sábado, 5 de noviembre de 2011

ASEDIO DE MALTA. 1565.

Cada ocho de septiembre recorre las calles de La Valeta una procesión en la que desfilan, tras el Estandarte de la Religión, la Espada y la Daga del Valor. 
Fabricadas con el mejor acero toledano y adornadas con fornituras de oro y piedras preciosas se las regaló Felipe II al Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén por el arrojo y coraje demostrados durante el Gran Asedio del año mil quinientos sesenta y cinco.
El Rey Prudente continuaba así con la tradición que había empezado su padre protegiendo a los Caballeros Hospitalarios que, tras ser expulsados de la isla de Rodas por los otomanos, el Emperador les arrendó la isla. 

La Sublime Puerta ansiaba expandirse hasta el corazón de Europa y su ofensiva resultaría demoledora. Atacaron todas las posesiones cristianas en el Mediterráneo menos las de Francia...

Los puertos gabachos servirían de refugio y de atracadero a la flota turca porque el Sultán había llegado a un acuerdo con el rey francés, todo por fastidiar a España, y así, mientras las galeras otomanas llevaban las bodegas atestadas de cautivos cristianos, miraban para otro lado y se hacían los sordos con los lamentos y los ruegos de los galeotes, muchos eran gabachos, y la flota otomana descansaba y se aprovisionaba en los puertos de Francia para escándalo y bochorno de Europa entera.

En el año mil quinientos cincuenta los habitantes de la población de Pollensa, en las Baleares rechazaron heroicamente un ataque sarraceno, p
ero otras muchas poblaciones fueron saqueadas, los habitantes esclavizados y sacerdotes crucificados. 
En mil quinientos sesenta los turcos y piratas bereberes comandados por Dragut destrozaron la flota española en la isla de Djerba. 
Cogidos por sorpresa el desastre hispano resultó mayúsculo, más de la mitad de las galeras se perdieron y miles de hombres perecieron.
Al tener noticias del desastre en Djerba, en Malta reforzaron las defensas y esperaron el que, suponían, inminente ataque de los turcos. 

Pero Dragut decidió no atacar Malta en aquel momento y deja pasar cinco años. 
Durante aquel tiempo la Armada española se ha rehecho y reforzado.

En mayo de mil quinientos sesenta y cinco la todopoderosa flota otomana echaría sus anclas frente a Malta. 

La formaban ciento treinta galeras, galeazas y galeotas, naves de apoyo y mahonas de transporte. 
Los turcos se habían traído un tren de sitio compuesto de más de sesenta piezas: torres de asedio, ballestas, catapultas, bombardas, pedreros, morteros, cuatro cañones gigantescos que disparaban enormes proyectiles de ciento treinta libras de peso y un mortero que lanzaba pedruscos de dos metros y medio de diámetro.
Más de treinta mil combatientes formaban sus filas y entre ellos centenares de Jenízaros y de Cipayos que eran las tropas más fanáticas y letales del Imperio Otomano.

Los de Malta oponían tres mil y pico combatientes de la milicia local llenos de ardor y de ganas de pelear pero con muy poco valor militar. 
La verdadera fuerza de combate la componían quinientos Caballeros de la Orden, ochocientos soldados, entre italianos, griegos, alemanes y de otras esquinas del imperio y otros ochocientos españoles, soldados de tierra y a los que había pillado el bloqueo turco con sus galeras ancladas en el puerto de Sanglea.

Dragut, el temible y eficaz general turco, primero ataca el pequeño Fuerte de San Telmo. 
Allí hay solamente quinientos hombres entre caballeros y soldados y piensa que, en un par de días podrá doblegar a los pocos defensores.
Pero Dragut se equivocaba... 
Los turcos necesitarían un mes para acabar con la resistencia en San Telmo.
Cuando lo consiguen habían perdido siete mil hombres y, lo que era más importante, al mismo Dragut en persona. 

El día veintiocho de junio, Juan de Cardona, Capitán de las Galeras de Sicilia, conseguiría burlar el cerco de los turcos y metería en Malta un muy necesario refuerzo de seiscientos hombres, pólvora y mosquetes. 
Con Cardona venían voluntarios de toda la Cristiandad para pelear contra los sarracenos.

