viernes, 9 de agosto de 2013

¡YO SOLO! LA VIDA DE UN VALIENTE

Bernardo de Gálvez y Madrid nació en la provincia de Málaga en el seno de una familia con rancia tradición militar, tanta que el joven Bernardo con sólo quince años se marcha voluntario a la guerra contra Portugal del año 1762. Durante la contienda consigue por méritos en combate el grado de Teniente.
También las malas lenguas empiezan, ya desde tan temprana edad, a acusarle de medrar y escalar a costa de sus relaciones y contactos familiares. Sin embargo, a pesar de las habladurías malintencionadas, Bernardo de Gálvez se había ganado sus galones en batalla peleando cara a cara contra el enemigo.

Lo volvería a demostrar con creces en su nuevo destino de la provincia de Nueva Vizcaya. Allí combatirá a los peligrosos y valientes Apaches en su propio terreno, el desierto.
Durante la campaña demostrará su firmeza de carácter y su temple extraordinario.
Preparada una expedición contra los indios a sus soldados se les veía reticentes y temerosos, a ninguno le hacía demasiada gracia aquello de internarse en el duro desierto para exponerse a que, desde cualquier peña o barranca, saltase un indio para degollarlos de oreja a oreja.
Gálvez miraba con desprecio a sus tropas, luego espoleó su caballo para gritar:

- ¡Me iré yo solo si no hubiera quien me acompañare!

Y sus soldados, avergonzados, le siguieron. 

Cerca del río Pecos -el de las películas del Oeste- derrotaría severamente a los indios pero recibirá en el lance heridas gravísimas pues Bernardo siempre era el primero de sus soldados, el más valeroso, el que más se arrimaba al peligro dando ejemplo a sus enardecidos hombres.
Logrará reponerse de sus heridas solamente gracias a la fortaleza de su juventud y su férrea y casi sobrehumana voluntad.
Cinco años se pasaría entre las peñas, la arena, los cactus y los indios, cinco largos años temiendo por su cabellera, aunque también él era muy temido y muy respetado por todas las tribus indígenas.

Pasado este tiempo regresa a España para incorporarse a su nuevo destino: una Compañía de Cazadores con la que, de inmediato y sin apenas descanso, se embarca con rumbo a Argel formando parte de la desastrosa campaña que mandaba el General O´Reilly.
Al frente de sus Cazadores y de nuevo herido muy grave, resistirá los sangrientos asaltos sarracenos a su posición negándose a ser evacuado. Por los méritos contraídos durante la campaña asciende a Teniente Coronel. Bernardo de Gálvez tiene veintinueve años.

Pasará todo el siguiente año como profesor en la Academia de Ávila, en la que recibe su ascenso a Coronel.
Su nuevo destino sería el Regimiento Fijo de La Luisiana con base en la ciudad de Nueva Orleans.

Nada más llegar contrae matrimonio con una 
joven y hermosa viuda de la más alta aristocracia local, y partir de este momento de su vida es cuando empieza a convertirse en la pesadilla que será, de aquí en adelante, para los ingleses.
Comienza su tarea limpiando las costas americanas de contrabandistas y de navíos corsarios enemigos. Desde el primer momento ayuda y alienta el alzamiento de las Colonias Norteamericanas y permite que en todos los puertos españoles se comercie abiertamente con los rebeldes y que se les faciliten armas, pólvora y alimentos.

Los ingleses, como pueden imaginar, estaban que trinaban por todo aquello, pero Bernardo de Gálvez que era avispado, audaz y con mucha visión de futuro, tiene el plan de adelantarse a la guerra que sabe inevitable entre España, Francia e Inglaterra y con los yanquis de por medio.
Así que para el año 1779, Gálvez había reforzado las defensas de Nueva Orleans, alzado planos y mapas de todo el territorio y acerrojado sólidas alianzas con los indios vecinos que admiraban el valor y el temple, así como las maneras respetuosas y educadas de don Bernardo.


