El grito de guerra de los radicales musulmanes, el mismo que llevaban usando desde hacía siglos, se expandía como una llamarada aquella mañana de abril por toda la ciudad de Nayaf.
Centenares de gargantas gritaban enardecidas mientras decenas de combatientes, armados con lanza-granadas “errepegé”, fusiles de asalto, ametralladoras y morteros se lanzaban al asalto de la base internacional.
Intentaban colarse dentro del perímetro y provocar el mayor número de bajas entre los infieles.
El asalto, muy bien organizado y planificado, lo realizan las peligrosas y temidas milicias que comanda el líder: Al Sadar, resultan feroces y curtidos combatientes y, en poco rato, toda la base se ha convertido en un maremágnum de disparos, explosiones de los gritos de los hombres pidiendo más munición o gimiendo heridos.
La Sección que manda el Alférez Guisado, que pertenece al Regimiento Saboya, ha ocupado los sectores de tiro que tiene signados desplegando en defensiva los cuatro "bemerres" con los que contaba la Sección y de los que asoman las ametralladoras, las "doce-setenta", echando más humo que un tren antiguo.
Al poco rato el Alférez recibe la orden de presentase en el puesto de mando.
Nada más asomar la cabeza, ¡susórdenesmicoronel...!, los jefes le sueltan, sin demasiadas florituras, la papeleta:
-Los camaradas salvadoreños están rodeados en el edificio de la cárcel, les queda muy poca munición y los están cociendo vivos…
¡Hay que ir a por ellos, Guisado...! -al Alférez le entran unas ganas locas de decirle al Coronel que vaya él mismo con los cojones, pero se calla, claro, que aquello es el Ejército y el escalafón es el escalafón y si no, haberte hecho taxista...
Resignado se cuadra muy marcial y responde:
- ¡A sus órdenes…!- a Guisado la cabeza le da vueltas y más vueltas tratando de imaginar la mejor manera de ir y, sobretodo de regresar, con todos sus hombres a salvo trayéndose con ellos a los compañeros de El Salvador...
La cárcel de Nayaf está a dos kilómetros de la base situada en mitad de una ciudad que hierve entre disparos, explosiones y gente armada que corretea por las calles disparando contra todo lo que se mueve.
Mirando desde la barrera podía parecer una película de las muchas que había visto en el cine, lo malo era que allí no estaban ni Rambo ni Chuk Norris.
Para más pelotera y más posibilidades todavía de que el día acabase con muchas bajas se daba el caso de que, otra Sección del ejército salvadoreño, nada más haberse enterado de la peligrosa y apurada situación en la que se encontraban sus compatriotas, sin pedir permiso ni al Tato, habían agarrado sus armas y se habían lanzado a las calles dispuestos a morir con tal de no dejar abandonados a sus compatriotas.
Reunida toda la Sección escucha, muy atenta, al Alférez que les cuenta el “fregao” en el que están a punto de meterse.
Los conductores, los operadores de las radios y los fusileros se miran sin poder creérselo todavía.
De repente la frenética carrera se detiene.
En mitad de la ruta se han encontrado a los salvadoreños que, valientemente, habían salido en auxilio de sus camaradas.
El enemigo los había rodeado por los cuatro costados y los tenía atrapados como a conejos.
El Alférez y el Sargento bajan de los vehículos para encontrase con el agradecido Oficial que manda el grupo salvadoreño.
Los tres se abrazan detrás de una esquina de la que, una rociada de balas, hace saltar el hormigón y el cemento sobre las cabezas de los hombres:
- ¡Me alegro de verles compadres!
- ¡Lo mismo para nosotros...!, ¡Vamos a por vuestros compañeros de la cárcel!
- ¡Adelante…!
Los blindados deben avanzar ahora mucho más despacio, de cruce en cruce, de esquina en esquina mientras brindan protección a los camaradas y así, pasito a pasito, rodada a rodada, logran llegar hasta la cárcel en donde los reciben con gritos de: ¡olés y vivas a España!
