lunes, 7 de noviembre de 2011

1797. MENTIRAS Y PROPAGANDA

La propaganda inglesa resulta increíble y con un morro que se lo pisa. Ciega a las derrotas y ensalzando siempre el más mínimo tiroteo o escaramuza como si fuese una victoria gloriosa y aplastante sobre los enemigos de Su Graciosa. 
Sobretodo si esos enemigos éramos los españoles.

Por otra parte la propaganda no es más que eso. Lo propio es lo mejor y lo del enemigo, nada vale… Esa es su razón de ser. 
Y hay que reconocer que en lo de la propaganda y el chovinismo siempre nos superaron de los Pirineos para arriba.

El año mil setecientos noventa y siete es un ejemplo claro de todo esto que les cuento. 

Aquel año empezó muy mal para España, en febrero la Armada sufría el varapalo del Cabo de San Vicente que fue la antesala de Trafalgar. 
En la batalla perdimos cuatro navíos y a mil y pico compatriotas, aunque hay que decir que, como siempre, algunos relumbraron de valor, de coraje y de honra. 
Como Cayetano Valdés que salvaría al Trinidad logrando que el recochineo de los gaditanos al regreso de la flota no resultase del todo insoportable.

La derrota sería ampliamente contada y difundida a los cuatro vientos por los diarios y pasquines ingleses de la época. 
Un joven marino se había distinguido durante el combate, un tal Horacio, sí ése, el de la estatua en Londres.
La verdad es que el hombre le echaba cojones al asunto de la guerra, y a otros, pero que no nos incumben.
En San Vicente pasó por en medio de la flota española jugándose los aparejos para informar a su almirante de la nefasta formación de los navíos españoles.
Durante el combate contraviniendo las órdenes de Jarvis se lanzaría contra una parte, la más débil, de la flota española, provocando que nuestros navíos se dispersaran y quedasen a merced del enemigo que por pocas no capturó el "Santísima Trinidad", salvado "in extremis" por Valdés que obligó al Comandante de la flota a volver izar la arriada bandera, dispuesto a hundir el navío antes de entregarlo a los ingleses.

La prensa británica andaba como loca con Nelson. 
Fustigador de españoles, vencedor de los Demonios del Mediodía y muchos más insultos y chuflas con las que nos calificaban, todo ello gráficamente ilustrado con grabados que dibujaban al marino inglés pateando el culo al mismísimo Rey de España. 
Además, para más escarnio español y más guasa inglesa, una enorme escuadra británica destacada en el Caribe acababa de tomar la isla de Trinidad.
Los hijos de Albión estaban exultantes.

Pero aquí se acabaría el buen año para Inglaterra.
Ellos, por supuesto, de todo lo que vino después no dicen ni pío. 
Ayudados por la desmemoria española aquellos acontecimientos de aquel mismo año ni tuvieron bombo ni platillo, en Inglaterra por razones obvias y en España ya sabemos todos el por qué.

El Almirante Jarvis arribaría a Cádiz a principios de julio para una operación de bombardeo y bloqueo naval. 
Los ingleses llegaron muy arrogantes y sobrados, más chulos que un ocho capturaron algunas embarcaciones de porte menor y pasearon presuntuosos sus velas por la bahía. 
El día tres y el día cinco formaron a sus cañoneras y bombardearon la ciudad hasta hartarse, hicieron bastante daño en la capital gaditana y obligaron a la gente a tener que buscar refugio en los pueblos de los alrededores. 
Pero poco más...

José de Mazarredo había organizado la defensa y su idea de las lanchas cañoneras, que atacaban al enemigo sin importar el pequeño tamaño de sus naves, lograron poner en fuga a las bombarderas inglesas.

Los rubios en sus crónicas solamente cuentan la gallarda actuación de Nelson y sus marineros. Recalcan, estirando mucho la papada, que durante los sangrientos combates que se desarrollaron lanchón contra lanchón y que se sostuvieron por decenas durante aquellos días, los británicos apenas sufrieron unas pocas bajas mientras que los españoles caíamos como moscas.
Para mí es algo difícil de creer cuando la fama de abordajes espantosos y sin cuartel de la infantería embarcada española tenía siglos de solera. 
Es más la reconocida pericia de los artilleros ingleses era debida en buena parte al terror que les provocaba, a ellos y a cualquier otro enemigo, los temidos y sangrientos abordajes que solían realizar los soldados españoles.

- Si los machacamos así de lejos, James, cuando lleguen, si llegan, estarán hechos astillas...- algo así debieron pensar los ingleses.