Sin pensárselo dos veces organiza un heterogéneo ejército formado por blancos, mestizos, negros e indios y con ellos se lanza al ataque contra las posesiones británicas en el río Misisipi.
El primero en caer es el “Fuerte Manchac” y no existen crónicas inglesas sobre lo sucedido porque ninguno logró salir vivo de allí.
Después venía un hueso mucho más duro de roer: la fortaleza de Baton Rouge, que contaba con empalizadas, zanjas y poderosos cañones. 
El fuerte era una posición vital para los hijos de la Pérfida.
Gálvez idea una estratagema y ordena un ataque frontal, casi suicida, a una parte de sus tropas. La otra parte mientras excava una trinchera hasta la misma espalda del enemigo, luego se emplazan allí los cañones que empiezan el bombardeo sistemático y preciso sobre los ingleses. 
Contra todo pronóstico los del ataque suicida habían logrado llegar hasta los muros e impasibles al fuego habían casi logrado escalar los adarves con los ingleses aterrados ante la imparable segadora española. Un día lograrían resistir los hijos de Su Graciosa bajo el certero fuego de la artillería y los mosquetes:

- ¡Capitulation, please, Mr. Gálvez…!

Con la caída de Baton Rouge el dispositivo inglés en el río Misisipi se desmorona como los naipes de una baraja y uno tras otro los fortines y embarcaderos ingleses se rinden ante las tropas de Gálvez.
Cuando la expedición regrese, con Bernardo de Gálvez a la cabeza, Nueva Orleans les recibirá como se recibía antaño a los césares en Roma.
Gálvez será ascendido a Mariscal de Campo por su intrépida acción.

Pero el bravo malagueño no quería detenerse ya que aquello era solamente el principio de un ambicioso plan. Así que sin apenas descanso congrega a mil doscientos hombres y ataca sin miramientos la ciudad inglesa de Mobile.
¡Con dos cojones!

El General inglés Campbell, que era el gobernador de la Florida además de arrogante y presuntuoso, al entrarse del osado movimiento español sale a la cabeza de sus casacas rojas desde Pensacola y muy dispuesto a destruir al ejército de Gálvez. Los ingleses sin embargo ni fuerzan la marcha ni se apresuran deasiado, Campbell no se despeina por ir en auxilio de sus camaradas ya que el Fuerte Charlotte era inexpugnable, o eso pensaba él.

En Mobile los españoles habían comenzado el asedio atacando el supuestamente inconquistable fuerte con tanto ímpetu y ardor que muy pronto había una brecha enorme en la muralla y una turbamulta inmensa de españoles, mestizos, negros e indígenas colándose en masa por ella y degollando ingleses a mansalva.
Desde la lejanía y con su moderno catalejo el general Campbell, que había llegado tarde y mal, contemplaba la caída de Fuerte Charlotte, (el mástil que sostenía la bandera-¡Crac!- se partía en aquel mismo instante), y solamente le quedaba la opción de retroceder y de rezar mucho para que los ojeadores del ejército de Gálvez no localizasen a sus tropas y los españoles les hicieran pedazos.

La toma de Mobile resultaría una victoria aplastante, arrolladora, pero el impetuoso y valiente Mariscal de Campo quería continuar hasta la misma Pensacola.
Pero era un plan demasiado ambicioso.
Mucho hueso para tan poco perro y por eso emprendería viaje hasta La Habana para solicitar a sus superiores más hombres, más barcos, más armas y más pólvora.

En Cuba deberá librar otra guerra más silenciosa pero no menos mortal, la batalla contra las envidias y los celos que provocaban su persona. 

