Inglaterra suspiraba por ampliar sus posesiones en el Caribe puesto que sólo contaban con Jamaica y cuatro islotes pelados en las Antillas y los británicos ambicionaban, desde tiempos de Colón, poner los pies en Tierra Firme y apoderarse del rico Virreinato de Nueva Granada, de Nueva España o de Nueva lo que fuese.
En el año 1738 y frente a las costas de la Provincia de La Florida, un guardacostas español, el “Isabela”, persigue y captura al bergantín inglés, “Rebecca”, que era uno más de los que se dedicaban al contrabando y al corso. Barcos como aquel infestaban el Mar Caribe, atacando a nuestros mercantes desprotegidos y asaltando a sangre y fuego pequeñas aldeas que asolaban.
Don Julio Fandiño que era el capitán del guardacostas español, va y agarra al capitán del barco inglés -un tal Jenkins- y de un certero tajo de daga le corta una oreja. Un castigo leve, a mi entender, para un pirata inglés que deberían haber colgado de una verga, pero se ve que don Julio se había levantado chulo aquel día, porque tras el tajo y entregándole el apéndice auditivo a su dueño le dice:
- “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré, si a lo mismo se atreviere”.
¡Con dos cojones!
Jenkins recoge su amputado apéndice auditivo, lo mete en un bote con alcohol y vuelve a Inglaterra para contar a los cuatro vientos su humillación y su desventura.
Hasta en el parlamento le recibirán los Lores esos, que se arrancarán las pelucas escuchando la terrible ofensa que suponen aquellas palabras para con su Rey y para con toda Inglaterra.
De inmediato, claro, se declara la guerra a España.
A hacer más leña del árbol caído, a machacar a ésos grasientos, fanáticos papistas y crueles españoles.
La primera se la llevan los rubios en la frente.
Atacan muy chulos y arrogantes el puerto de La Guaira utilizando la estratagema de poner en sus palos la bandera española. Pero la cosa no cuela y cuando las fragatas entran en el puerto, la artillería española -espera Paco, espera a que se arrimen un poco más…- hace pedazos los barcos ingleses que se tienen que retirar a Jamaica vapuleados.
Luego las cosas les salieron mejor. Atacaron Portobello y lo tomaron con escasa resistencia.
El general Edward Vernon se sintió eufórico - ¡voy a arrasar!, se decía- y no dejaré español vivo y ése Blas de Lezo, tan famoso, no podrá hacer nada contra mí- Vernon era un poquito arrogante, pedante e inflamado de desprecio contra su enemigo.
En Inglaterra la victoria se celebró por todo lo alto y los periódicos publicaban tiras satíricas riéndose de nosotros y todo era alegría y optimismo. Tierra Firme es nuestra, se decían.
Ahora le tocaba a la joya de la corona española. Cartagena de Indias.
Una enorme flota salió desde Port Royal, en Jamaica. La formaban ciento ochenta y seis buques, veintiocho mil hombres y contaban con dos mil cañones.
En pocos días estaban fondeados frente a Cartagena.
Luego las cosas les salieron mejor. Atacaron Portobello y lo tomaron con escasa resistencia.
El general Edward Vernon se sintió eufórico - ¡voy a arrasar!, se decía- y no dejaré español vivo y ése Blas de Lezo, tan famoso, no podrá hacer nada contra mí- Vernon era un poquito arrogante, pedante e inflamado de desprecio contra su enemigo.
En Inglaterra la victoria se celebró por todo lo alto y los periódicos publicaban tiras satíricas riéndose de nosotros y todo era alegría y optimismo. Tierra Firme es nuestra, se decían.
Ahora le tocaba a la joya de la corona española. Cartagena de Indias.
Una enorme flota salió desde Port Royal, en Jamaica. La formaban ciento ochenta y seis buques, veintiocho mil hombres y contaban con dos mil cañones.
En pocos días estaban fondeados frente a Cartagena.
La ciudad era el punto de reunión de los tesoros que llegaban desde todas las posesiones españolas de tierra adentro – que eran muchas- y estaba defendida por tres mil quinientos hombres y seis barcos.
