- ¡Ze jodan…!
El sol naciente ilumina las figuras de los dos soldados españoles que contemplan a los galeones ingleses que se alejan de las aguas de Cádiz. De las aguas de España.
Se van apaleados, sin haber logrado ni uno de sus objetivo y a la greña con sus flamantes aliados holandeses, que se habían apuntado a la expedición para saquear Cádiz… Ahora se dejaban atrás más de mil muertos y más treinta naves hundidas.
El día primero de noviembre había llegado la poderosa flota anglo-holandesa a la bahía, la formaban más de cien naves, entre galeones de la Marina Real inglesa y poderosos galeones de guerra holandeses, además de barcazas, urcas, pataches y demás parafernalia marinera.
El jefe inglés se llamaba Sir Edward Cecil y era muy amigote del presuntuoso y estirado Duque de Buckingham que era el artífice, pagador y responsable último de la empresa.
El Duque había puesto al mando de la expedición a su más rendidos y allegados admiradores, sin tener en cuenta ni su inexperiencia en la guerra ni en el mar, pero… ¿Quién temía a los sucios españoles…?
Por parte holandesa era el mismísimo Guillermo de Orange el que venía dispuesto a sacarse la espinita tras la reciente rendición de la ciudad de Breda, en la que don Diego Alatriste, entre otros, se había despachado a gusto desjarretando herejes.
El mismo día que se rendía Breda y se quedaban en las retinas de los piqueros españoles las imágenes que luego le contarían a un tal Velázquez, los herejes atacan el Fuerte del Puntal que defendía la parte más estrecha del istmo que separan Cádiz y la Isla del León.
Veinte barcos ingleses que navegan a resguardo de cinco barcos holandeses -para pasmo de estos y vergüenza de los otros- son los que inician el ataque…
Desde el Fuerte, los ciento veinte soldados y los ocho cañones que tiene en dotación, a base de echarle huevos y recargar los cañones a velocidad terminal, detienen los barcos enemigos y los obligan a recular… Los holandeses -pobrecillos- se llevan la mayor parte de la plomada española.
Desde toda Andalucía empiezan a llegar a los alrededores de Cádiz un goteo incesante de refuerzos, consistente en cientos de paisanos armados. Toda la región hierve como un avispero bajo una única y principal consigna: Matar ingleses…
En la ciudad, el viejo y achacoso gobernador, don Fernando Girón y su fiel y eficaz Maestre de Campo, don Diego Ruiz, preparan la defensa de Cádiz. Cuentan para ello con tan sólo trescientos hombres, muy poca munición y abastecimientos. Pero se ocupan las murallas y se ceban los cañones, con el Gobernador por los adarves -en silla de manos- echando fuego por los ojos y espumarajos por la boca contra los ingleses, contra la gota que lo martiriza y contra la puta que los parió.
A todo esto el Fuerte del Puntal sigue resistiendo y lo hará hasta el anochecer del día dos de noviembre, cuando Sir Cecil que ha necesitado del apoyo de toda la flota y del fuego continuado de dos mil cañones disparando al tiempo, para poder doblegar la tenaz resistencia, lo consiga por fin.
Los supervivientes saldrán del Fuerte con los casacas rojas formados en un pasillo y rindiéndoles honores de ordenanza. ¡Sus cojones!
Cuando cae El Puntal los ingleses, que se piensan que ya está todo hecho, desembarcan y despliegan sobre el istmo diez mil efectivos.
Desde retaguardia reciben informes de que el Corregidor de Jeréz y un ejército de españoles vienen a su encuentro… Sir Cecil, con ocho mil infantes se interna quince kilómetros tierra adentro, en busca de aquellas tropas que, según los informes, arrollará sin problemas.
Pero Sir Cecil y su panda de rubios no encuentran a los españoles. Aunque sí que hallan las numerosas bodegas que hay por toda la zona, ya saben, el Sherry y todo eso. Fieles a su costumbre y disciplina los ingleses se beben hasta el agua de los floreros…
La lástima es que Portocarretero, demasiado prudente y pensando -con razón- que está en inferioridad numérica, no ataca, sabiendo que el grueso de sus tropas se encuentra muy lejos todavía.