El regreso es estremecedor...
El Alférez da las novedades por radio:
- ¿Cómo están los salvadoreños, Guisado...?- le preguntan.
- ¡... Jodidos, mi Coronel...!
- ¡Pues hay que ir a por ellos y no dejarse a ninguno...!
- ¡Sus órdenes...!
El Alférez se emociona hasta el tuétano de los huesos ya que apenas tiene que ordenar nada, porque sus soldados, que lo han oído todo, resoplan resignados y empiezan a rellenar los cargadores.
La soldado Duque bromea y anima a sus compañeros. La chica tiene unos bonitos ojos que ahora obligan a los hombres a apretar la mandíbula y sonreír junto a ella.
Esta vez la Sección irá apoyada desde el aire por helicópteros porque la ciudad arde por los cuatro costados.
Desde el hospital, repleto de heridos pero también de combatientes, se hace un certero y nutrido fuego contra la base aliada.
Los pilotos norteamericanos solicitan permiso para intervenir a la manera que suelen, o sea, soltando pepinos sobre el hospital hasta convertirlo en gravilla.
Pero las reglas de enfrentamiento españolas resultan mucho más estrictas y mucho más restrictivas que las yanquis.
Así que no se autoriza el bombardeo del hospital, que, aunque desde allí se esté machacando con morteros la base, el edificio está a rebosar de ancianos, de mujeres y de niños:
Resignado se cuadra muy marcial y responde:
- ¡A sus órdenes…!- a Guisado la cabeza le da vueltas y más vueltas tratando de imaginar la mejor manera de ir y, sobretodo de regresar, con todos sus hombres a salvo trayéndose con ellos a los compañeros de El Salvador...
La cárcel de Nayaf está a dos kilómetros de la base situada en mitad de una ciudad que hierve entre disparos, explosiones y gente armada que corretea por las calles disparando contra todo lo que se mueve.
Mirando desde la barrera podía parecer una película de las muchas que había visto en el cine, lo malo era que allí no estaban ni Rambo ni Chuk Norris.
Allí estaban ellos.
Cercados por un numeroso y enardecido enemigo a los camaradas salvadoreños les quedaba munición: “pa un rato nada más”, que así lo había transmitido, sereno y frío como el hielo, el operador de radio de los sitiados.
Aquella resultaba una misión suicida pero que había que cumplir costase lo que costase.
Aquella resultaba una misión suicida pero que había que cumplir costase lo que costase.
Para más pelotera y más posibilidades todavía de que el día acabase con muchas bajas se daba el caso de que, otra Sección del ejército salvadoreño, nada más haberse enterado de la peligrosa y apurada situación en la que se encontraban sus compatriotas, sin pedir permiso ni al Tato, habían agarrado sus armas y se habían lanzado a las calles dispuestos a morir con tal de no dejar abandonados a sus compatriotas.
El Alférez va pensando todo aquello y también piensa en lo poco fiables que son las Browning que montan los blindados y que tienen la manía, muy poco graciosa en mitad del combate, de atascarse a cada cuatro tiros.Por eso le dice al Sargento González, segundo jefe, que vaya a pedirles prestadas -a los camaradas de la Caballería- las ametralladoras ligeras, las "emegé", que son igual de viejas que las americanas pero mucho, muchísimo más fiables y precisas.
Reunida toda la Sección escucha, muy atenta, al Alférez que les cuenta el “fregao” en el que están a punto de meterse.
Los conductores, los operadores de las radios y los fusileros se miran sin poder creérselo todavía.
Tienen miedo, claro, pero los hombros de los unos se apoyan en los de los otros y así, el miedo compartido, se soporta mucho mejor.
Algunos bromean, otros, al contrario, permanecen muy serios y muy mudos mientras todos se preparan para lo que se les viene encima.
Ninguno de ellos ha dado un paso atrás.
