jueves, 25 de octubre de 2012

ZELUÁN DE LOS HÉROES

El día 22 de julio del año 1921 los sesenta y cuatro hombres de la guarnición de Zeluán, con el Capitán Serrano de la Policía Indígena al frente, contemplaban horrorizados cómo hasta la alcazaba comenzaba a llegar un reguero inacabable de hombres enloquecidos de terror, rotos, heridos y rodeados de mulos y caballos sueltos y espantados que daban coces al aire como desquiciados.

Mucho más enteros y en formación de combate llegan a la Alcazaba los jinetes de uno de los Escuadrones del Regimiento de Alcántara. Son los hombres del teniente Cantalapiedra y el alférez Maroto, que traen
escalofriantes noticias del desastre que se abate sobre la Comandancia de Melilla:
Silvestre estaba muerto, Navarro retrocedía a duras penas hasta Monte Arruit y las líneas defensivas españolas habían caído como un castillo de naipes. Los moros enardecidos y tintos en sangre avanzaban sin apenas oposición hacia Melilla.

La guarnición de Zeluán iba así recibiendo el goteo de hombres, como el teniente de Veterinaria, Tomás López Sánchez, comisionado desde la posición de Monte Arruit en busca de municiones y que se quedará 
cercado en Zeluán . 
El bravo oficial lo primero que hace es buscarse un fusil máuser y abundante munición, pese a ser de la Intendencia el teniente López es un tirador de primera clase y los moros no tardarán en conocerle.

El aeródromo de Zeluán estaba a escasos tres kilómetros de la alcazaba y allí, dos oficiales y unos pocos soldados del Cuerpo de Aviación eran los que defendían las pistas y los aeroplanos, por eso el capitán Carrasco pide voluntarios para reforzar la defensa del aeródromo. 
El alférez Maroto- del Alcántara- con treinta jinetes seleccionados se presenta voluntario para la misión, a todas luces casi suicida, pero los treinta hombres impasibles desmontan, dejan atrás sus caballerías y como infantes toman posiciones en el aeródromo.
La jauría rifeña sedienta de sangre española estaba cada vez más cerca de Zeluán, los que iban llegando hasta ella en busca de refugio y amparo contaban relatos escalofriantes sobre matanzas sin freno. 
Los oficiales de Zeluán se juramentan para resistir hasta la muerte.

La noche del veinticinco de julio la mayoría de los soldados indígenas de Policía y Regulares intentan desertar y pasarse al enemigo saltando desde las almenas de la alcazaba, pero los oficiales que están de servicio los ven y sin dudas ni miramientos disparan sus pistolas sobre los desertores que, claro, se revuelven contra ellos, los dos hombres morirán sobre la arena del patio de la alcazaba pero con su gesto de valentía consiguen alertar al resto de la guarnición y cuarenta traidores caerán abatidos por los soldados que salían medio dormidos 
desde los barracones:

- ¡Qué desertan!¡Han matado al Teniente...! ¡Fuego, fuego, no dejéis ni uno que después vendrán a por nosotros…!

Dentro de la alcazaba ya solamente quedaban españoles y un reducido número de soldados rifeños que se habían mantenido leales a sus oficiales, desde fuera se podían escuchar los gritos de los que habían logrado escapar mientras corrían hacia las líneas rifeñas que rodeaban la posición:
 
- ¡No disparéis hermanos, no disparéis...! decían los hideputas…

Aquella misma mañana del veinticinco de julio de 1921 quedaban completamente rodeados por miles y miles de combatientes y saqueadores la alcazaba 
y el aeródromo de Zeluán .

Los moros atacaron con arrojo suicida desde el primer momento, pero allí resulta que no pasaría como en Annual, allí los españoles resistirían los asaltos como fieras, defendiendo su bandera con honra y valor inauditos.
Los cuatrocientos y pico defensores que había entre la alcazaba y el aeródromo eran como cuatrocientos demonios que no dejaban de disparar y de dar gritos que espantaban a los moros que por miles se iban concentrando sobre las laderas y los riscos pedregosos que había alrededor de la posición.

