lunes, 21 de marzo de 2016

MÉXICO A SUS PIES... La vida de María de Estrada

La luna estaba muy baja y brillaba tanto que pareciese que, si alargaba la mano, podría sujetarla entre sus finos y hermosos dedos.
La luz del astro se reflejaba en la piel suave y tersa, rota en dos feos trazos, uno pequeño y casi coqueto en la espalda y el otro, más grande, en la pierna derecha:

- ¡Maldito Narváez, así ardas en el infierno...!- pensaba cada vez que acariciaba la cicatriz casi tan larga como su muslo.

La melena negra y rebelde caía sobre los hombros y se dejaba mecer por la fresca brisa de la madrugada. El pelo moreno alcanzaba el final de la espalda acariciando algunos mechones el nacimiento de un trasero rotundo y endurecido en la batalla. 

Se sentía hermosa. A pesar de todo. De las cicatrices, de las vejaciones sufridas, del dolor, de lo duro y fuerte que le había golpeado la vida desde que no era más que una niña.

La voz poderosa y viril del hombre sonó sin embargo dulce, como un elixir en sus oídos.

- Miriam... - solamente él a llamaba así. Solamente a él se lo permitía. Sólo él la hacía estremecer como una hoja al viento cuando la poseía, sólo él... Pero él era de la Malinche...

- Miriam... Ven...- la voz se endulzaba por momentos y ella sentía la humedad y el deseo incontenible gimiendo desde lo hondo de su barriga.

Mientras se acercaba al jergón él volvió a repetir su nombre hebreo...


Toledo, algunos años antes...

La judería de la ciudad se estremece, gime y llora bajo el implacable brazo de la Inquisición. 
Los agentes buscan inclementes al médico y a su nieta, acusados por un vecino de prácticas sodomitas y de invocar al demonio, además de otras muchas mentiras, ya que todo el mundo en Toledo sabe que, Josef Pérez es buen médico y mejor persona, desvivido por su nietecita y por el servicio a los demás.
Todo Dios sabe en la ciudad que mil veces ha atendido al pobre igual que al rico, o mejor, pues no hay mayor recompensa para un sanador que la sonrisa agradecida de quien ha curado.

Pero todo Dios también teme el poder de la Inquisición, la inexorable máquina, exenta de humanidad, piedad o razón al servicio de la Iglesia.
Así que nadie, o casi, hace nada por el pobre Josef cuando lo agarran y lo apalean camino de la celda, el potro, la hoguera y la muerte.

Nadie sabe el paradero de la pequeña y bonita Miriam.
Extramuros de la ciudad, lejos, casi tocando el horizonte varias carretas de gitanos se pierden entre la bruma del atardecer...

Sevilla, años más tarde...

La celda es fría, oscura, húmeda y asquerosa. Huele a heces humanas y a orines, huele a sangre cuajada sobre pústulas y heridas infectadas. Las ratas, enormes como gatos bien alimentados, corretean a sus anchas, seguras, dueñas de aquel imperio de podredumbre. No hay más luz que la que entra por un diminuto ventanuco, no más que un agujero en la piedra cruzado por dos gruesos barrotes. El aire que entra de inmediato queda contaminado por la pestilencia y los cuatro bultos que hay tirados sobre la piedra helada, apenas un montón de harapos sucios y ensangrentados, boquean como peces ahogándose, implorando con los ojos, porque las gargantas las tienes resecas como el desierto de Berbería, un soplo de aire fresco, un trago de agua, o la hoguera que acabe, de una vez por todas, con su sufrimiento.

Chirrían como cuervos graznando los goznes de la puerta, el óxido corrompido de años gime cada vez que se abre o se cierra... Y lo ha hecho muchas veces desde que encarcelaron a la mujer joven y hermosa... Aunque ahora ya no lo es tanto.

El viejo se levanta, el pobre hombre no es más que una sombra flaca, de huesos tan delgados que pareciera que, con solo mirarlos, iban a saltar hechos añicos. Sin embargo conserva pese al maltrato y la vejez toda la hombría y el valor de sus mejores años e intenta, con todo el esfuerzo de sus viejos tendones, proteger a la muchacha.

