La reina Isabel de Inglaterra -así arda en el infierno- quería hacer leña del árbol caído y decide enviar una poderosa flota contra España.
Pone al mando al conocido pirata Francis Drake, que se encuentra con una armada gigantesca, mucho mayor y poderosa que la Invencible, una armada que contaba con seis magníficos Galeones Reales, setenta mercantes artillados, sesenta urcas holandesas y varias decenas de embarcaciones menores entre pinazas, barcazas y lanchones con veinticinco mil ingleses dentro entre marineros y tropa embarcada que mandaba el reconocido General Norrys y que se pusieron en camino, alegres y tocando gaitas, dispuestos a desollar a todos los españoles que encontrasen y llevarse, de paso, algún pellizco en oro y plata de la Indias.
Las órdenes de la reina eran claras: atacar Santander en donde estaban la mayoría de las naves españolas reparándose tras el desastre, tomar y saquear la ciudad, reabastecerse y dirigirse luego hacia Lisboa, allí serían -en teoría- recibidos por el pretendiente al trono luso, Antonio Crato y sus aguerridas tropas. Drake debía apoyar la rebelión portuguesa, tomar Lisboa y las Islas Azores.
Aquellas eran las órdenes de la bermeja...
Pero el avaricioso Sir Drake a mitad de camino recibe noticias de que, en La Coruña guardaban los españoles un inmenso tesoro de plata y de oro.
Entonces el pirata se pasa impasible las órdenes reales por el forro de salva parte y pone rumbo a toda vela hacia la ciudad gallega.
El cuatro de mayo de mil quinientos ochenta y nueve arribaron los ingleses.
El cuatro de mayo de mil quinientos ochenta y nueve arribaron los ingleses.
El Marques de Cerralbo, que era el Gobernador de la Plaza, había logrado reunir, a duras penas, a poco más de mil quinientos soldados y marineros que resultaban muy pocos, sin embargo a la defensa se habían unido en masa y con ardor heroico los hombres, las mujeres, los ancianos y los niños de la ciudad.
Todo el mundo acudió a las murallas dispuesto a defenderlas.
Al Marqués se le escapaban los lagrimones emocionados.
El ataque inglés resultaría valeroso y arriesgado, como suelen.
Drake enviaba a sus hombres a la muerte cegado por un tesoro que no existía.
Norrys que era un militar eficiente lograría desembarcar unos ocho mil infantes con alguna artillería y consigue tomar el barrio extramuros de la Pescadería y allí, también como suelen, los ingleses se ensañarían cruelmente con los civiles que encontraron a su paso.
Pero el avance británico se detendría bruscamente bajo las murallas de La Coruña. Porque allí la defensa resultó feroz y numantina. Los mosquetes españoles abatían ingleses por decenas y los pocos que conseguían llegar hasta arriba de los adarves se encontraban con centenares de civiles enloquecidos que los agarraban, los vapuleaban, los degollaban y los destripaban para arrojarlos luego desde los muros desmadejados y hechos pedazos.
El ataque inglés resultaría valeroso y arriesgado, como suelen.
Drake enviaba a sus hombres a la muerte cegado por un tesoro que no existía.
Norrys que era un militar eficiente lograría desembarcar unos ocho mil infantes con alguna artillería y consigue tomar el barrio extramuros de la Pescadería y allí, también como suelen, los ingleses se ensañarían cruelmente con los civiles que encontraron a su paso.
Pero el avance británico se detendría bruscamente bajo las murallas de La Coruña. Porque allí la defensa resultó feroz y numantina. Los mosquetes españoles abatían ingleses por decenas y los pocos que conseguían llegar hasta arriba de los adarves se encontraban con centenares de civiles enloquecidos que los agarraban, los vapuleaban, los degollaban y los destripaban para arrojarlos luego desde los muros desmadejados y hechos pedazos.
En mitad de lo más duro del combate se abrió una brecha en las defensas españolas y los infantes ingleses se arrojaron contra ella enardecidos y dispuestos a colarse dentro de la ciudad para saquear hasta la última covachuela y violar hasta la última mujer.
A la cabeza de la turba inglesa va un joven oficial que ondea el estandarte con la Cruz de San Jorge.
Entre la densa humareda aparece la figura ensangrentada de la mujer.
Lleva entre las manos una media pica y los ojos arrasados por las lágrimas.
Entre la densa humareda aparece la figura ensangrentada de la mujer.
Lleva entre las manos una media pica y los ojos arrasados por las lágrimas.
Durante un instante el alférez inglés duda, ve a la mujer y ve la pica chorreando sangre, pero todavía no la cree capaz de...
Entonces la mujer, sin pestañear, ensarta por las tripas al rubito que la miraba con cara de lelo.