Tras un breve instante, en el que el sonido de las explosiones y los disparos que llegan desde la ciudad ponen la lúgubre banda sonora al momento, se da la orden de embarque en los vehículos.
En cabeza va el Alférez Guisado:
- ¡Adelante la columna...!
Nada más entrar en la ciudad desde cada azotea, balcón, esquina y cruce de calles los disparos se concentran sobre los "bemerres":
- ¡Pang,pang,pang piiing,paaang, pang, pang, poiiing, pong...!
Los rebotes de las balas corean al terrorífico siseo que producen los proyectiles del temible lanza-granadas “errepegé, capaces de abrir un blindado como una lata de atún:
Algunos bromean, otros, al contrario, permanecen muy serios y muy mudos mientras todos se preparan para lo que se les viene encima.
Ninguno de ellos ha dado un paso atrás.
Tras un breve instante, en el que el sonido de las explosiones y los disparos que llegan desde la ciudad ponen la lúgubre banda sonora al momento, se da la orden de embarque en los vehículos.
En cabeza va el Alférez Guisado:
- ¡Adelante la columna...!
Nada más entrar en la ciudad desde cada azotea, balcón, esquina y cruce de calles los disparos se concentran sobre los "bemerres":
- ¡Pang,pang,pang piiing,paaang, pang, pang, poiiing, pong...!
Los rebotes de las balas corean al terrorífico siseo que producen los proyectiles del temible lanza-granadas “errepegé, capaces de abrir un blindado como una lata de atún:
- ¡Ziiiiiiuussssssssss...! ¡Boooummm...!
Desde cada escotilla y cada mirilla de los blindados se devuelve bala por bala.
Desde cada escotilla y cada mirilla de los blindados se devuelve bala por bala.
Las bocachas de los fusiles estaban rojas como cerezas maduras.
De repente la frenética carrera se detiene.
En mitad de la ruta se han encontrado a los salvadoreños que, valientemente, habían salido en auxilio de sus camaradas.
El enemigo los había rodeado por los cuatro costados y los tenía atrapados como a conejos.
El Alférez y el Sargento bajan de los vehículos para encontrase con el agradecido Oficial que manda el grupo salvadoreño.
Los tres se abrazan detrás de una esquina de la que, una rociada de balas, hace saltar el hormigón y el cemento sobre las cabezas de los hombres:
- ¡Me alegro de verles compadres!
- ¡Lo mismo para nosotros...!, ¡Vamos a por vuestros compañeros de la cárcel!
- ¡Adelante…!
Los blindados deben avanzar ahora mucho más despacio, de cruce en cruce, de esquina en esquina mientras brindan protección a los camaradas y así, pasito a pasito, rodada a rodada, logran llegar hasta la cárcel en donde los reciben con gritos de: ¡olés y vivas a España!
El Capitán al mando les cuenta la situación que no es ni buena ni mala, es la que es: hay un muerto y cinco heridos graves que serán, por supuesto, los primeros evacuados.
Los españoles mientras tanto cuentan, sorprendidos de seguir con vida, los cientos de impactos que ha recibido cada "bemeerre".
Hay mellas y muescas por todo el blindaje, en la ruedas, en las escotillas, en las petacas, en los afustes de la antena y de la "máquina" y en cada centímetro del vetusto pero fiable blindado hispano.
Los españoles mientras tanto cuentan, sorprendidos de seguir con vida, los cientos de impactos que ha recibido cada "bemeerre".
Hay mellas y muescas por todo el blindaje, en la ruedas, en las escotillas, en las petacas, en los afustes de la antena y de la "máquina" y en cada centímetro del vetusto pero fiable blindado hispano.
Se colocan con cuidado las camillas dentro de cada blindado por lo que, la dotación de cada cual, tendrá que hacer el camino de regreso en pie sobre los asientos, disparando contra todo lo que se mueva y apretando mucho los huevos o los ovarios según les toque.