Sin embargo Sir Cecil no está tranquilo, los mensajeros le han traído la noticia inaudita e imposible de que las galeras españolas, a base de redaños y valor, habían conseguido burlar la línea de bloqueo inglesa y meter en la ciudad un considerable refuerzo de hombres, municiones y víveres, además, para acrecentar el nerviosismo y acojone, los españoles salen de noche desde sus posiciones degollan centinelas, le meten fuego a los barcos, clavan los cañones que pueden, destripan los caballos que agarran y destrozan los nervios de toda la expedición… Cádiz se ha vuelto inexpugnable.
Sir Edward Cecil no deja de oír a su alrededor el inquietante sonido de avispero removido… Estos españoles me tienen rodeado, glups, glups… Prudente y avisado, o sea, cagado patas abajo, Sir Edward decide que lo mejor es emprender una apresurada marcha hacia el istmo de Cádiz y la seguridad de sus naves. Deja el comandante ingles abandonados detrás a cien o doscientos soldados demasiado borrachos o resacosos y que serán tratados por la población local, previamente saqueada, humillada y violada, sin piedad ni miramiento.
- ¡¡¡El vinouuu que vendeoouu Asunsiouunn…!!!
- … Ni es blanco ni es tinto… - ¡Bang!, arcabuzazo en los huevos…
Durante todo el día seis de noviembre los aguerridos ingleses iban reembarcando bajo el fuego de las baterías, con los españoles atacando como perros rabiosos y los rubios con prisas, con miedo, mirando atrás con los dientes apretados y el sudor empapándoles la frente…
El día siete las velas inglesas y holandesas se alejan de Cádiz…
Por parte holandesa era el mismísimo Guillermo de Orange el que venía dispuesto a sacarse la espinita tras la reciente rendición de la ciudad de Breda, en la que don Diego Alatriste, entre otros, se había despachado a gusto desjarretando herejes.
El mismo día que se rendía Breda y se quedaban en las retinas de los piqueros españoles las imágenes que luego le contarían a un tal Velázquez, los herejes atacan el Fuerte del Puntal que defendía la parte más estrecha del istmo que separan Cádiz y la Isla del León.
Veinte barcos ingleses que navegan a resguardo de cinco barcos holandeses -para pasmo de estos y vergüenza de los otros- son los que inician el ataque…
Desde el Fuerte, los ciento veinte soldados y los ocho cañones que tiene en dotación, a base de echarle huevos y recargar los cañones a velocidad terminal, detienen los barcos enemigos y los obligan a recular… Los holandeses -pobrecillos- se llevan la mayor parte de la plomada española.
Desde toda Andalucía empiezan a llegar a los alrededores de Cádiz un goteo incesante de refuerzos, consistente en cientos de paisanos armados. Toda la región hierve como un avispero bajo una única y principal consigna: Matar ingleses…
En la ciudad, el viejo y achacoso gobernador, don Fernando Girón y su fiel y eficaz Maestre de Campo, don Diego Ruiz, preparan la defensa de Cádiz. Cuentan para ello con tan sólo trescientos hombres, muy poca munición y abastecimientos. Pero se ocupan las murallas y se ceban los cañones, con el Gobernador por los adarves -en silla de manos- echando fuego por los ojos y espumarajos por la boca contra los ingleses, contra la gota que lo martiriza y contra la puta que los parió.
A todo esto el Fuerte del Puntal sigue resistiendo y lo hará hasta el anochecer del día dos de noviembre, cuando Sir Cecil que ha necesitado del apoyo de toda la flota y del fuego continuado de dos mil cañones disparando al tiempo, para poder doblegar la tenaz resistencia, lo consiga por fin.
Los supervivientes saldrán del Fuerte con los casacas rojas formados en un pasillo y rindiéndoles honores de ordenanza. ¡Sus cojones!
Cuando cae El Puntal los ingleses, que se piensan que ya está todo hecho, desembarcan y despliegan sobre el istmo diez mil efectivos.
Desde retaguardia reciben informes de que el Corregidor de Jeréz y un ejército de españoles vienen a su encuentro… Sir Cecil, con ocho mil infantes se interna quince kilómetros tierra adentro, en busca de aquellas tropas que, según los informes, arrollará sin problemas.