Decían de él sin razón que era un advenedizo que gozaba de un grado que no merecía y que se servía de su influyente familia para alcanzar los fines de su desmesurada ambición.
Era cierto que su padre es Virrey de México y un tío suyo Consejero de Indias y es cierto también que en aquella España, igual que en la de ahora, quién no tenía padrinos no se casaba y que la envidia era "mu mala", porque familia aparte, lo que resultaba innegable era que sus galones los había pagado con su propia sangre combatiendo en primera línea contra los enemigos de España, algo que no podían decir ni uno de sus muchos enemigos. De todos los hombres que habían servido bajo su mando, que eran muchos y muy distintos, a ninguno nunca se le habían escuchado otra cosa que alabanzas hacia su persona y su talento militar, y hasta entre sus enemigos causaba admiración y gozaba de enorme prestigio aquel personaje singular que habían parido las hermosas sierras malagueñas de la Axarquía.
El valor y la inteligencia de Bernardo de Gálvez estaban fuera de toda duda pero sus intentos de poder llevar acabo sus audaces planes chocaban una y otra vez contra la muralla de burocracia y papeleo que sus enemigos le imponían.
La España del papel y las sanguijuelas, de los emboscados de Palacio y de las Cortes envilecidas. Las malas lenguas afirman que hasta el mismo Rey había tenido que meter mano en el asunto, y por fin, después de dos meses largos desde la gloriosa toma de la ciudad de Mobile, una flota salía desde La Habana con rumbo a Pensacola con la sana intención de arrebatársela a los ingleses.

Pero la mala fortuna se cebaría con la expedición y un huracán dispersa y destruye la flota española. El intento había fracasado antes de empezar.
Mientras los ingleses intentando aprovecharse del desastre de la armada, atacan Mobile, pero una vez más en nuestra historia se lograría el milagro y unos pocos, apenas cuatrocientos soldados y milicianos, rechazaron el asalto de mil trescientos ingleses a base de valor, de heroísmo y de sacrificio. Nada era gratis para los españoles que con su sangre pagaron que la ciudad continuase en manos de La Corona.

De nuevo despachos y escribanos esperaban al malagueño. 

Pero ésta vez la todopoderosa Francia presionaría -y mucho- para que los planes del prestigioso y joven Mariscal de Campo español, al que respetaban y admiraban en París, se llevasen a buen término. 
Los franceses estaban pasmados por la competencia profesional y el valor desmedido de nuestro compatriota:
- ¡Oh, la, la, pag de huevos! -decían.

Así en el año 1781 salía la nueva armada desde La Habana y con el mismo objetivo que la anterior, la toma de Pensacola.
La flota la mandaba el Almirante Calvo de Irazábal y Bernardo de Gálvez al frente de las tropas de tierra.

La bahía de Pensacola estaba defendida por el Fuerte San Carlos y una batería de cañones de calibre grueso que estaban destacados en la isla de Santa Rosa, además contaban los defensores con barreras defensivas en las que un navío podía encallar y convertirse de esta manera en blanco fácil para las baterías inglesas.

Gálvez al frente de sus tropas de marina desaloja a la bayoneta a los artilleros ingleses de Santa Rosa y el navío “San Ramón”, buque insignia de la flota española, intenta entrar en la bahía de Pensacola, pero una mala y desafortunada maniobra hace que choque contra una de las barras defensivas y se quede inmóvil sobre el agua. 

No lo echan a pique los ingleses desde el fuerte a cañonazos porque en el último momento una racha de viento favorable lo saca del grave apuro.

Sin embargo para el almirante Irazábal sería una experiencia traumatizante y con el susto metido en el cuerpo, temeroso de perder toda su flota prohíbe que los barcos españoles intenten siquiera forzar la entrada en la bahía. Aquella orden sacaría de sus casillas al fogoso Bernardo de Gálvez.

Ambos hombres se enviaron notas y cartas muy finamente redactadas de un barco al barco porque los dos sabían que acabarían a cuchilladas si se encontrasen cara a cara.
Lo menos ofensivo que le decía Gálvez a Irazábal era cobarde y traidor pero el otro nada, oídos como tapias y sin otorgar su permiso para que los barcos entrasen en la rada de Pensacola. Pasan unos días, largos, tensos e inacabables hasta que Gálvez se levanta una mañana muy hasta los huevos de los ingleses y del almirante y l
e ordena al contramaestre de su nave -el bergantín “Galveston”- que se ice de inmediato la bandera de combate.
Todo el mundo a bordo sabe lo que aquello significa. 
Don Bernardo iba a entrar en la bahía, sí o sí y con dos cojones. 
Pero Gálvez no se conformaba sólo con eso, desde el castillo de su barco y sujetando una bala de cañón de treinta y dos libras a la altura de lo testículos y a voz en grito, para que Irazábal pueda escucharle, dice:


- “Esto es lo que reparten los ingleses del fuerte. ¡El que tenga honor y valor, que me siga!”