El siete de agosto los turcos atacaron con valentía los Fuertes de San Miguel y de San Ángel y consiguen sobrepasar las murallas, se combatía cuerpo a cuerpo sobre los adarves. Todo parecía perdido cuando, de repente, los otomanos vacilaron en su ímpetu y retrocedieron espantados... 
Hasta las murallas llegaban los alaridos horripilantes de sus heridos y enfermos que estaban siendo masacrados por las cuadrillas de milicianos que andaban sueltos por toda la isla.
Aquel ha sido otro error de los turcos. 
Habían dejado Malta infestada de grupos rebeldes que atacaban, se escondían y volvían a atacar sin mostrar piedad ni para con los escribanos.

El bombardeo sobre el Birgu se tornaría continuo y sin descanso desde el día diecinueve hasta el día veintiuno de agosto.

Luego se lanzaron al asalto con toda la fuerza de la que disponían.
Dice la Historia que la isla se salvó porque, cuando los Estandartes turcos ya se asomaban sobre las murallas, el Maestre La Valette y unos cuántos caballeros se arrojaron sobre la marabunta otomana y lograron rechazarlos. Aunque -digo yo- que los piqueros y los arcabuceros que les acompañaban en la función algo tendrían que ver con salvar la isla, a la Orden y al Maestre.

Aunque hoy nadie les recuerde, y mucho menos sus compatriotas, allí estuvo, como siempre impasible ante el enemigo la más leal y fiera Infantería del Mundo.

El treinta de agosto llovía a cantaros y los turcos supusieron que, con la pólvora empapada, los cristianos se rendirían. 
Pero no contaron con las espadas ni con las dagas, ni con el heroico valor de los agotados defensores que rechazaron, una vez más, la marea turca que escalaba los bastiones.

Llegó así el mes de septiembre con los Generales turcos desesperados:


¿Cómo le iban a explicar semejante derrota al Sultán...?-se preguntaban.
Sin imaginarse que les quedaba otra sorpresa. 
La peor de todas.

Los españoles había
n desembarcado nueve mil hombres al mando de García de Toledo, Marques de Villafranca y Virrey de Sicilia.
De inmediato se habían puesto en marcha, formados en los famosos, temibles e impenetrables cuadros de infantería española, directos a socorrer el Birgu y a sus bravos defensores.

El General otomano al mando creía que la fuerza expedicionaria era mucho más pequeña y débil de lo que en realidad era y que, además, los infantes españoles no eran tan fieros como los pintaban. 
Parecía mentira que el otomano llevase tantos y tantos meses viendo morir a sus hombres bajo las murallas de Sanglea, el Birgu o Kalkara.
Muy seguro de la victoria y, sin pensárselo demasiado, ordena a sus tropas que salgan a recibir a ésos españoles que se acercan...

La vanguardia la mandaba Álvaro de Sande, que cuando ve venir la ola otomana que se abate contra la, supuestamente desprevenida, columna hispana, se pone el tío a correr contra el enemigo enarbolando la espada y gritando: ¡Santiago...!


Automáticos, como si resortes candentes se hubiesen encendido en sus entrañas, toda la Compañía de arcabuceros de Sande le sigue dando las mismas voces y con poca piedad -o ninguna- pasan a cuchillo a todos los sarracenos que encuentran a su paso. Provocan tanto espanto que los demás, aterrados ante la cuchilla hispana que taja, corta y desuella, presas del terror y del pánico, huyen despavoridos en todas direcciones.

Las unidades turcas se derrumban castillos de naipes y corren desesperados en busca de los atracaderos tirando las armas al suelo o arrodillándose pidiendo clemencia.
Pero no habrá piedad para nadie, h
asta que el doce de septiembre de mil quinientos sesenta y cinco la última vela otomana abandone las aguas de Malta.
Así la isla podía seguir siendo el hogar de los Caballeros Hospitalarios, porque España así lo quería. 
La Sublime Puerta había encontrado a su peor enemigo en el Mediterráneo.

Y les costaba, solamente, un halcón al año...


A. Villegas Glez. 2011



Imagen: Cruz de Malta.





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