El teniente López, nuestro bravo veterinario, ocupaba el sector del Cementerio. López y sus tiradores del Alcántara resultaban terroríficamente certeros y la posición que ocupaba el enemigo se convierte en zona mortal para todo moro que asome el turbante.

El día veintiséis ya no quedaba agua en la alcazaba, y el teniente López se presenta voluntario para hacer la aguada. 
Para ello debía desalojar a los enemigos que ocupaban la posición frente que protegía el acceso al pozo.
A cuchilladas y bayonetazos, en una maniobra de flanqueo para poner en los libros, López y sus hombres aniquilan al enemigo, llenan las carricubas y ocupa el lugar hasta bien entrada la tarde. ¡Con dos huevos!
El día treinta, con miles de enemigos rodeando Zeluán, el bravo teniente, de nuevo, sale en descubierta para hacer la aguada y de nuevo, acuchilla y acuchilla junto a sus hombres hasta que al lado del pozo solo quedaron montones de enemigos muertos o moribundos, y de nuevo, logra llenar las cubas de agua:

- “Mientras yo viva a las mujeres y los niños no les faltará el agua”- eso había jurado.

El teniente se convertiría en la peor pesadilla de los rifeños, tirador consumado contaba a bala por muerto y encima tenía más huevos que el caballo de Espartero. 
Una noche saltó las murallas, mató a unos moros que excavaban unas trincheras bajo ellas y les robó los picos y las palas.
Llegando casi al final del asedio, con los niños de la posición mirándole con las bocas resecas, bajo una inmensa lluvia de fuego que, ríase usted de la playa Omaha, el Teniente López Sánchez saltaría los muros de la alcazaba de Zeluán por última vez. 
Iba en busca, como no, del preciado líquido para dárselo a los críos.
Jamás regresaría... 
Las leyendas morunas cuentan que un valeroso guerrero "arrumí" había muerto en el pozo de Zeluán tras haber enviado a muchos hermanos por la vía directa al paraíso.

Era verano y el calor sofocante, los muertos insepultos que llenaban el ambiente con el olor de la muerte, la sed terrible y el hambre convierten la resistencia en un infierno. 
En el aeródromo se seguía combatiendo con fiereza pero escaseaban las municiones, así que a través de mensajero se concierta un intercambio: 

Los de el aeródromo darán parte de su agua y los de la alcazaba les mandarán municiones y comida. El plan consiste en que un camión aljibe salga desde el aeródromo llegue a la alcazaba, deje la preciada agua y se cargue hasta los topes de municiones y víveres, y luego regresen al aeródromo.
Es una misión por completo suicida. 

El soldado Isaac Eguiluz del Servicio Aeronáutico se presenta voluntario para conducir el camión, el mecánico del Servicio de Automóviles, Francisco Martínez no lo duda, agarra su fusil y ocupa sin decir palabra el asiento del copiloto.
Los dos valientes rechazan la escolta de caballería que les ofrecen y que sería un inútil gasto de hombres, la cosa era sorprender a esos y así tener una oportunidad.
Los dos hombres se miran un instante,  miran el camino polvoriento y el débil puente sobre el río... 
Entonces Eguiliz acelera a fondo, Martínez acerroja su arma, y el camión sale a toda pastilla por el camino de la alcazaba.
Los moros se quedan solamente un instante patidifusos ante el derroche de valor, pero luego conscientes de las intenciones españolas, concentran un horroroso fuego de fusilería sobre el vehículo:

¡PANG, PONG, CLINC, PANG, PIÑAAAOOOO, ZIIIIIIIIANG, CLANG, CLONG!

Contra todo pronóstico el camión consigue llegar y entrar en la alcazaba bajo las aclamaciones de los asediados.
Ahora tocaba regresar. 

