lunes, 12 de diciembre de 2011

DON JUAN DE AUSTRIA

El suicida sistema matrimonial de los Austrias, les llevaría a tener hijos deformes, enfermos y casi todos ellos afectados por algún signo de locura o imbecilidad.
El ejemplo más claro y más dramático para la pobre España sería el de Carlos II, llamado piadosamente, “El Hechizado”. 
Cosas de la genética.

Menos mal que plantaron también su simiente en otros campos. Porque las aventuras amorosas con señoras de alcurnia o con fulanas de tres al cuarto eran cosa común entre nuestros avispados monarcas. Y de aquellas aventurillas a veces salían hombres, o mujeres, irrepetibles.
Don Juan de Austria es una de estas personas.

Hijo del emperador Carlos y de una noble y hermosa alemana, Bárbara de Blomberg. 
Ambos se conocieron durante el viaje que hizo el emperador a Ratisbona para La Dieta de la ciudad del año 1546.

Para disimular, la Blomberg, contrae matrimonio con un noble alemán que oculta y consiente los amoríos de su joven esposa con el ardoroso emperador a cambio de una bolsa de suculentos ducados castellanos cada mes. 
De aquel hombre recibiría don Juan su primer nombre: Jerónimo o Jeromín para los conocidos y allegados.

Era expreso deseo del emperador que su hijo se criase en España -sabía las de Caín, Carlitos- dónde se iban a comparar el solecito, el vino y las mujeres de España con el frío helado de Alemania.
Así que, junto con unos padres adoptivos, se instalaría en Leganés.

Educado en el espíritu humanista de la época, el Arte y las Ciencias. Alumno aplicado y ventajoso de la Universidad de Alcalá de Henares. 
También cuenta con un carácter ardoroso y valiente, y está deseoso de entrar en combate.

En 1565 intentaría embarcarse en las galeras que acudían en socorro de Malta. Pero su intento se vio frustrado. 
Sin embargo su hermanastro Felipe comprendería que el joven Juan no iba para cura.
Le nombra Capitán General del Mar y pone a su lado a hombres sabios y valientes como Bazán y Requesens.
Durante aquella época combatiría a los turcos y berberiscos en el Mediterráneo y se vería envuelto -muy a su pesar- en las intrigas palaciegas del Príncipe Carlos. 
El rey, cegado por el falso y traidor Antonio Pérez, desconfiaría de Juan, que no paraba de solicitar el título de Alteza Real, que era su máxima aspiración pero que Felipe le negaba, impávido, una y otra vez.

En 1568 se morían, casi al tiempo, el Infante Carlos y doña Isabel de Valois. 
Don Juan que les tenía sincero aprecio y cariño quedaría sumido en el dolor y, destrozado, decide ingresar en el monasterio de los Abrojos para dedicarse al estudio y la meditación.

Pero la sublevación de los moriscos en las Alpujarras lo pondría en acción. 
Como Capitán General acabaría con la revuelta con mano de hierro, única forma de doblegar a un enemigo que se había comportado durante la guerra de igual manera.
No hubo durante la campaña cuartel ni piedad por ninguna de las partes. 
Pese a todo en sus cartas don Juan nos revela su lado más humano y piadoso cuando describe las filas de moriscos, hombres, mujeres y niños, camino del exilio y el maltrato que recibían de todo el mundo. Don Juan lo calificaba como: “la mayor miseria humana”.

Al poco tiempo llagaría su victoria más sonada. Lepanto. 
Donde se detuvo el poderío sarraceno. 
De Juan fue la idea de repartir a los veteranos arcabuceros entre las naves venecianas, lo que a la postre, llevaría a la Liga a la victoria.

Pelearía en las arrumbadas como cualquiera y durante el abordaje a la capitana turca se las vio negras y tuvo que luchar a brazo partido por su propio pellejo.
Cuando le llevaron la cabeza del Almirante turco, tinto en sangre y chorreando sudor, la miró con gesto de asco y dijo:
-¿Qué queréis que haga con ella…? -  ordenó tirarla al mismo mar en el que se ahogaba la mitad de la flota sarracena.


Se convertiría en un héroe para toda Europa. 
Su figura joven, aguerrida, atractiva, gentil y noble despertaba los celos de su hermanastro abrumado por la carga imperial.
Fruto de aquella desconfianza, y después de haber conquistado de camino de regreso la plaza de Túnez, es enviado, casi exiliado, a Italia
Acataría con nobleza y lealtad la decisión del Rey y comenzaría de inmediato la labor diplomática que le habían encomendado viajando por toda Italia. 
Es muy poco conocido pero gracias a su trabajo se soliviantaron graves problemas que, de otra forma, solamente se habrían arreglado con los Tercios de por medio.

Y los Tercios estaban en Flandes. 
Y Flandes estaba que ardía. 
Los soldados llevaban sin cobrar desde que el difunto emperador se había encerrado en Yuste, acojonado por el avispero que era aquella España, habían asaltado Amberes llevándose hasta los floreros y dejando tras ellos un sinfín de herejes muertos y de hermosas casas flamencas achicharradas hasta los cimientos.

