jueves, 24 de noviembre de 2011

LA ÚLTIMA TRAVESÍA DEL "GLORIOSO"

El mar estaba sereno cuando, desde la cofa del mayor, resuena la voz del vigía de guardia:

- ¡Velas a la vista... Por estribor...!

En el alcázar de popa el Capitán, don Pedro de la Cerda, se arrima el catalejo a la cara y comprueba que, son tres, los barcos que maniobran buscando el barlovento:

-Ingleses -piensa- ¡la puta que los parió…!

De la Cerda, que es marino viejo y mejor soldado de su Rey, al comprobar que no puede huir del acoso inglés decide pelear y ordena poner la proa hacia el enemigo. 

Sobre las cubiertas el hormigueo de hombres se multiplica, se esparce la arena, se ceban los cañones y don Pedro le grita las órdenes, muy pegado a la oreja, a su timonel:

- ¡Una cuarta a estribor...!-grita hasta desgañitarse- ¡Amarrad ésas drizas inútiles! ¡...Fuego a mi orden...!

La fragata “Lark”, que es uno de los barcos que se acerca muy chulo y arrogante, recibe como bienvenida una andanada directa que resulta devastadora y que, en pocos minutos, la convierte en una pira ardiente que se hunde como un plomo mientras los supervivientes saltan por las bordas con las llamas lamiéndoles el culo.

El navío “Warwick”, que también se había puesto a tiro de cañón con la primera andanada pierde el palo trinquete y las velas se quedan hechas jirones, luego, antes de seguir su ruta el “Glorioso” le arrea otra dentellada a modo de despedida que deja al barco inglés sin gobierno en mitad del mar.
Los británicos se quedan atrás recogiendo náufragos y tratando de mantener a flote sus dañadas naves. El humo de los incendios, los quejidos de los heridos y los gritos desesperados de los que se ahogan llenan el aire del Atlántico.

El barco español continúa impasible su camino a Galicia con don Pedro respirando aliviado ya que e
l valioso cargamento en pesos de plata que transporta, continúa a salvo en sus bodegas. 
Al menos de momento.

Cerca del Cabo Finisterre el barco español se encuentra, otra vez, con naves inglesas.
Esta vez, rápidas y peligrosas fragatas. De nuevo son tres contra uno.

Los rubios, muy seguros de la victoria se lanzan contra la mole imponente del navío español que, con las portas abiertas, comienza a disparar andanada tras andanada de metralla y de cadenetas.
La ambición y la sed de plata indiana de los capitanes ingleses les busca la ruina.


El “Glorioso” machaca a sus enemigos durante tres horas consecutivas. 
La dotación rechaza varios abordajes simultáneos y hace huir a los ingleses con el rabo entre las piernas. 
El barco español se convierte en la vergüenza y el escarnio de toda la Armada Real inglesa.

El día dieciséis de agosto de mil setecientos cuarenta y siete el navío “Glorioso” entraba, por fin, en el puerto de Corcubión.
Descarga su mercancía intacta -don Pedro respiraba aliviado- y se reparan los daños sufridos durante los combates. 

La noticia de la gesta del navío había corrido como la pólvora por todas las costas españolas y en Corcubión serían, la tripulación y don Pedro, aclamados como héroes.
No merecían menos.

Pocos días después don Pedro, desoyendo los consejos que le daban de permanecer resguardado en el puerto, ordena zarpar y pone rumbo a Cádiz. 
Desafiante, orgulloso y con la vieja y merecida arrogancia española flameando sobre su cabeza en lo más alto de los palos.

A la altura del Cabo de San Vicente los hijos de la Pérfida encuentran al navío español. Llevan los rubios muchos días buscándolo, venga océano arriba y venga océano abajo, preparando su venganza. 
Rencorosos que son los hideputas...

El navío español era modelo y ejemplo en la Armada y la dotación se dejaría llevar por su Capitán hasta las mismas puertas del infierno, así que se juramentan para combatir hasta que no quedase ni uno sobre la cubierta y darles a los ingleses una buena lección...

Y en la mar, que es donde más les escuece.

Por eso desarbolan la fragata: “King George” con las primeras andanadas y la dejan en mitad del mar, sin gobierno, y a merced de los artilleros españoles.
A la “Dartmouht”, que se acercaba muy peripuesta en ayuda de su compañera, le reservaron los artilleros del "Glorioso" lo mejor de su puntería. 
El barco inglés sería alcanzado de lleno en la santa bárbara reventando en mil pedazos y matando a casi toda la tripulación.

Los hombres del "Glorioso" gritaban ebrios de coraje sobre la cubierta cuajada de restos de jarcia y de hombres. 
¡No hay barco inglés que pueda con nosotros...!

Aunque, durante el último combate, el navío español había recibido un durísimo castigo y 
ahora navegaba muy lento, con todas las velas destrozadas y el timón gravemente dañado.

Entonces el navío: “Russell” de noventa cañones -¡casi ná, compadre!- se unió a la caza. Era inevitable que diesen alcance al heroico navío hispano. 
Pero que le alcanzaran no significa que el barco español se rindiese. Of course!

La madrugada del dieciocho al diecinueve de octubre la pasarían los hombres del "Glorioso" de una manera muy entretenida, combatiendo borda contra borda, a cañonazos, escopetazos, cuchilladas, golpes, arañazos y mordiscos mientras a su alrededor saltaban las astillas, los aparejos, los hierros y los hombres hechos pedazos.

Al amanecer al Capitán no le quedó más remedio que ordenar, con todo el dolor de su corazón, que se arriase la bandera. 
El navío no era más que un trozo de madera que, solamente Dios sabía por qué, todavía flotaba.
Buena parte de la dotación estaba muerta o herida y ya no quedaban balas ni pólvora para los cañones. 
No quedaban palos, ni velas y ni un solo cabo estaba en su sitio, la lumbre del agua gravemente dañada, las bombas echaban humo de tanto achicar y en la enfermería la sangre formaba charcos que bailoteaban con los vaivenes del barco.

Las espadas se había partido pero el valor no se había quebrado.

Los ingleses, admirados por la valerosa defensa que los españoles habían hecho de su barco, trataron a los supervivientes con la exclusiva deferencia que se otorgaba a los héroes.

También quisieron aprovechar el buen casco cosido a balazos del "Glorioso", pero el bravo navío, en un último gesto de rebeldía, prefirió hundirse a tener que navegar bajo otro pabellón que no fuese el de España.

A. Villegas Glez. 2011

Imagen: El Glorioso arreando estopa al Warwick.



6 comentarios:

  1. Estupendo relato... Como siempre, que desde luego no olvidare.

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  2. Como siempre digo, otro gallo cantaría si Don Pedro hubiese nacido en otro país, vergüenza de políticos...

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  3. Impresionante relato, como siempre. Muchas gracias. Gracias a estos relatos, hace que, apesar de lo que está ocurriendo en este país, nos hace sentir orgullosos de pertenecer a él. Y sobre todo orgullosos de nuestras fuerzas armadas.

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  4. Excelente, sugerente, motivador... ¡Espléndido!

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  5. ¡Magnífica historia! Es una pena que estas gestas no las enseñen en las escuelas.

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  6. Excelente relato que me ha hecho sentir mis días en la mar. Felicidades y le animo a seguir contándonos estas magnificas gestas de nuestros antepasados.

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