El Virrey era Sebastián de Eslava, recién llegado y que había tenido que burlar el bloqueo inglés. Las fuerzas militares las mandaba el reconocido lobo de mar y fustigador de ingleses, don Blas de Lezo y Olavarrieta.
Vasco, sí, de Guipúzcoa mismamente, conocido por el sobrenombre de “Medio-Hombre”, pues le faltaban un ojo, un brazo y una pierna que había entregado durante sangrientos combates defendiendo su patria desde muy tierna edad.
Vernon ordenó el inmediato bombardeo de los fuertes que defendían la entrada de la bahía de Cartagena. San Felipe y Santiago se tuvieron que abandonar muy pronto. El intenso cañoneo inglés no cesaba de dos mil cañones disparando contra los fuertes.
En San Luis de Bocachica se logra resistir dieciséis días de bombardeo continuado, pero los españoles deben retirarse y abandonar aquel montón de escombros y ruinas en que se ha convertido el fuerte.
Vasco, sí, de Guipúzcoa mismamente, conocido por el sobrenombre de “Medio-Hombre”, pues le faltaban un ojo, un brazo y una pierna que había entregado durante sangrientos combates defendiendo su patria desde muy tierna edad.
Vernon ordenó el inmediato bombardeo de los fuertes que defendían la entrada de la bahía de Cartagena. San Felipe y Santiago se tuvieron que abandonar muy pronto. El intenso cañoneo inglés no cesaba de dos mil cañones disparando contra los fuertes.
En San Luis de Bocachica se logra resistir dieciséis días de bombardeo continuado, pero los españoles deben retirarse y abandonar aquel montón de escombros y ruinas en que se ha convertido el fuerte.
Para intentar defender el Fuerte de Bocanegra y su canal se hunden, a modo de barreras, los barcos españoles.
Una decisión que no gustará nada a Blas de Lezo, que considera innecesario e inútil perder tan buenas naves.
Y al bravo general no le faltaba razón, porque los ingleses siguen bombardeando los fuertes sin descanso y, buenos marinos como son, consiguen esquivar los restos de los navíos españoles y consiguen entrar triunfantes en la bahía de Cartagena de Indias.
Los españoles retroceden entonces hasta el último bastión que les queda, el Fuerte de San Felipe de Barajas.
Una decisión que no gustará nada a Blas de Lezo, que considera innecesario e inútil perder tan buenas naves.
Y al bravo general no le faltaba razón, porque los ingleses siguen bombardeando los fuertes sin descanso y, buenos marinos como son, consiguen esquivar los restos de los navíos españoles y consiguen entrar triunfantes en la bahía de Cartagena de Indias.
Los españoles retroceden entonces hasta el último bastión que les queda, el Fuerte de San Felipe de Barajas.
Vernon exultante y seguro de su victoria envía de inmediato correos al Rey Jorge asegurando la rendición y la toma de la Plaza.
Empieza entonces el bombardeo sobre San Felipe.
Don Blas de Lezo recorría las murallas dando ejemplo a sus soldados y rechazando los asaltos junto a ellos con el mosquete en la mano.
Vernon, en vista de que el bombardeo no ablandaba a los españoles, decide atacar por tierra.
Desembarca a sus tropas que se adentran en la selva. Allí los mosquitos y la malaria dejarán a sus casacas rojas hechos una piltrafa, y también tendrán mucho que ver las partidas de criollos que corretean por allí, atacando las columnas inglesas causando espanto y pavor con sus fugaces y sanguinarios ataques de guerrilla:
- Typical Spanish George…
A pesar de todo consiguen llegar en buen número y enteros hasta las murallas de tierra de Cartagena.
La única puerta que hay está ubicada entre dos revellines y es estrecha y en pendiente.
Blas de Lezo ha enviado a defender aquello a trescientos soldados veteranos que taponan la puerta y a base de espadas, dagas y huevos, rechazan el ataque inglés.
