sábado, 19 de mayo de 2012

LOS ÚLTIMOS LAUREADOS

Hacía mucho frío aquella mañana de enero, frío del desierto que es el peor del mundo, pues hasta las piedras se partían en mil pedazos cuando el sol se escondía y el aire gélido recorría las dunas llegando hasta el Océano Atlántico.

La columna estaba preparada y con los motores arrancados, dispuestos a iniciar la marcha que les llevaría hasta la zona de Edchera, que se encontraba a veintitantos kilómetros de la capital -El Aaiún- y de dónde habían llegado noticias de que andaban los marroquíes -para no variar- dando mucho por saco.

Después de observar un rato a sus hombres, el Comandante Rivas ordena avanzar a la columna y la Treceava Bandera de La Legión se puso en marcha.
En uno de los todo-terreno viajaba el veterano Brigada, Francisco Fadrique Castromonte, que siente un escalofrío recorrer su espina dorsal, gotas heladas que provocan que bajito, apenas sin mover los labios, se ponga a cantar, "El Novio de la Muerte".

Avanza la columna legionaria sobre las ardientes arenas, con las saharianas, con las alpargatas y con las cartucheras repletas de munición. 
Al frente, en vanguardia, la Segunda Compañía del Capitán Jáuregui.

La columna atraviesa la Acequia Colorada o Saguia el Hamra, que es un antiguo río seco, rodeado de viejos cauces y arroyuelos igual de secos -o al menos así se pasan la mayor parte del año- y que forman barrancas y trincheras naturales, invadida toda la zona de matojos, chumberas, pitas y arbustos espinosos. La acequia misma es un tajo en mitad del camino muy difícil de atravesar.

De repente se oyen unos disparos, que van creciendo como una traca valenciana, la vanguardia es detenida en seco por el fuego de fusilería y ametralladoras de los moros que están apostados entre las peñas de la acequia. 
Al Capitán legionario que manda la vanguardia no le queda otra opción que clavarse al suelo y pasar a la defensiva.
El enemigo se encuentra muy bien atrincherado y ocupando posiciones dominantes, mientras que la columna española se había quedado en mitad del llano y sin apenas obstáculos naturales con los que poder protegerse del fuego enemigo. Como patitos de feria.
A pesar de ello los legionarios, fieles a su espíritu, se defienden como leones.

Con esfuerzo y valor se consigue llegar hasta dónde están los sitiados del Capitán Jáuregui, los que llegan son los hombres de la Tercera Compañía. Pero la situación es desesperada y peligrosa, así que el Capitán intenta realizar un movimiento envolvente, para intentar flanquear al enemigo y poder alcanzar mejores posiciones de tiro. 
Pero la mala fortuna hace que el inicio del movimiento español coincida con la llegada de más refuerzos enemigos, que acudían en enjambres exaltados hacia el combate en la acequia. Una Sección es casi aniquilada al completo. La sangre española, una vez más, riega las arenas ardientes del Sahara.

Mientras tanto, las otras Secciones de la Compañía seguían peleando sin descanso con los fusiles y las ametralladoras soltando fuego sin detenerse, recalentándose los cañones y los hombres. 
El enemigo apretaba muy fuerte, las ráfagas continuas y certeras causaban continuas bajas entre los legionarios.
Sin embargo nada amedrentaba a aquellos novios de la muerte que mantenían el fuego y que, cada vez que los moros intentaban asaltar la débil posición defensiva española, eran rechazados a tiros, a bayonetazos, a mordiscos y a pedradas. 
¡Con dos cojones!

¡¡¡TRACATACATACATÁ, BOOUM, BANG, BOOM, ZIIIANG, ZIIANG, TACATATÁ, CLONC, BONG, CLINCS, CRAS, ZIIIIIIIANG, BANG!!!

- ¡Otro cargador, Paco…!

- ¡Ahí va…!

- ¡Agáchate Gallego que te volarán el carallo!

- ¡ Joder, le dieron al Teniente…!

Y así iba pasando la mañana, con los moros apretando las clavijas a la columna española y ésta aguantando el envite con valor y pundonor.