Pero Sir Cecil y su panda de rubios no encuentran a los españoles. Aunque sí que hallan las numerosas bodegas que hay por toda la zona, ya saben, el Sherry y todo eso. Fieles a su costumbre y disciplina los ingleses se beben hasta el agua de los floreros…
La lástima es que Portocarretero, demasiado prudente y pensando -con razón- que está en inferioridad numérica, no ataca, sabiendo que el grueso de sus tropas se encuentra muy lejos todavía.
Sin embargo Sir Cecil no está tranquilo, los mensajeros le han traído la noticia inaudita e imposible de que las galeras españolas, a base de redaños y valor, habían conseguido burlar la línea de bloqueo inglesa y meter en la ciudad un considerable refuerzo de hombres, municiones y víveres, además, para acrecentar el nerviosismo y acojone, los españoles salen de noche desde sus posiciones degollan centinelas, le meten fuego a los barcos, clavan los cañones que pueden, destripan los caballos que agarran y destrozan los nervios de toda la expedición… Cádiz se ha vuelto inexpugnable.
Sir Edward Cecil no deja de oír a su alrededor el inquietante sonido de avispero removido… Estos españoles me tienen rodeado, glups, glups… Prudente y avisado, o sea, cagado patas abajo, Sir Edward decide que lo mejor es emprender una apresurada marcha hacia el istmo de Cádiz y la seguridad de sus naves. Deja el comandante ingles abandonados detrás a cien o doscientos soldados demasiado borrachos o resacosos y que serán tratados por la población local, previamente saqueada, humillada y violada, sin piedad ni miramiento.
- ¡¡¡El vinouuu que vendeoouu Asunsiouunn…!!!
- … Ni es blanco ni es tinto… - ¡Bang!, arcabuzazo en los huevos…
Durante todo el día seis de noviembre los aguerridos ingleses iban reembarcando bajo el fuego de las baterías, con los españoles atacando como perros rabiosos y los rubios con prisas, con miedo, mirando atrás con los dientes apretados y el sudor empapándoles la frente…
El día siete las velas inglesas y holandesas se alejan de Cádiz…
El mar les maltratará en el camino de regreso y muchas naves se irán a pique y con ellas se ahogarán muchos de los tripulantes y los heridos de los que iban los barcos atestados.
Los enemigos de España habrán pagado muy cara su osadía. Al rey Carlos de Inglaterra, aparte de negarle una reina, le quitamos de un plumazo toda la arrogancia y todo el desprecio que sentía por los españoles.
Y a su favorito Buckingham, también.
Dos por el precio de uno, oiga.
Y es que, aunque estas victorias nuestras- o sea, derrotas de ellos- no se conozcan, ni se hagan estupendas películas, ni documentales ni nadie apenas se acuerde, durante aquella semana en Cádiz, a los ingleses y a sus primos holandeses -por meter las narices donde no les llamaban- les dieron palos hispánicos, como dice mi primo el de Chiclana:
- ¡Hasta en el cielo de la boca, picha, hasta en el cielo de la boca…!
© A.Villegas Glez. 2012
Los enemigos de España habrán pagado muy cara su osadía. Al rey Carlos de Inglaterra, aparte de negarle una reina, le quitamos de un plumazo toda la arrogancia y todo el desprecio que sentía por los españoles.
Y a su favorito Buckingham, también.
Dos por el precio de uno, oiga.
Y es que, aunque estas victorias nuestras- o sea, derrotas de ellos- no se conozcan, ni se hagan estupendas películas, ni documentales ni nadie apenas se acuerde, durante aquella semana en Cádiz, a los ingleses y a sus primos holandeses -por meter las narices donde no les llamaban- les dieron palos hispánicos, como dice mi primo el de Chiclana:
- ¡Hasta en el cielo de la boca, picha, hasta en el cielo de la boca…!
© A.Villegas Glez. 2012
Muy bueno, así da gusto. Estoy trabajando en Chiclana y visité recientemente la fortaleza de San Lorenzo, ahora ya sé algo más de dicho bastión y de la ciudad.
ResponderEliminar