Isaac y Paco se miraban muy serios, el capitán Carrasco los había abrazado como a hijos suyos y ahora el camión estaba repleto de municiones y de comida... Y las dos cosas las necesitaban urgentemente los camaradas que defendían el aeródromo.
Así que, otra vez los acelerones en el motor y en los corazones, la garganta seca, los testículos apretados… 
Y el camión que se encabrita mientras desde las almenas de la alcazaba y desde el aeródromo los camaradas intentan proteger en lo que pueden a sus dos valientes camaradas abriendo fuego graneado sobre las posiciones enemigas.
El camión volaba sobre la pista de tierra y durante un momento pareció que iban a lograrlo, pero muy cerca del terraplén que llevaba ya a la puerta del aeródromo el fuego enemigo se intensifica y crea una muralla infranqueable. 
Los moros habían puesto unos pedruscos en el camino y el camión se detiene. 
Los dos hombres se miran el uno al otro, el motor se ahoga, entre la polvareda inmensa que habían levantado ven llegar a los primeros moros.
Martínez dispara su fusil sin cesar los tienen muy encima. 
Isaac caerá acribillado sobre el volante, Martínez se defenderá hasta el final a culatazos.

Desde la alcazaba los jinetes del capitán Fraile, del mil veces glorioso Regimiento de Alcántara, hacen una salida para salvar a aquellos dos valientes, el fuego enemigo abate a muchos de ellos, incluido su capitán, pero conseguirán llegar hasta el camión, arrancarlo y  llevarlo hasta la posición con su preciada carga.

El asedio a Zeluán continua. 
La resistencia no cede pese a la sed, el hambre y a la muerte que ronda cada día por encima de las cabezas de los defensores, la bandera sigue ondeando sobre la posición española.

El dos de agosto de 1921 en la alcazaba ya no quedaban municiones y el aeródromo, tomado por el enemigo, había ardido hasta los cimientos incluidos los aparatos. Los muertos se amontonaban por todas partes y los heridos gemían en la enfermería. 
Sobre los muros los defensores exhaustos habían metido el último peine de munición en el máuser. Después ya solamente quedarían las piedras.

El día tres de agosto lo que quedaba de la valerosa guarnición de Zeluán, capitulaba. Entonces comenzaría el horror.

Los moros, traicioneros, ladinos y sedientos de sangre no respetan el acuerdo de rendición, enrabietados por la tenaz y durísima resistencia en Zeluán, que les había costado más bajas que en toda la campaña junta, cuando la columna de heridos y de soldados desarmados salía de la alcazaba comenzaron a disparar a bocajarro y a acuchillar sin piedad. 
Será una carnicería, una terrible matanza, un final ignominioso para aquellos valientes que fueron torturados hasta la muerte de mil horrendas maneras. 
Cayeron así bajo la brutalidad rifeña todos: soldados y civiles, mujeres y niños.
Muy pocos supervivientes lograrían alcanzar La Restinga y desde allí, Melilla.

A la Plaza llegarán de la mano junto a los supervivientes de otras matanzas indiscriminadas que habían perpetrado los rifeños. Monte Arruit y Nador en donde los cabileños había incumplido también los acuerdos y se había lanzado a asesinar sin freno ni piedad.
La alcazaba y el aeródromo de Zeluán habían resistido nueve días de largo y duro asedio, nueve días de fuego sin descanso, de asaltos, de cuchilladas y de bayonetazos, de sed y de hambre, de miedo y de horror. Nueve días que convirtieron a todos aquellos valientes compatriotas reunidos allí por mil diferentes circunstancias, en Héroes y Mártires de su patria.
Por eso este relato se titula así: "Zeluán de los Héroes", porque a pesar de que solamente el soldado Martínez Puche fuese condecorado con la Laureada, incomprensiblemente nadie se acordaría de incluir a Isaac Eguiluz, ni al Teniente López, para este juntaletras todos aquellos valientes sin excepción, son héroes.

Y siendo españoles no pueden ser otra cosa que héroes olvidados y por ellos y gente como ellos nació ésta página.
Para que su recuerdo permanezca indeleble en el tiempo y su ejemplo nos aliente a ser mejores, a intentar que sus ideales regresen a nuestros corazones.
Para que nos colme el orgullo de sabernos hijos de una nación vieja que ahora observa con temor, pena y espanto cómo la despreciamos y la abandonamos, pisoteando el recuerdo de valientes como los de Zeluán, mancillando la memoria de unos hombres que eran muchísimo mejores que cualquiera de nosotros, repudiando su valor y su sacrificio...

Y por eso, entre otras muchas razones, así de bien nos va a los españoles de hoy en día…

A. Villegas Glez. 2012






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