Por eso eran los mejores artilleros navales de la época, por pura necesidad. 
Las afamadas carronadas inglesas, piezas de artillería cuya única función era disparar cuanta más metralla mejor sobre las cubiertas enemigas, las inventó algún rubio que debió haber sufrido en sus carnes uno de aquellos espantosos abordajes de los españoles. 
Esto dato no es histórico,ojo, es una conclusión propia -que luego me saltan al pescuezo los de siempre- pero creo que no resulta descabellado pensar de esta manera.

Por esa misma razón no me trago eso de que huíamos como ratas de sentina y que, solamente gracias a la niebla y al viento, no nos mataron -Horatio y sus chicos- a más de media flota...

Pocos días después, 
supongo que cansados de matar españoles, pondrían rumbo los ingleses hacia las Islas Canarias, a dónde llegarían el veintidós de julio. 
En Tenerife, el Gobernador Gutiérrez y sus contados defensores, les estaban esperando.

Entre los días veintidós y veinticinco los ingleses intentarían tomar con todos sus medios la capital tinerfeña. 
Siempre chocaron contra la valerosa y feroz resistencia de la guarnición y de los civiles que se habían unido a la defensa.
Uno tras otro los asaltos ingleses se estrellaban contra los muros españoles. 
Gutierrez había convertido a sus tropas en móviles, acudían a cada puesto de combate taponando todas las brechas y haciendo pensar al almirante Jervis que en la puñetera isla estaba desplegado medio Ejército Español que, además, también contaba con baterías ocultas que estaban machacando a sus navíos: 

-¡Pobrecillos nosotros que no hay derecho a que nos estén dando la del pulpo...!

Todo esto -of course- no aparece en los periódicos ingleses. Los mismos que gritaban a los cuatro vientos que Cádiz estaba a punto de caer.
Se ocupaban, eso sí, de recibir a Nelson que había sido evacuado muy mal herido con medio brazo menos. 
Los periódicos lo tildarían en seguida de glorioso manco, de marino insigne y de valor inaudito al frente de sus hombres. 
No decían ni pío de los barcos perdidos ni sobre las decenas de compatriotas que se habían quedado flotando sobre las aguas de Tenerife:

-¡Que buen tiempo hace hoy!, ¿verdad, Edward?
-Ni que lo digas, Horacio… Mucho mejor que en Tenerife, ¿eh...?
-¿Tenerife...?, no sé de qué me hablas…

Pero aún peores eran las noticias que llegaban, o que no llegaban según se mirase, desde el Caribe. 

Allí no estaba Nelson que convalecía en Londres muy bien cuidado por su amante.

En Puerto Rico estaban el General Abercrombie, que había tomado Trinidad convirtiéndose así también en paladín de Inglaterra, y el Almirante Harvey.

En abril la flota y la infantería inglesa habían sido diezmadas por los defensores de San Juan de Puerto Rico en la que más de dos mil ingleses abonaban ahora los campos alrededor de la capital. 
La pretendida invasión había fracasado.
España, herida de muerte, aún era capaz de asestar zarpazos terribles.

En Inglaterra hubo rumores pero rápidamente se silenciaron todas las bocas. 
La derrota en Puerto Rico pasó a ser secreto de Estado y asunto prohibido. 
Nadie debía conocer la desastrosa verdad, y así fue.
Publicaban mucha relación con los barcos y el número de enemigos muertos -nosotros- cuando la batalla de San Vicente a primeros de año, regado con mucho chiste malo en contra de los españoles.
Mucha propaganda falsa y embustera, como todas, mucha prensa amarilla y mucho desprecio hacia nosotros y nuestra forma de ser y sentir. 
También mucha envidia enquistada y mucho rencor viejo de siglos.

Volvieron los pocos supervivientes de la expedición contra Puerto Rico, demacrados, destrozados y derrotados, con las velas hechas jirones y las banderas humilladas.

Un viejo marino, al que todavía le temblaba el ánima por el tifus y por los horrores que había contemplado y sufrido, se le acerca el chicuelo que vende los diarios:

-¡Extra, extra! ¡…Regresa la flota victoriosa...!- grita el chiquillo- ¡Extra, extra!, ¡los españoles huyen como ratas de Puerto Rico!

Al marino le falta el brazo derecho:

- ¿Un periódico, Señor? -le pregunta- sobre la victoriosa batalla de Puerto Rico…
-¿Victoriosa..?, ¿quién lo dice...?
- El Rey, Señor…
- Pues el Rey miente…Y tu periódico también…Pero dame uno que para la letrina resulta ideal. Papel suave y de calidad. 
Inglés, por supuesto...

A. Villegas Glez. 2011

Imagen: Bandera de Combate de un Regimiento español. Museo del Ejército.




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