- A los de la "Tercera" hay que mandarles refuerzos como sea y cueste lo que cueste - comenta, como para sí mismo, el Comandante Rivas. 

Y sin que tenga que repetirlo dos veces, el Brigada Fadrique se presenta voluntario para la peligrosa misión.

Como es un suboficial muy respetado y muy querido por la tropa sus hombres le siguen sin rechistar, silenciosos, calando las bayonetas sin decir esta boca es mía. 
Todos detrás de su Brigada así los llevase al mismo infierno. 
Que los lleva...

Ofreciendo un admirable ejemplo de valor y de espíritu militar, el veterano suboficial aprovecha las escasas protecciones que le brinda el terreno y avanza, con sus hombres tras él, hacia la posición que ocupan sus camaradas. 
Pero el enemigo se encuentra por todas partes, tan pegado, tan encima de ellos, que las bayonetas de los legionarios de Fadrique muy pronto gotean empapadas de sangre.

El avance resulta imposible, no hay forma humana de llegar hasta dónde están el Capitán Jáuregui y los suyos, que, por cierto, seguían batiéndose como jabatos.

Al Brigada no le queda más opción que pasar a la defensiva. 
En una posición expuesta al fuego, sin apenas cubiertas o abrigos, sus bravos legionarios consiguen rechazar a los enemigos que ya se les estaban echando muy encima gritando como posesos. 
Manteniendo el suboficial la serenidad, dando las órdenes frío como el acero, siempre en el punto de mayor riesgo, a pesar de que lo habían herido en el hombro con las primeras ráfagas y a su alrededor sus hombres caían como moscas: 

- ¡Aquí nos acaban, Oleaga! - le grita el Brigada a uno de sus hombres- ¡hay que largarse…!
Con la mitad de sus soldados muertos o heridos y el frente que defienden alfombrado de enemigos agonizantes, el Brigada Fadrique ordena el repliegue. 

Él, junto a sus cuatro Cabos, se quedará en la exigua posición manteniendo el fuego y protegiendo la retirada de los demás.
Porque los contrarios siguen atacando, intentando tomar aquella posición y acabar con todos los que están allí, pero el fuego de los cinco hombres, intenso y certero, no se lo permite. 
Protegerán a sus camaradas así les cueste la vida.

Los cinco juntos aguantarán un buen rato las embestidas de los moros, hasta que el suboficial ordena a sus hombres que retrocedan:

- ¡Yo me quedo aquí, con “La Máquina” y con usted, mi Brigada -le dice, con los ojos rojos de rabia, el joven Cabo legionario Juan Maderal Oleaga.

Al viejo Brigada se le escapan dos lagrimones como dos uvas moscateles, lágrimas de emoción, de agradecimiento y de orgullo. Ahora comprendía el escalofrío de aquella mañana, la campanita que repicaba insistente dentro de su cabeza de soldado viejo:

- ¡Viva España, muchacho!

- ¡Viva, mi Brigada...!

- ¡Viva la Muerte!

- ¡Viva...!


La entereza, el valor y el espíritu de sacrificio de estos dos valientes detienen en seco a los que intentaban tomar la posición y permite que sus compañeros consigan alcanzar las líneas españolas.

Muere primero el leal Cabo Maderal Oleaga, sin dejar de disparar la ametralladora hasta que su cuerpo cae desmadejado sobre ella.

El Brigada Fadrique, con los ojos arrasados en llanto, unas lágrimas que no eran de miedo, sino que eran de orgullo y de rabia, el llanto de un hombre valiente muriendo, orgulloso y erguido por su patria, 
continuó disparando sin cesar hasta que lo mataron.

El Brigada Francisco Fadrique Castromonte y el Cabo Juan Maderal Oleaga son los últimos españoles en ganarse la Cruz Laureada de San Fernando.

Ocurrió todo esto que les he contado entre el trece y el catorce de enero de mil novecientos cincuenta y ocho.Han pasado escasamente cincuenta y pico años de todo aquello. Cincuenta y pocos años…

Y al mirar atrás tan sólo me viene un pensamiento a la cabeza:

¡Pardiez, como hemos cambiado!

© A. Villegas Glez. 2012




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