viernes, 20 de marzo de 2015

LOS HUESOS

¡Criiicckkkkkcraaackkkkcriiiikkkcraaaakkkkk!

- ¿Qué es lo que se oye rechinar, querida…?

- Ummm… No lo sé, Miguel… Pero resulta sobrecogedor, ¿será la llamada del Señor…?

- ¡Pues ya sería hora, pardiez!

- ¡Ay Miguel!, no seas así, ya sabes que los huesos tienen que quedarse aquí abajo hasta que se convierten en polvo…

- Ya, pero no me negarás que resulta extraño, el alma allí, nosotros aquí, pobres huesos olvidados…

- Para eso nos creó Dios, para sostener el cuerpo y mantener el alma quieta hasta que sube al cielo…

- O lo mandan para abajo… jejejejeje, como a alguno que yo me sé…

- Tú de eso no has de preocuparte, tu alma será siempre inmortal, Miguel…

¡Ñiiiiiiiooooooriiiiisssssssssssraaaaassssssssssssriiiisssraaaaasssssss!

- ¡Pardiez que eriza las falanges!

- ¿Qué será, Miguel…?

- Ni idea pero espero que no estén removiendo nada…

- ¿Te refieres…?

- Sí, a ésos… Los que en vida me olvidaron…

- No seas rencoroso que para ti siempre fue honra y orgullo ser español, sino, ¿a qué Lepanto…?

- No es rencor, ni avaricia de gloria, esa ya se la ganaron Alonso y Sancho en buena hora, no son, ¡pardiez!, ganas de reconocimiento ni de panteones. 
Solamente quiero que me dejen en paz. Que celebren, que se emocionen, que recuerden, que lean y se ilustren, que lleven nuestra Lengua más lejos y mejor que nadie y sobre todas las cosas que no renieguen nunca de que son españoles…

¡Riiiiiisssssssssssssssssssñññiiiiooooooocccccccccccccccc!

- ¿Y esa luz que entra a raudales…?

- ¡No te lo dije!, estos escarbando…

El equipo de científicos vibraba emocionado con las mascarillas que se arrugaban risueñas mientras los abrazos, contenidos y educados, levantaban el polvillo -de siglos- que se había acumulado sobre los hombros cubiertos de plástico:

- ¡Le hemos encontrado…!- gritaban eufóricos…- ¡Por fin, aquí está…!

Dentro del nicho la moderna luz de leds iluminaba un montón de maderas podridas y de huesos o de cosas que parecían huesos. El aire olía a viejo, como el de una de esas bibliotecas polvorientas y abandonadas, repleta de libros enormes que se acumulaban en estantes cubiertos de telarañas o se apilaban unos encima de los otros como las torres de un castillo derruido y abandonado. El aire olía a letras antiguas y sabias:

- ¿Encontrarme…? ¡Pardiez!, llevo sin moverme de aquí cuatro siglos… ¿No será que os habéis acordado de dónde estaba?

Con humildad, para el Maestro.

Dejen ustedes descansar sus huesos en paz.

A. Villegas Glez. 2015






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