La mujer grita de rabia y de dolor, una hembra herida rugiendo venganza:
- ¡Quién tenga honra que me siga...! - vocea a los hombres que tiene detrás con las tripas del inglés bailoteando en la punta de la moharra.
Y los coruñeses la siguieron.
Ebrios de valor no solamente consiguen tapar la brecha sino que empujan a los ingleses hasta las mismas playas y sin dejarse ninguno vivo detrás.
El diecinueve de mayo los ingleses se ven obligados a reembarcar y a huir de La Coruña.
La mujer de la media pica se llamaba María Mayor Fernández de la Cámara y Pita.
María Pita para los amigos y conocidos.
Después de ser corridos a palos en La Coruña los ingleses, lamiéndose las heridas, ponen rumbo a Lisboa.
En Peniche, el General Norrys desembarcaría junto con diez mil efectivos que de inmediato inician la marcha hacia la capital lusa.
- ¡Quién tenga honra que me siga...! - vocea a los hombres que tiene detrás con las tripas del inglés bailoteando en la punta de la moharra.
Y los coruñeses la siguieron.
Ebrios de valor no solamente consiguen tapar la brecha sino que empujan a los ingleses hasta las mismas playas y sin dejarse ninguno vivo detrás.
El diecinueve de mayo los ingleses se ven obligados a reembarcar y a huir de La Coruña.
La mujer de la media pica se llamaba María Mayor Fernández de la Cámara y Pita.
María Pita para los amigos y conocidos.
Después de ser corridos a palos en La Coruña los ingleses, lamiéndose las heridas, ponen rumbo a Lisboa.
En Peniche, el General Norrys desembarcaría junto con diez mil efectivos que de inmediato inician la marcha hacia la capital lusa.
Durante el camino Norrys espera que se le unan los portugueses aliados.
Mientras Drake con la flota, tomaría la desembocadura del Tajo. Al menos aquel era el plan.
Porque primero el camino desde Peniche a Lisboa se convertirá en un infierno para los casacas rojas.
Mientras Drake con la flota, tomaría la desembocadura del Tajo. Al menos aquel era el plan.
Porque primero el camino desde Peniche a Lisboa se convertirá en un infierno para los casacas rojas.
La población portuguesa aunque no está para nada contenta con el rey español, mucho menos lo está de ver a los herejes ingleses, que durante siglos se habían dedicado a asolar sus costas, campando a sus anchas por el país.
Los ingleses encuentran una fría indiferencia, ataques sanguinarios y brutales por parte de partidas guerrilleras hispano-lusas afines a Felipe, y muy pocos apoyos, abastecimientos o aliados.
Cuando llegan a las cercanías de Lisboa están desmoralizados y deshechos.
A la desembocadura del gran río, para cagalera de los ingleses, habían llegado también las temibles galeras de Alonso de Bazán, que muy pronto se convertirían en terror y pesadilla de los ingleses porque desde las bordas de las naves los españoles se podía disparar a los enemigos de la orilla como a patos en un estanque.
De noche los ingleses se ocultaban entre la oscuridad y el silencio y los españoles no lograban localizarlos...
Don Alonso idearía entonces una estratagema.
Ordena que algunos hombres finjan un desembarco en la orilla inglesa con mucho aparato y artificio y cuando los ingleses se preparan para repeler el desembarco y encienden las mechas de sus arcabuces, los artilleros españoles guiados por las lucecillas de las mechas chisporroteando consiguen aniquilar a un Batallón inglés al completo.
Los supervivientes huyen despavoridos por los fangales que rodean el río Tajo.
El cuerpo expedicionario inglés estaba al borde del colapso.
Entonces el General Norrys, desesperado, pide ayuda urgente a un desconcertado Drake, que en ningún momento se ha atrevido a acercar sus naves a la desembocadura del río porque estaban allí las galeras españolas. ¡Glups...!
El dieciséis de junio Drake, con los pocos y maltrechos supervivientes que habían conseguido reembarcar se marchan de Portugal bien apaleados de nuevo.
El General Norrys, con mucha flema inglesa, le recrimina a su Almirante la falta de auxilio e iniciativa:
- No vino vuecelencia a la desembocadura, Sir Francis...
- Lo lamento, Norrys, lo lamento... Un repentino ataque de cagaleras, usía se hace cargo...
Cuando lo que queda de la antaño flamante flota inglesa consiga salir de aguas lisboetas serán perseguidos y acosados sin piedad por las galeras del Capitán Martín de Padilla.
Durante unos días los españoles se mantendrían detrás de la flota enemiga como una manada de lobos esperando su oportunidad.
El día veinte de junio la oportunidad llega.
Cuando llegan a las cercanías de Lisboa están desmoralizados y deshechos.