Como hace la Cabo Pulido que bromea, serena y sonriente, mientras ponen las camillas sobre el suelo de aluminio de los blindados:
- ¡Mira que bien...! -dice- ¡...Ahora iremos a la fresca...!
De repente, entre una nube de disparos y cohetes de "errepegé" aparecen, como salidos de la nada, tres vehículos del ejército hondureño.
Como hace la Cabo Pulido que bromea, serena y sonriente, mientras ponen las camillas sobre el suelo de aluminio de los blindados:
- ¡Mira que bien...! -dice- ¡...Ahora iremos a la fresca...!
De repente, entre una nube de disparos y cohetes de "errepegé" aparecen, como salidos de la nada, tres vehículos del ejército hondureño.
Llegan los hombres con los ojos como platos y resoplando sobre los cañones al rojo de sus fusiles.
Como es natural solicitan integrarse en el convoy pero la marcha ya estaba preparada y deben esperar.
Guisado, persignándose con disimulo, ordena iniciar el regreso.
Los conductores aprietan el acelerador a fondo y el convoy sale a toda leche desde el patio de la cárcel.
Como es natural solicitan integrarse en el convoy pero la marcha ya estaba preparada y deben esperar.
Guisado, persignándose con disimulo, ordena iniciar el regreso.
Los conductores aprietan el acelerador a fondo y el convoy sale a toda leche desde el patio de la cárcel.
Atrás, enrocados tras los muros, se han quedado un puñado de camaradas, los hondureños recién llegados y algunos heridos leves porque en los blindados ya no cabe un alfiler.
El regreso es estremecedor...
Toda la furia del enemigo se concentra sobre los españoles que, solamente gracias a la pericia, sangre fría y valor de los conductores y de los fusileros que van asomados, ebrios de pólvora y enardecidos por el combate, logran llevar el convoy hasta la base aliada.
Nadie podía creerse que lo hubiesen conseguido.
Los heridos se trasladan al hospital mientras los blindados y los hombres del Alférez se disponen a regresar hacia las posiciones que tienen asignadas en el perímetro defensivo.
Nadie podía creerse que lo hubiesen conseguido.
Los heridos se trasladan al hospital mientras los blindados y los hombres del Alférez se disponen a regresar hacia las posiciones que tienen asignadas en el perímetro defensivo.
Porque el asalto contra la base no había cesado en todo aquel tiempo.
El Alférez da las novedades por radio:
- ¿Cómo están los salvadoreños, Guisado...?- le preguntan.
- ¡... Jodidos, mi Coronel...!
- ¡Pues hay que ir a por ellos y no dejarse a ninguno...!
- ¡Sus órdenes...!
El Alférez se emociona hasta el tuétano de los huesos ya que apenas tiene que ordenar nada, porque sus soldados, que lo han oído todo, resoplan resignados y empiezan a rellenar los cargadores.
La soldado Duque bromea y anima a sus compañeros. La chica tiene unos bonitos ojos que ahora obligan a los hombres a apretar la mandíbula y sonreír junto a ella.
Esta vez la Sección irá apoyada desde el aire por helicópteros porque la ciudad arde por los cuatro costados.
También hay algunos cazas sobrevolando el cielo en espera de arrasar cualquier punto del mapa que les asignasen.
Desde el hospital, repleto de heridos pero también de combatientes, se hace un certero y nutrido fuego contra la base aliada.
Los pilotos norteamericanos solicitan permiso para intervenir a la manera que suelen, o sea, soltando pepinos sobre el hospital hasta convertirlo en gravilla.
Pero las reglas de enfrentamiento españolas resultan mucho más estrictas y mucho más restrictivas que las yanquis.
Así que no se autoriza el bombardeo del hospital, que, aunque desde allí se esté machacando con morteros la base, el edificio está a rebosar de ancianos, de mujeres y de niños:
- ¡Nada de bombas, míster!, ¿qué nos están disparando...? ¡Pues nos jodemos!
