miércoles, 9 de octubre de 2013

EL CAPITÁN TONI

Desde la cama se podía ver la hermosa bahía y los palos de los navíos que estaban amarrados en el puerto. 
El anciano apenas podía levantar la cabeza de la almohada, pero en un último esfuerzo, empujado por la brisa salada que entraba por su ventana, puede contemplar las velas de un “Dos Puentes” nuevecito que sale en aquel momento de la rada y desde el que se disparan salvas en su honor. 
Un buen muchacho ese Capitán- piensa el viejo.
Con el sonido, que apenas llega a los oídos sordos retumbando dentro de su corazón, el anciano muere sonriendo, navegando a toda vela hacia el mar inmenso y azul del cielo.

Había nacido hacía ochenta años en la misma tierra que ahora le despedía, la Perla del Mediterráneo, la hermosa Palma de Mallorca, era hijo de un marino mercante, Capitán de un jabeque-correo que realizaba la peligrosa ruta entre Mallorca y la Península.
Una travesía que estaba infestada, desde hacía siglos, de piratas berberiscos que asolaban las costas españolas y mantenían en vilo a cualquier embarcación que surcara el mar.

Desde que adquirió la altura necesaria el pequeño Antonio, que así se llamaba, acompañaba a su padre en los viajes y así, desde el humilde oficio de grumete, fue ascendiendo, trabajando muy  duro, en la escalilla marinera.
Con diecisiete años era ya Tercer Piloto y con apenas dieciocho debió hacerse cargo de la embarcación de su padre cuando este muere de forma fulminante.
Muy pronto se correría la voz por todas las islas de que el joven Capitán Toni no se cortaba ni un pelo a la hora de abordar enemigos y que jamás rehuía un combate.

En el año mil setecientos treinta y ocho, su patache es atacado por dos poderosas galeazas sarracenas que le doblaban en artillería y dotación. Lejos de rendirse o de huir, la tripulación española dirigida por su bravo capitán, pelean como unos jabatos, rechazando los abordajes otomanos y cañoneando muy de cerca al enemigo, al que no le queda otra que huir espantado, vapuleado y con una de las galeazas escorada y a pique de hundirse tras recibir una soberana paliza de los marinos del Capitán Toni.
Por esta acción el mismo Rey nombra al valeroso mallorquín, Alférez de Fragata, pero sin derecho al sueldo...

Su fama de buen marino y mejor soldado crece por todo el Mediterráneo. El Capitán Toni tiene veintiún años, su barco se había convertido en el terror de los berberiscos y su fama empezaba a despertar la envidia entre algunos oficiales de la Real Armada.

En 1748, después de haber estado muchos años combatiendo contra los piratas siempre con buen tino y mano firme, el Rey decide darle el mando de cuatro Jabeques y lo asciende a Teniente de Fragata.
Su misión era la de unirse en Cartagena con Julián de Arriaga, que tiene el mando de la flota conjunta y con ella buscar y destruir una flotilla pirata que andaba dando mucho por saco en aguas españolas, causando daños y temor entre las poblaciones costeras.

Más o menos a la altura de Altea los jabeques, rápidos y letales, del Capitán Toni encuentran a la flota pirata berberisca y sin dudar se lanzan al ataque. 
Los piratas huyen espantados al ver recortarse contra el sol la figura del Capitán agarrada a un cabo de su barco. 
Ningún pirata quería vérselas con el Capitán Toni y sus hombres.

Justo al regreso de esta expedición y recién desembarcados en el puerto de Figueras de Mallorca, ven pasar a lo lejos algunas naves piratas que remolcaban a una presa española.
El Capitán Toni salta de inmediato dentro de su barco, llevándose a una Compañía de Granaderos para que pudiesen practicar el arte del abordaje y la pelea en la mar. 

Con ellos y su tripulación sale de inmediato en persecución de los barcos enemigos.

Muy cerca de la isla de Cabrera le dan caza al barco que remolcaba al español y lo abordan sin contemplaciones, matando a la mitad de los turcos y llevándose cautivos a la otra mitad, liberando la nave capturada y a los galeotes cristianos que se habían salvado tras la batalla. 