Impasible le da la orden a su timonel y el "Galveston", con las velas hinchadas por el viento enfila la entrada a la bahía de Pensacola a cañonazo limpio. 

Uno a uno los demás barcos de la flota le siguen por vergüenza y por el bravo ejemplo que acaba de darles aquel hombre excepcional.
El almirante Irazábal, encerrado en su cámara, regresa humillado hasta La Habana con el navío “San Ramón”.

Gálvez organiza entonces el desembarco de sus tropas para poner sitio formal al anillo defensivo inglés. Pero son unas defensas fuertes y los enemigos correosos y decididos y se torna muy complicada la situación española, sin abastecimiento, con poca pólvora y teniendo delante a un enemigo correoso y decidido que hace salidas y pelea con fiereza... Gálvez resulta herido y en el campo español empiezan a aparecer las enfermedades, pese a lo cual, los españoles no cejaban en sus ataques y sus asaltos contra las murallas guiados por el incansable Bernardo de Gálvez. Tomarían Pensacola costase lo que costase.
Y pasaban los días y la desesperanza y la derrota volaban sobre el campamento hispano cuándo de repente un día por el horizonte aparecieron las velas de una flota de refuerzo enviada de urgencia tras el informe realizado por Irazábal.

La mandaba José Solano y al ver aparecer aquel refuerzo la defensa inglesa se deshinchó como un globo.
El obstinado Gálvez lo había conseguido y Pensacola iba a regresar a manos españolas.
El día ocho de mayo se inicia el asalto definitivo contra las murallas y el nueve por la mañana Campbell solicitaba el alto el fuego y rendía la plaza.


La victoria significaría el final de la presencia inglesa en el Golfo de México y para los rebeldes norteamericanos resultaría una batalla decisiva para lograr sus objetivos. Sin ingleses de los que preocuparse por el sur, flanco cubiertísimo por los españoles del Rey Carlos, los norteamericanos podrían centrarse en asuntos tales como el de destrozar a los ingleses en batallas como la de Yorktown.

Así lo reconocerán los norteamericanos invitando a Bernardo de Gálvez al Desfile de la Independencia. Allí estaría el malagueño junto a los padres de la nación norteamericana que reconocían, aplaudían y admiraban el valor del bravo militar español y de la contribución de España a la independencia. 

En el año 1785 Bernardo de Gálvez recibe el cargo de Virrey de México. Será siempre recordado como uno de los mejores gobernantes que jamás tuvo el país, ya que mandó iluminar las calles, reforzó la beneficencia, financió expediciones científicas como las de Sessé y Cervantes, e inició las obras del hermoso Palacio Chapultepec. 

A pesar de todo el cargo era como un dardo envenenado para Gálvez. Las continuas luchas y briegas contra los envidiosos y los burócratas minaban su salud más que todas las heridas recibidas durante su ajetreada vida de soldado.
Los nervios acabarían destrozándole el estómago y moriría de úlcera sangrante el día 30 de noviembre de 1786.
Bernardo de Gálvez tenía apenas cuarenta años...

© A. Villegas Glez. 2013












7 comentarios:

  1. Muchas gracias por éste relato..

    Lo dice un catalán, orgulloso de ser ESPAÑOL.

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  2. Gracias por la historia .
    No la conocia
    Jesus M Mira .

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  3. Excelente blog en general y gracias por recordar a un insigne paisano malagueño mio.
    Haces un gran trabajo.

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  4. gracias por este fantástico relato y no desespere querido compañero, no todos renegamos de lo que fuimos, somos pocos si, pero cada día seremos más los que saldremos de este gran letargo. Honor y gloria querido amigo!!!

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  5. Más que instructivo... aleccionador y emocionante
    Charlie

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  6. cada dia me emocionan mas sus relatos a la vez que educan enseñan historia de la manera mas entretenida, fabuloso, me encanta

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  7. Un verdadero honor y placer haber leido estas líneas, gracias por compartirlo. Deberíamos sentirnos orgullosos de nuestros antepasados.

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