Más de mil enemigos se quedan amontonados frente a la puerta y desde las murallas, Don Blas con su único ojo, cuenta bultos rojos en el suelo. Satisfecho.
Vernon se encuentra por el contrario nervioso y alterado. Los correos ya habrán llegado a manos de su Rey y él todavía no sólo no ha conquistado Cartagena, sino que encima, va perdiendo.
La noche del diecinueve de abril, decide enviar tres columnas de ataque contra la ciudad y su estrecha puerta. Los ingleses habían fabricado unas escalas con las que pretendían subir los muros y sorprender a los españoles.
Empieza entonces el bombardeo sobre San Felipe.
Don Blas de Lezo recorría las murallas dando ejemplo a sus soldados y rechazando los asaltos junto a ellos con el mosquete en la mano.
Vernon, en vista de que el bombardeo no ablandaba a los españoles, decide atacar por tierra.
Desembarca a sus tropas que se adentran en la selva. Allí los mosquitos y la malaria dejarán a sus casacas rojas hechos una piltrafa, y también tendrán mucho que ver las partidas de criollos que corretean por allí, atacando las columnas inglesas causando espanto y pavor con sus fugaces y sanguinarios ataques de guerrilla:
- Typical Spanish George…
A pesar de todo consiguen llegar en buen número y enteros hasta las murallas de tierra de Cartagena.
La única puerta que hay está ubicada entre dos revellines y es estrecha y en pendiente.
Blas de Lezo ha enviado a defender aquello a trescientos soldados veteranos que taponan la puerta y a base de espadas, dagas y huevos, rechazan el ataque inglés.
Más de mil enemigos se quedan amontonados frente a la puerta y desde las murallas, Don Blas con su único ojo, cuenta bultos rojos en el suelo. Satisfecho.
Vernon se encuentra por el contrario nervioso y alterado. Los correos ya habrán llegado a manos de su Rey y él todavía no sólo no ha conquistado Cartagena, sino que encima, va perdiendo.
La noche del diecinueve de abril, decide enviar tres columnas de ataque contra la ciudad y su estrecha puerta. Los ingleses habían fabricado unas escalas con las que pretendían subir los muros y sorprender a los españoles.
Delante de todos van los macheteros jamaicanos, carne de cañón al servicio de Su Graciosa Majestad y detrás las filas de casacas rojas. Tienen que atravesar quinientos metros de terreno descubierto bajo el fuego que se les hace desde las trincheras y las murallas…
Pueden imaginarse la escabechina de ingleses y negros macheteros y hasta colonos norteamericanos que a saber quién les había dado vela, porque las descargas desde los muros son precisas, cerradas y continuas. Demoledoras.
Los que consiguen llegar hasta el pie de los muros y extienden las escalas se quedan pasmados, patidifusos, mirándose con cara de estar preguntándose que qué coño hacen allí con aquellas inútiles escalas, que jamás alcanzan el adarve, entre las manos y recibiendo de lo lindo.
Los que consiguen llegar hasta el pie de los muros y extienden las escalas se quedan pasmados, patidifusos, mirándose con cara de estar preguntándose que qué coño hacen allí con aquellas inútiles escalas, que jamás alcanzan el adarve, entre las manos y recibiendo de lo lindo.
El astuto Blas de Lezo había ordenado excavar un par de metros alrededor de los muros de la ciudad, con los que estos ganaban unos centímetros de altura, los justos para que los ingleses se quedasen atontados mientras los españoles aprovechaban y acababan con sus reservas de pólvora y de balas, masacrando a los enemigos como a patos bajo la muralla invicta de Cartagena.
La mañana del veinte de abril amaneció con montones de cadáveres alrededor de los muros. Los ingleses estaban deshechos, desmoralizados y vapuleados.
La mañana del veinte de abril amaneció con montones de cadáveres alrededor de los muros. Los ingleses estaban deshechos, desmoralizados y vapuleados.
Y todavía les quedaba lo peor.