A la desembocadura del gran río, para cagalera de los ingleses, habían llegado también las temibles galeras de Alonso de Bazán, que muy pronto se convertirían en terror y pesadilla de los ingleses porque desde las bordas de las naves los españoles se podía disparar a los enemigos de la orilla como a patos en un estanque.
De noche los ingleses se ocultaban entre la oscuridad y el silencio y los españoles no lograban localizarlos...
Don Alonso idearía entonces una estratagema.
Ordena que algunos hombres finjan un desembarco en la orilla inglesa con mucho aparato y artificio y cuando los ingleses se preparan para repeler el desembarco y encienden las mechas de sus arcabuces, los artilleros españoles guiados por las lucecillas de las mechas chisporroteando consiguen aniquilar a un Batallón inglés al completo.
Los supervivientes huyen despavoridos por los fangales que rodean el río Tajo.
El cuerpo expedicionario inglés estaba al borde del colapso.
Entonces el General Norrys, desesperado, pide ayuda urgente a un desconcertado Drake, que en ningún momento se ha atrevido a acercar sus naves a la desembocadura del río porque estaban allí las galeras españolas. ¡Glups...!
El dieciséis de junio Drake, con los pocos y maltrechos supervivientes que habían conseguido reembarcar se marchan de Portugal bien apaleados de nuevo.
El General Norrys, con mucha flema inglesa, le recrimina a su Almirante la falta de auxilio e iniciativa:
- No vino vuecelencia a la desembocadura, Sir Francis...
- Lo lamento, Norrys, lo lamento... Un repentino ataque de cagaleras, usía se hace cargo...
Cuando lo que queda de la antaño flamante flota inglesa consiga salir de aguas lisboetas serán perseguidos y acosados sin piedad por las galeras del Capitán Martín de Padilla.
Durante unos días los españoles se mantendrían detrás de la flota enemiga como una manada de lobos esperando su oportunidad.
El día veinte de junio la oportunidad llega.
Una calma chicha deja las naves inglesas inmóviles sobre el Atlántico y Padilla lanza al ataque sus galeras sin dudarlo un instante.
Ordena a sus barcos colocarse en formación de fila india, casi proa con fanal, así serán un blanco menor para los avezados artilleros enemigos y podrán aprovechar mejor su escasa artillería.
La galera que descargue sus cañones y pedreros se apartará y pasará al final de la fila mientras recarga. Así crean los españoles un estilete de fuego y de redaños que provoca que los ingleses se desbanden como las gallinas del zorro dentro del gallinero.
Los barcos ingleses que caen aferrados en abordajes sin cuartel resultan capturados y hundidos y de ellos no saldría inglés con vida.
Sir Francis Drake y los pocos y vapuleados supervivientes de la flota logran llegar a las costas inglesas, maltrechos y derrumbados, el día diez de julio.
Destrozados, humillados y vencidos.
Hasta el puerto de Plymounth llegaba el eco de un extraño ruido que llegaba desde Londres. Eran los dientes de la Reina Isabel rechinando.
En su palacio la bermeja se subía por las paredes, arañaba, chillaba y despotricaba sin recato mientras dentro de su cabeza resonaba, insistente, un viejo refrán español que su amor secreto, Felipe de Austria, le había enseñado en otros tiempos:
"Donde las dan, las toman..."
A. Villegas Glez. 2011
Imagen: Estatua de María Pita en La Coruña.
!! MAGNÍFICO !!
ResponderEliminarDe eso no se quieren acordar los herejes ingleses.
ResponderEliminarMuy grande nuestra Historia.
Oleeee
ResponderEliminarPor desgracia los que no nos acordamos somos nosotros.
ResponderEliminarOs que temos a sorte de achegarnos cada tanto á Coruña sabemos do coraxe e templada bravura dos nativos. Naqueles tempos nos que os españois éramos eso: españois, sen as estúpidas diferenzas que trouxeron os bastardos separatistas do século dezanove. Noraboa pola súa gráfica descripción, maese Villegas
ResponderEliminarPD: Lo escribo en gallego para que se vea que, hablando unos idiomas u otros, la españolidad transciende los rígidos esquemas que algunos nos han querido transmitir. Ni aldeanismo separatista corto de miras, ni monolítica homogeneidad
Oleeee tus huevos
EliminarRicardo me dejas atónito, eres un crack :-) Grande Galicia!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarPues supongo que el comentarista gallego
EliminarMUY CIERTO
ResponderEliminarLo de ricardo lo dice por el comentario anterior que hizo Ricardo Castellano, un buen relato Antonio Villegas.
ResponderEliminarMe ha encantado. Creo que no debemos avergonzarnos de nuestra historia. Gracias por compartirla Antonio Villegas!!!
ResponderEliminar