En el patio otra vez rugen los motores revolucionados y candentes de los “bemeerres” con los soldados dentro dispuestos a darse otra vuelta por la alegre ciudad de Nayaf.
En el patio otra vez rugen los motores revolucionados y candentes de los “bemeerres” con los soldados dentro dispuestos a darse otra vuelta por la alegre ciudad de Nayaf.
De nuevo va el Alférez a la cabeza.
A toda mecha los cuatro blindados encaran las calles rumbo a la cárcel en busca de los camaradas que aguantaban el envite de centenares de enemigos.
Por radio se les dan instrucciones:
- ¡Estén atentos compadres vamos a llegar con los portones abiertos…!
- ¡Ok, ok, camaradas! ¡Estaremos listos...!
La carrera sigue acosados por vehículos artillados con ametralladoras de fabricación soviética. Por segunda vez se consigue llegar hasta la cárcel.
Sin apenas tiempo de respirar se reorganiza la columna que, en pocos minutos, regresa bajo la lluvia de fuego.
Todo es una inmensa locura de balas que golpean contra el blindaje, de explosiones, de gritos, de estruendo metálico, de tintineo de casquillos vacíos y del rugido de los motores llevados al límite de sus revoluciones...
A toda mecha los cuatro blindados encaran las calles rumbo a la cárcel en busca de los camaradas que aguantaban el envite de centenares de enemigos.
Por radio se les dan instrucciones:
- ¡Estén atentos compadres vamos a llegar con los portones abiertos…!
- ¡Ok, ok, camaradas! ¡Estaremos listos...!
La carrera sigue acosados por vehículos artillados con ametralladoras de fabricación soviética. Por segunda vez se consigue llegar hasta la cárcel.
Sin apenas tiempo de respirar se reorganiza la columna que, en pocos minutos, regresa bajo la lluvia de fuego.
Todo es una inmensa locura de balas que golpean contra el blindaje, de explosiones, de gritos, de estruendo metálico, de tintineo de casquillos vacíos y del rugido de los motores llevados al límite de sus revoluciones...
El convoy, bajo el fuego enemigo, entra en la base. Los camaradas aplauden y vitorean.
Ha sido una enorme lección de pundonor, bravura, eficacia profesional y, cierta hidalguía rescatada del olvido, la que aquella Sección le había regalado al mundo.
El Alférez se lleva el micro a los labios resecos, siente su cuerpo rebosante de adrenalina y de orgullo, por sí mismo y por los soldados que tiene bajo su mando a los que mira agradecido.Carraspea mientras los ojos se le humedecen.¡La puñetera arena del puto desierto...!
El Alférez se lleva el micro a los labios resecos, siente su cuerpo rebosante de adrenalina y de orgullo, por sí mismo y por los soldados que tiene bajo su mando a los que mira agradecido.Carraspea mientras los ojos se le humedecen.¡La puñetera arena del puto desierto...!
El orgullos español, siempre con nuestra milicia.
ResponderEliminarSaludos Don Antonio Villegas, permitame, soy salvadoreño y un veterano de Iraq y en especial esta que es la batalla de An Nayaf solo quiero aclarar un detalle que ud sin mala fe confirma, en esta batalla solo muere un soldado salvadoreño llamado Natividad Ramirez y y no la cantidad que ud menciona. permitame felicitarlo por las reseñas con la que nos deleita y habla acerca de la grandeza de nuestro imperio y los hombres que lo defendieron digo nuestro imperio por que antes de 1821 eramos compatriotas solo que nosotros estábamos en un rinconcito del imperio que tambie era España... VIVA ESPAÑA!!! VIVA EL SALVADOR!!!
ResponderEliminarSiguiendo la tradición de siglos de valor a toda prueba del soldado español. Y excelente reseña. Me quito el fez.
ResponderEliminar"Soldadito español, soldadito valiente. El orgullo del sol es besarte la frente".
No hay lugar en el mundo donde un español, hombre o mujer, no se haya batido. Viva España y viva siempre su leal y sacrificada milicia.
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