que me llevó de la inocencia a la certeza,
de conocer del hombre la esencia,
de sus luces y de sus sombras,
que de las dos guardamos dentro y en cada cual las encuentras.
En Italia peleé contra el francés, el veneciano y contra el turco otomano,
aprendí que el valor y la honra tan sólo se ganan con sacrificios y miserias,
que nunca resultan demasiadas,
que de las dos guardamos dentro y en cada cual las encuentras.
En Italia peleé contra el francés, el veneciano y contra el turco otomano,
aprendí que el valor y la honra tan sólo se ganan con sacrificios y miserias,
que nunca resultan demasiadas,
que la muerte acechaba,
y que un día cualquiera,
y que un día cualquiera,
sería la mía la papeleta escogida.
Piquero fui al principio, pica seca y bisoña,
esquina derecha del cuadro, uno más entre las sombras,
ni peto ni morrión podía pagarme, pues estos se ganaban peleando, y bien pagados con sangre.
Hacia Flandes por el Camino un día con el Tercio subí, sin saber si mi cuerpo se quedaría para siempre allí,
tierra húmeda, embarrada y por mil canales sesgada, llena de herejes, ¡pardiez!, que nos tenían muchas ganas.
Viví asedios, encamisadas y batallas muy apretadas de enemigos por miles que siempre nos atacaban, con saña, valor y furia y sin temer nuestras dentelladas,
y nosotros, como muros de piedra gritando: ¡Cierra!, gritando: ¡Santiago!, gritando: ¡España!
Años pasé luchando, siempre lejos de la casa,
años que pasaron ayunos de todo, de hombres, de armas, de oro y de plata,
años que, impasibles y solos, sostuvimos el Imperio sobre nuestras magras espaldas.
Piquero fui al principio, pica seca y bisoña,
esquina derecha del cuadro, uno más entre las sombras,
ni peto ni morrión podía pagarme, pues estos se ganaban peleando, y bien pagados con sangre.
Hacia Flandes por el Camino un día con el Tercio subí, sin saber si mi cuerpo se quedaría para siempre allí,
tierra húmeda, embarrada y por mil canales sesgada, llena de herejes, ¡pardiez!, que nos tenían muchas ganas.
Viví asedios, encamisadas y batallas muy apretadas de enemigos por miles que siempre nos atacaban, con saña, valor y furia y sin temer nuestras dentelladas,
y nosotros, como muros de piedra gritando: ¡Cierra!, gritando: ¡Santiago!, gritando: ¡España!
Años pasé luchando, siempre lejos de la casa,
años que pasaron ayunos de todo, de hombres, de armas, de oro y de plata,
años que, impasibles y solos, sostuvimos el Imperio sobre nuestras magras espaldas.
Defendiendo nuestra nación siempre con valor y gloria, peleando por el honor de que fuese siempre la más poderosa, sin desfallecer y sin dar jamás la espalda, muriendo de pie,
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