sábado, 15 de diciembre de 2012

GLORIA,TRAGEDIA Y MISTERIO: El Vuelo del "Cuatro Vientos"

Diez de junio de 1933.
El Breguet XIX Grand Raid “Super-Bidón” con una raya roja y su nombre “Cuatro Vientos” pintado en el fuselaje atraviesa toda la pista del aeródromo sevillano de Tablada y despega con el motor Hispano-Suiza de seiscientos cincuenta caballos y doce cilindros en uve rugiendo en la madrugada andaluza.
Los ingenieros de la empresa española CASA, que han trabajado como monos para preparar el aparato, que ha sido modificado casi por completo y cuenta con la más moderna instrumentación para la navegación de la época, respiran aliviados y orgullosos.

El “Cuatro Vientos” carga cinco mil litros de combustible y doscientos de aceite para el motor, cuenta con depósitos auxiliares que son fruto del esfuerzo de los ingenieros de la empresa aeronáutica española, por eso en la cola y junto a la bandera tricolor de la recién nacida -y ya desahuciada República- luce el emblema de la Compañía.

En la cabina cerrada viajan el Capitán Mariano Barberán, director de la Escuela de Observadores del Ejército y héroe de la Guerra de Marruecos, y el Teniente Joaquín Collar, profesor de la Escuela de Caza de Alcalá de Henares. 
El mecánico especialista y conocedor hasta del último tornillo del aparato, Modesto Madariaga, viajará vía marítima hasta el primer destino del “Cuatro Vientos”, que no es otro que la isla antillana de Cuba.

El proyecto, del que es padre el propio Barberán, pretende abrir una ruta aérea, atravesando el Atlántico sin escalas y que siga el camino que había hecho Cristóbal Colón quinientos años antes, y así unir más a la antigua metrópoli con sus viejas colonias americanas.

Además Barberán tiene clavada la espina de que después de haberse visto metido hasta las cejas en el proyecto “Plus Ultra”, del que fue también promotor y padre, no haber podido embarcar junto a su amigo Ramón Franco en la aventura. Desavenencias y motivos personales impidieron que el capitán se embarcase en el hidroavión y saliese en los periódicos y noticiarios.
Ahora con este primer vuelo transatlántico sin escalas la cosa quedará equilibrada. Además el proyecto recibe las bendiciones y la financiación de la joven República. Miel sobre hojuelas para Barberán, aunque él sea monárquico de toda la vida.

En la noche oceánica solamente se escucha el ronroneo agradable y somnífero del fiable motor que empuja la hélice con rumbo directo a Camagüey, primer lugar dónde debe tocar tierra el aparato español.

El once de junio sobre el cielo cubano aparece la figura del hermoso avión español que alabea saludando a los miles de personas que le esperan. 
Apenas les quedan unos pocos litros de combustible, pero el vuelo ha sido tranquilo, sin correcciones de ruta ni tormentas ni vientos contrarios. Han totalizado treinta y nueve horas de vuelo y siete mil trescientos kilómetros. El recibimiento en Camagüey resulta apoteósico.
Pero no es nada comparado con el que reciben los aviadores españoles en La Habana, a dónde se han trasladado escoltados por cuatro cazas de la Fuerza Aérea de Cuba.

Durante nueve días los pilotos reciben el agasajo de las multitudes y de las autoridades, mil fiestas y saraos, dos mil recepciones y diez mil personas amontonadas sólo por verles pasar cada día. Hasta se cuenta que el seductor Teniente Collar le levantó una amante al mismísimo presidente cubano, el mismo Collar que le diría a su amigo Barberán, al acabar la ola de agasajos y fiestas, que “pagaría un brazo por un camión de bicarbonato”.

