre ordena, una vez descargada la plata y reabastecidos de pólvora sus barcos, zarpar de inmediato y otra vez se chotea de los ingleses que lo persiguen y lo acosan. 
Ordena poner rumbo otra vez -sus cojones- directo hacia La Habana, adónde consiguen llegar sin novedad.
Los ingleses mordían de rabia la madera de sus barcos.
Ya no le hizo falta volver a salir pues estando en el puerto cubano se firmó con los ingleses la paz de Amiens y pudo regresar a España, esta vez más tranquilo y riéndose de toda la flota inglesa que lo saludaba al pasar.

Después de aquello regresaría a sus labores científicas. 
Esta vez en las costas de Grecia y de Turquía, para levantar Cartas adecuadas y fiables de toda aquella zona llena de islas, islotes, rompientes y bajíos y que, antes de la expedición española, en el único sitio en el que estaban consignadas y que circulaba por Europa sirviendo de guía a los marineros, era una vieja carta del Almirantazgo británico toda llena de tachaduras, enmiendas y de borrones.

Durante aquel viaje nuestro protagonista se ganaría el respeto y la admiración de toda Europa.
Sería en Cádiz, ciudad en la que continuaba desterrado, en la que terminaría de escribir la relación del viaje.
En Cádiz, al mando del navío de setenta y cuatro cañones, "Bahama", también le pilla el bloqueo naval de los ingleses y la nefasta alianza con los franceses. 
Es el año mil ochocientos cinco.

Era octubre y el Almirante Villenueve había convocado a sus oficiales para discutir cual era la mejor manera de combatir a los ingleses.
El General Escaño proponía, con muy buenas razones y estudiados planteamientos, que el plan español consistía en esperar refugiados en la bahía para desgastar poco a poco la poderosa flota enemiga.

Fue justo en aquel momento fue cuando el Contraalmirante Magón, que además de arrogante y de gabacho era el perrillo faldero de Villenueve y un pelota de narices, se puso chulo gritando de muy malas formas pronunciando y mirando con mucho recochineo a los oficiales españoles la palabra cobardes.
Alcalá-Galiano por poco lo mata allí mismo. Tuvieron que sujetarlo muy firmemente entre Churruca, Gravina y Escaño.

El español y el francés -que todavía temblaba como un pajarillo- acordaron batirse en duelo tras la batalla.

Porque al final la Escuadra Combinada saldría de la bahía de Cádiz y bueno... 
Aquella maniobra que ordenó el inútil de Villenueve, ya saben después lo que pasó, Pérez Reverte y Galdós lo han contado de forma magnífica.

El "Bahama", navío de setenta y cuatro cañones y dos puentes que capitaneaba nuestro protagonista se batió como un león contra varios enemigos al mismo tiempo. 
Los ingleses atacaban al barco español admirados por el valor de aquel buque que daba zarpazos terribles pese a esta herido de muerte. 
Y aún así, sin palos y sin posibilidad alguna de maniobra, al "Bahama" no había inglés que se le acercase.

Nuestro héroe fue herido primero en una pierna y después en la cara pero se negó siempre a abandonar su puesto de combate y con su gesto galvanizaba a los defensores, les daba ánimos y fuerzas, admirando a todos la figura flaca de su Comandante, que herido, pegaba voces que enervaban en mitad del berenjenal, tan frío como un témpano de aquellos del Norte del Mundo que tanto había explorado.

Nuestro hombre seguiría peleando hasta que una andanada enemiga lo derribó decapitado sobre las tablas de su querido navío. 
Al morir nuestro protagonista los defensores se vinieron abajo y al poco tiempo el "Bahama" arrió su bandera llena de agujeros.

Pero los ingleses no consiguieron capturarlo ya que aquella noche durante el tremendo temporal que se desató en el Estrecho y que zarandeó por igual a las tres flotas, o lo que de ellas había quedado sin importarle al viento ni un pimiento la nacionalidad de los navíos, el "Bahama" fue a estrellarse contra las rocas de la costa y sus restos se hundieron sirviendo de tumba para muchos hombres valientes.

Don Dionisio Alcalá Galiano, nuestro protagonista, era uno de ellos.

Ahora se le puede encontrar levantando cartas y derroteros de los mares celestiales.

A. Villegas Glez. 2011


Imagen: Óleo de Dionisio Alcalá Galiano. 


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