Porque el de Lezo ordena que se dé una salida a la bayoneta y los españoles salen dando voces desde la puerta, tan arrojados y valientes que causan espanto entre los hijos de la Pérfida que quedaban con vida, y que tratan de reembarcan a toda prisa en sus naves, los que pueden, abandonando los cañones, a los heridos y a las banderas.
El camino hasta los embarcaderos queda sembrado de ingleses muertos.
El camino hasta los embarcaderos queda sembrado de ingleses muertos.
Vernon, humillado y vencido continuará un mes bombardeando de lejos Cartagena, pero ningún casaca roja osará acercarse más hasta los muros de San Felipe.
Don Blas rechinaba los dientes acordándose de sus queridos barcos hundidos.
- ¡Lástima!- se decía- si no, ése Vernon se iba a cagar... ¡Más todavía!
Don Blas rechinaba los dientes acordándose de sus queridos barcos hundidos.
- ¡Lástima!- se decía- si no, ése Vernon se iba a cagar... ¡Más todavía!
Cañoneando y con disimulo se alejó la derrotadísima -que así podíamos bautizarla- flota inglesa de las aguas de Cartagena de Indias.
Cuando Vernon llegue a Inglaterra y de cuentas de los diez mil muertos, de los siete mil y pico heridos, de los mil quinientos cañones y morteros perdidos, de los millones de libras gastadas en pertrechos, víveres y armas, y de los diecisiete barcos gravemente dañados, el rey Jorge II, desolado, prohibirá que se escriban crónicas o relaciones sobre tan desastrosa campaña y hasta que se hable de ello en la Corte y que, por supuesto, el nombre de Blas no se oiga en toda Inglaterra.
Además, para más deshonra, tiene su majestad -graciosa o no- en sus reales aposentos, un baúl repleto hasta el borde de unas monedas brillantes y recién acuñadas, en las que puede verse al almirante Vernon humillando a Blas de Lezo, que está el pobre de rodillas y cabizbajo, en la moneda puede verse también Cartagena de Indias con la Cruz de San Jorge ondeando en lo más alto de sus murallas.
El Rey mira una de las monedas, que aprieta iracundo entre los dedos, mira luego a su almirante de arriba abajo, remira la brillante medalla y le dice:
- Y esto, Vernon… ¿Cuándo lo soñaste…?
© A. Villegas Glez. 2011
Cuando Vernon llegue a Inglaterra y de cuentas de los diez mil muertos, de los siete mil y pico heridos, de los mil quinientos cañones y morteros perdidos, de los millones de libras gastadas en pertrechos, víveres y armas, y de los diecisiete barcos gravemente dañados, el rey Jorge II, desolado, prohibirá que se escriban crónicas o relaciones sobre tan desastrosa campaña y hasta que se hable de ello en la Corte y que, por supuesto, el nombre de Blas no se oiga en toda Inglaterra.
Además, para más deshonra, tiene su majestad -graciosa o no- en sus reales aposentos, un baúl repleto hasta el borde de unas monedas brillantes y recién acuñadas, en las que puede verse al almirante Vernon humillando a Blas de Lezo, que está el pobre de rodillas y cabizbajo, en la moneda puede verse también Cartagena de Indias con la Cruz de San Jorge ondeando en lo más alto de sus murallas.
El Rey mira una de las monedas, que aprieta iracundo entre los dedos, mira luego a su almirante de arriba abajo, remira la brillante medalla y le dice:
- Y esto, Vernon… ¿Cuándo lo soñaste…?
© A. Villegas Glez. 2011
Esto es el coraje español,esto al igual de los héroes de filipinas que mantuvieron su posición hasta mas allá de lo impensable con aquel Martín Cerezo y todos demás héroes que salieron de la posición con armas y pertrechos, con bandera al viento. Estos y otros muchísimos casos similares,son los que definen el carácter
ResponderEliminarespañol.Cargas de caballería suicidas, para proteger la retirada y la masacre de la infantería en Africa. Todo esto es España. Viva España
Es una pena que con las historias de hazañas herocias que tenemos no haya mas difusion
ResponderEliminar