La patada es brutal. 
El anciano cae de espaldas contra la piedra y, efectivamente, los huesos crujen y se lamentan como un barco tocando los bajíos de roca
La mujer gime desconsolada.
Pero, de repente, algo dentro de ella se rebela, una llamarada de orgullo y de ira, un volcán que estalla, y sin saber muy bien de dónde sale toda aquella fuerza que la obliga a sujetar la piedra que había arrancado, escarbando con los dedos mientras aquellos puercos malnacidos la violaban una vez tras otra, golpea con toda su furia al hombre que se abate sobre ella.

¡CRONCH!- hace el cráneo estallando como un pellejo de vino...

La muchacha, tinta en la sangre de la bestia, sonríe feroz cuando, los camaradas del otro, entran y se encuentran el panorama.

- ¡Maldita zorra...!

La lluvia de golpes, de insultos y de vejaciones ya no duelen... Se acurruca sobre sí misma esperando que todo termine. Solo desea morirse y que todo acabe...

Océano Atlántico... Meses más tarde...

El galeón se balancea tanto sobre las olas que todo el pasaje está asomado por las bordas echando hasta la primera papilla. Los marineros, veteranos de la travesía, los miran con retranca.
Los hidalgos o los que se lo hacen, los soldados o los que se lo hacen, las damas y las que se lo hacen, los lacayos y los señores todos por igual estaban verdes del mareo y rojos de la vergüenza. Todos menos la hermosa joven que, agarrada a la jarcia, está a proa, a la derecha del mascarón, empapada de agua de mar, el pelo azotado por el viento y gritando como poseída por mil demonios: ¡Libertad, libertad, libertad....!

Algunos en el barco cuchichean que si es una judía conversa o peor, una gitana adivinadora del porvenir...

Isla de Cuba... Poco después...

El aroma del Nuevo Mundo la embriagaba. Aquel olor a selva, a mar, a desconocido. El perfume penetrante de la aventura que se abría ante ella.
Por primera vez en su vida no se sentía rechazada, ni marcada, ni perseguida, a no ser por los hombres, claro... ¡Malditos todos ellos...!

Allí en aquella tierra por descubrir, por conquistar, se sentía poderosa y con ganas de explorar y buscar el lugar con el que llevaba soñando desde que era niña.

Desde la taberna llegaban las voces de los hombres y las mujeres que entonaban una canción marinera.
La mujer comenzó a cantar muy bajito, apenas susurrando.

La voz, dulce pero poderosamente varonil penetró en sus oídos como una daga caliente. Cuando se giró ya sabía que aquel hombre era distinto a todos los demás:

- Me dijeron que lo más hermoso de la isla estaba aquí en la terraza y,¡pardiez...! ¡Qué razón llevaban...! Me llamo Cortés, Hernán Cortés Altamirano...

Los ojos del hombre eran oscuros como pozos que estallaban en llamaradas rojizas.

- María... María de Estrada...

FIN

A. Villegas Glez. 2016

La vida de María de Estrada antes de la conquista de Nueva España no está recogida ni documentada. Se mezclan los rumores, la leyenda y la realidad alrededor de la vida de esta mujer irrepetible.
Todo el texto es invención de este Juntaletras.

Si está documentada su presencia entre las tropas de Hernán Cortés.
Peleó en las pasarelas la Noche Triste, después en Otumba y en el asedio y conquista de Tenochtitlán.
Cronistas como Bernal Díaz, Juan de Torquemada y Cervantes de Salazar nos cuentan sobre la bella María y su participación en la conquista.
María estuvo casada con Pedro Sánchez.
Más tarde participaría en la fundación de la actual ciudad de Puebla en México en donde contraería matrimonio con Alonso Martín.
María de Estrada murió en Puebla sobre el año 1550. Sus restos se perdieron para siempre.

Cuentan de ella que, siendo Gobernadora de la ciudad, envió una atenta carta a Su Majestad Imperial, Carlos de Austria, quejándose al monarca de que la obligaba, a ella y a su pequeña comunidad, a pagar demasiados impuestos.
No se sabe si el Emperador atendió sus ruegos pero siendo nuestra protagonista como era no me extrañaría lo más mínimo...

Sirvan estas letras como rendido y admirado homenaje a ella y a todas las mujeres, olvidadas, que participaron en la peligrosa aventura de conquistar el Nuevo Mundo.

A. Villegas Glez.



















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