Y todos luchaban ahora contra los españoles que lejos, abandonados y solos, eran como manadas de lobos hambrientos -y lo de hambrientos no es una forma de hablar- se habían vuelto más peligrosos y díscolos todavía.

Don Juan llegaría a Flandes como Gobernador, pero al frente de tropas y refuerzos, sino disfrazado de refugiado morisco. Había atravesado toda Francia hasta llegar a Luxemburgo y de allí a Bruselas, en donde entra ría asombrando a todo Dios. 
Llegó don Juan con intenciones pacificas y firmaría el llamado Edicto Perpetuo, que la verdad duraría bien poco. 
Con el edicto se hicieron concesiones inauditas a los rebeldes pero estos se tomaron aquello como debilidad española y exigieron la completa retirada de las tropas españolas de todo Flandes.

Don Juan mandaría llamar de urgencia a los Tercios Viejos, los más duros, que encima acababan de cobrar los atrasos y subían, contentos, alegres y a marcha forzada el Camino Español dispuestos a no dejar hereje vivo.
Destrozaría a los rebeldes en la batalla de Gembloux en donde no quedó vivo ni el apuntador y lograría recuperar lo que habíamos perdido en Luxemburgo y la provincia de Brabante.

De inmediato las provincias del sur regresaron a la obediencia del Rey.


Pero el abandono y la falta de dineros llevarían al glorioso ejército a perder lo que tanta sangre había costado. 
Otra vez se pierden los caudales y los Tercios dejan de recibir su soldada.
De nuevo la Corte se toca las narices, hirviendo en su propio jugo de traiciones, ambiciones y prebendas, mientras en Flandes -como dice Marquina- el sol había empezado a ponerse.

Durante el sitio de Namur, que estaba en manos gabachas, dentro de una humilde y triste cabañuela, sobre un jergón de paja húmeda, moriría don Juan de Austria en el año 1578.
No murió solo lo hizo rodeado por sus soldados que le querían como un padre y, para un buen Capitán, no hay mejor lugar para morir que ese.

A. Villegas Glez. 2011

Imagen: El joven Juan de Austria. 1545-1578



6 comentarios:

  1. Magnífico relato, para un magnífico hombre.

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  2. Un magnífico hombre con dos cualidad además, la lealtad y la humildad, que le llevaron a anteponer los intereses de España y de su hermano a sus propios intereses y al reconocimiento que legitimamente se merecía. Pudo haber montado un ejército a sus órdenes valiéndose de su prestigio...y no lo hizo...y venga a intentar hablar una y otra vez con Felipe el tema de su tratamiento del Alteza y los posibles proyectos en Escocia o en otra parte.

    Por los estudios históricos y por la personalidad de Felipe II (a Ricardo de la Cierva me remito), parece más bien que toda la trama e intriga contra Juan de Austria se debe a las traiciones de Antonio Pérez (uno de los generadores de la leyenda negra), cuyos agentes (uno de ellos el famoso Escobedo) controlaban y manipulaban a Juan de Austria....a ver si se picaba y se declaraba en rebeldía...o falta similar. No lo lograron. Cuando Felipe II se libró, también en 1568, de la influencia maléfica de Antonio Pérez, empezó a darse cuenta de a las desconfianzas y burradas a las que había sido llevado por manipulación. No solamente lo de Juan de Austria. Pero para entonces ya era tarde.

    Y así lo manifestó en el lecho de muerte. Un rey que prefirió no tener cronistas y propaganda...y se dió cuenta al final de que no solamente "El tiempo me dará al final la razón" sino que "hay que proclamar tu versión verdadera, no sea que otro proclame la falsa"....como ocurrió....y ahora nos toca rebuscar entre legajos a nuestros héroes: Juan de Austria....y Felipe II también, a pesar de sus fallos. Quizás le venga bien también una semblanza.

    Un cordial saludo.

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  3. ....A ver, que ayer al escribir rápido, un número "bailó". Cuando escribí 1568 quería decir 1578.

    Los tres acontecimientos: la ejecución de Escobedo, la muerte de Don Juan de Austria y la caída de Antonio Pérez y de Ana de Mendoza se produjeron en 1578. Estas caídas fueron en parte consecuencia de los dos primeros acontecimientos...fué la gota que colmó el vaso y muchos empezaron a "cantar" denunciando con hechos y documentos a Antonio Pérez ante el Rey Felipe. Éste empezo a salir de la "realidad virtual" en que le tenía metido Antonio Pérez....y reaccionó. Tarde en relación a la justicia con Juan de Austria.

    Un cordial saludo.

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  4. Un gran heroe Español ,El tercer tercio de la legion española lleva su glorioso nombre

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  5. Preciosa historiay muy bien escrita.Triste vidadel que fue hijo natural del Emperador.Si el hubiera sido el heredero quizas las cosas hubieran sido diferentes.

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  6. Felipe II fue un gran Rey. Un Rey extraordinario que se quiere contraponer muchas veces a su padre o a su medio hermano, de modo interesado o cicatero. Y bien estuvo la vida de Don Juan de Austria; de triste nada.

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