Mientras el mecánico Madariaga se había estado dando de palos contra una fea avería que había aparecido en el depósito principal del avión. Una grieta que lo había tenido entretenido, lleno de grasa, los ojos rojos de arrimar el soplete, blasfemando y acordándose del que le había aconsejado aprender mecánica de aviones:

- Es sencillo -le decían- como un coche, pero con alas… ¡La madre que los parió!-pensaba Madariaga cada vez que la grieta se hacía un poco más grande y el trabajo de horas se iba a tomar por donde el pepino amargaba.


El veinte de junio el aparato está otra vez preparado para el despegue, no hace buen tiempo en el Golfo de México por lo que algunos aconsejan posponer el vuelo al menos veinticuatro horas, sin embargo los dos pilotos son expertos veteranos y deciden emprender la última etapa, la que les ha de llevar a México D.F y a los brazos de la multitud que les espera.
A las nueve menos cuarto de la mañana del veinte de junio, el “Cuatro Vientos”, despega de La Habana y encara su trágico destino.
A las nueve son vistos sobrevolando Ozita, a las diez horas sobre Sabancu, y a las once pasando Ciudad del Carmen, cerca de Villahermosa, en la región de Tabasco…

Poco después el Breguet XIX y sus dos tripulantes desaparecieron para siempre. 
Volatilizados de la faz de la Tierra, hombres y máquina.

Cuando los aviadores españoles no aparecieron a la hora prevista en Ciudad de México, ni las horas siguientes, ni las posteriores, se temió lo peor y se organizó una de las mayores operaciones de rescate de la Historia, con las Fuerzas Aéreas de México, Cuba y Nicaragua buscando los restos del aparato perdido.
Jamás encontraron nada, ni el más mínimo rastro, ni la más mínima pista. 
Al “Cuatro Vientos” se lo había tragado la tierra y no había dejado detrás ni el menor rastro.

Hoy día, ochenta años después de la tragedia se barajan dos hipótesis sobre lo ocurrido. 
La oficial dice que el “Cuatro Vientos” se estrelló en el mar desapareciendo para siempre en las aguas caribeñas, hundido junto a otros miles de huesos españoles que yacen en aquel osario que es el Mar Caribe.

La oficiosa dice que tras estrellarse en la serranía mexicana contra un gran árbol, los pilotos españoles fueron encontrados y asesinados por los lugareños, creyendo que sacarían un gran botín de aquel accidente y que luego aterrados ante la búsqueda y la insistencia de los representantes estatales, los restos mortales de los dos hombres y los de su avión fueron enterrados juntos en algún remoto lugar de las selvas mexicanas.
Lo único que está claro de todo esto es que los dos valientes pilotos terminaron su misión, cruzar el Atlántico sin escalas, luego, la muerte les atrapó, haciendo lo que más les gustaba, volar.

Lo que está cristalino es que aquella expedición, pese a la muerte y el drama, no terminó en fracaso. 
Lo de estrellarse y matarse a fin de cuentas eran gajes del oficio y estoy seguro que ni Barberán ni Collar chillaron ni patalearon como histéricos mientras el Breguet perdía sustentación y caía como un plomo.
Estoy seguro de que lucharon hasta el final, agarrado a los mandos uno, apretando el otro su hombro desde atrás:

- ¡Agárrate Collar que nos vamos al suelo!


- ¡A ver si puedes meterte en ése claro!


- ¡A ver..!


- Un honor volar contigo compañero…


- Lo mismo te digo, lo mismo te digo…

Y luego la ramas quebrándose, las alas partiéndose, el combustible saliendo a borbotones por la grieta reparada, los cristales haciéndose añicos, el hierro retorciéndose,  un rezo en voz baja, un aullido de dolor al rasgarse la carne, un estruendo en mitad de la selva y luego… 
El silencio.

Cuentan los habitantes de la región que en las noches de luna clara, cuando las estrellas brillan más en el cielo, se puede ver dibujada 
contra el disco lunar la silueta de un avión y sobre la selva se escucha eterno el ronroneo del motor Hispano-Suiza de doce cilindros en uve y seiscientos cincuenta caballos...

© A. Villegas Glez. 12




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