lunes, 24 de octubre de 2011

¡TIERRA!

¡Hay que ver lo que son las cosas...!

Un solo vistazo, una mirada en el instante preciso o un cambio de guardia con Pepe el motrileño y tu nombre se queda para siempre en los libros de Historia. 
Y pasan los siglos y con sólo leer alguna relación de aquel viaje y cualquiera puede saber que fuiste tú, y no otro, el que estaba encaramado en los palos aquel día…

Al menos eso saqué, figurar en los libros para siempre. O al menos hasta que la gente se preocupe de recordar, de saber… Al menos hasta que existan libros…
Porque, Y esto no constituye ninguna sorpresa para ningún español, otra cosa no conseguí…

Al almirante se le llenaba la boca con las montañas de oro que llenarían las bordas de nuestras naves al regreso, con que si en el Cipango hallaríamos riquezas sin fin, mujeres hermosas y vino que manaba de las fuentes…
También dijo que al primero que divisase tierra lo bañaría en oro y en joyas, que le nombraría Señor de lo que fuese y que lo cubriría de gloria.
Y sí que me cubrió, sí… Pero de mierda...

Como habrán adivinado me llamo Rodrigo de Triana y fui el primer hombre que vio el Nuevo Mundo.
Bueno, ahora dicen que si los chinos y los vikingos llegaron antes... Pero ninguno dijo nada, ¿verdad? Nosotros sí…

El almirante ha pasado a la historia como un gran hombre, un genio de la navegación, un alma noble y generosa, un hombre de los que nacen uno cada mil años.
Pero no es así. Era solamente un hombre, con virtudes algunas y defectos muchos.
Mentiroso, avaricioso, ambicionando siempre riquezas y gloria… Arrogante que despreciaba las ideas y las razones de hombres mejor preparados y más valientes como Juan de la Cosa y Martín Alonso Pinzón.

Y éso que si no es por este último al maldito genovés lo hubiésemos tirado por la borda la noche del diez de octubre…
Porque estábamos hartos de navegar el Océano Tenebroso. 
Aunque claro, en La Pintá, que así era como se llamaba en andalú la carabela, nadie decía nada, porque el capitán Martín Alonso Pinzón nos hubiese pasado por la quilla sin dudarlo.
Pero en la Niña y en la Santa María- qué manía de cambiar los nombres, la Nao era la Marigalante de toda la vida pero a Colón no le agradó el nombre- sí que hubo más de un guantazo y más de un pistolón apuntado a alguna cabeza.

Pero lo importante es que se decidió seguir adelante, un poco, solamente un poco más.

El almirante seguía encabezonado en que allí mismo, a pocas millas, estaba el Cibao, que muy cerca estaba la tierra.

Y tierra había sí. 
Pero no era donde él decía, aquello no era Oriente. Aquello era otra cosa. 
Aunque diré en su favor que ninguno teníamos en aquel momento ni puta idea de donde estábamos, ni maese Juan de la Cosa ni don Luís de Torres… Aunque estos sabios caballeros muy pronto comprendieron el error del almirante y se dieron cuenta de que aquellas Indias eran otras.
Colón no reconoció esto jamás. Cabezón y obstinado hasta la tumba.

Así que navegamos un poco más con La Pintá delante, como siempre, buena marinera y rápida como el viento. 
Durante toda la travesía habíamos tenido que ir esperando a las otras, sobretodo al armatoste lentísimo, que tan solo la pericia de Maese De la Cosa hacía navegar, de la Nao Capitana, la rebautizada, Santa María.
Aquí entre ustedes y yo les confesaré, que todo fue por azar. 
Nunca mejor dicho.
Me jugué con Pepe el motrileño la tercera guardia a las cartas… Y perdí… O gané según se mire.

También ganó la Historia pues no me negarán que no queda igual de bonito Rodrigo de Triana, aunque yo sea de Lepe, que Pepe el Motrileño. ¿O no...?

Y por eso estaba allí arriba aquella noche. Pasando más frío que un esquimal y mojado hasta el tuétano por los rociones que me lanzaba, riéndose de mí, aquel océano del que se contaban relatos espeluznantes .
Primero creí ver algo. 
Una difusa línea que cortaba el horizonte. Agucé la vista y dejé que la poca luz de la luna iluminara mi camino… También recé, más que por los escudos que no tenía, por los posibles bajíos y rompientes que seguramente tendríamos delante.

La línea poco a poco se fue aclarando… Sombras que parecen montañas... ¿Vegetación…? Aspiré una bocanada de aire. Olía a mar, a sal, a viento, y olía a… Tierra…
Entonces fue cuando grité, tan fuerte que hasta los oídos me pitaron. 
Grité tres veces:

- ¡Tierra...! ¡Tierra...! ¡Tierra...!

Grité tan fuerte que pronto se llenaron las cubiertas de las tres naves de hombres que oteaban el horizonte.
Creo que hasta a los habitantes de la isla desperté porque se encendieron hogueras en la orilla.
Y así llegamos al Nuevo Mundo... Las Indias…

América, se llamó después, que se joda el almirante por cabezón… Y por chorizo.
Del oro que prometió, ¿alguno de ustedes vio algo?... Pues éso. ¡Yo tampoco!

Cuando regresamos les contó a los Reyes muy tieso y peripuesto, con un loro de esos multicolores en el hombro, que había sido él y solamente él, el primero en avistar tierra y que por tanto, a él se le adeudaba la recompensa prometida por Sus Majestades… ¿Quién iba a creer a un simple marinero…?

Además los que salieron en mi defensa estaban en el bando equivocado. Luís de Torres, Juan de la Cosa y hasta Martín Alonso habían salido escaldados de su relación con el almirante, que los acusaba de mil perrerías. 
Y así se quedó Colón con el oro que, en justicia, me correspondía a mí.

Participé luego en otras expediciones, y al final hasta llegué al Cipango, cosa que Colón jamás hizo. 
Pero nunca recibí recompensa ni reconocimiento alguno. Jamás dejé atrás mi condición miserable.

Estoy pensando renegar, irme a África y hacerme moro…  A ver si allí se me da mejor…

A. Villegas Glez. 2011

Imagen: Diorama de Rodrigo de Triana. Autor desconocido.



2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Muy buen artículo. Como todos.
    Viva España!

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