Por esta acción fue ascendido a Teniente de Navío. Seguía sin oler ni un duro del sueldo que, como militar, le correspondía.

Nuestro héroe continúa con su humilde trabajo de correo y transporte entre las Baleares y la Península.

En uno de aquellos viene y va, junto a la desembocadura del río Llobregat se encuentra ancladas a dos galeazas turcas. 
El jabeque se lanza al ataque y destroza a cañonazos a una de las naves enemigas, luego la abordan a sangre y fuego. 
Mientras la otra galeaza huirá despavorida, espantados sus tripulantes y a todo remo.

El Capitán Toni será recompensado con su ascenso efectivo y su inclusión en la escala del Cuerpo General de La Armada, cosa que no agradará en absoluto a los estirados e ilustrados oficiales que habían empezado sus carreras como Guardiamarinas.

Pero pese a las envidias y las palabrerías, pese al desprecio que sentían muchos hacia su persona, le tildaban de cazurro, de iletrado y de mil cosas más, en el año 1761 fue ascendido a Capitán de Fragata.

Toni seguía a lo suyo, que era desjarretar sarracenos, mandar sus naves a pique y limpiar las aguas españolas de toda aquella escoria. 
Y se aplicaba a ello con eficacia y profesionalidad, causando estragos entre los berberiscos, admirando al pueblo y a los marinos que servían bajo sus órdenes, a los que trataba siempre con benevolente cariño, aunque les exigiese, a gritos en medio del combate, que se dejasen los huevos si era preciso.

Con sus tres Jabeques Reales sembrará el terror entre los argelinos y los piratas berberiscos. El Capitán ataca siempre, aún estando en inferioridad numérica, y sus victorias resonarán por todo el Mediterráneo y por toda España.
En una década conseguirá hundir más de una veintena de naves enemigas y dañará gravemente a cientos de ellas, capturando miles de prisioneros y liberando otros tantos cautivos cristianos.

En el año mil setecientos setenta y nueve, el Capitán Toni será ascendido a Capitán de Navío en agradecimiento a sus servicios a la patria.
Él seguía con su humilde, callada y efectiva labor de transporte y de corsario. Celebradísima fue su arribada al puerto de Cartagena trayendo a más de mil seiscientos berberiscos encadenados y más de mil galeotes cristianos liberados de los remos sarracenos.

Acude en socorro del Peñón de Alhucemas, que había sido tomado por los moros, y a cañonazos, pues su fuerza no era suficiente para un desembarco, logrará expulsar a los enemigos de España.


Esto sucedía en el año 1775, el mismo año en que el Rey de España, que era la única nación europea que pretendía limpiar el Mediterráneo de piratas, manda una expedición, al mando del General González de Castejón, de unos dieciocho mil hombres contra Argel, que era la capital y base principal de los piratas mediterráneos.


El convoy de transporte lo mandaría el Capitán Toni, que no estaba el hombre muy convencido sobre la viabilidad de los planes para el desembarco, que los dos lumbreras que iban al mando habían trazado.
Y no se equivocaba.


A pesar de haber metido sus barcos hasta aguas tan someras, que iba el marino de la sonda gritando las medidas con la cara de canguelo, esperando escuchar la quilla clavarse en el fondo para dejarlos a todos allí en medio de la bahía, como a patos de feria a merced de las baterías sarracenas. 

Aunque el Capitán Toni consigue acercar sus barcos hasta casi las mismas playas, sus temores se hacen realidad y la operación se torna en desastre.
El General O´Reily, que mandaba las tropas de tierra y el General Castejón empiezan a dar órdenes confusas y contradictorias, la mayoría de las piezas de artillería se pierden en el desembarco y los moros empiezan a lanzarse en oleadas contra los nuestros. 
Una marabunta que cargaba contra las tropas que habían conseguido desembarcar y que se defendían como podían buscando reembarcar y largarse de allí.

Lo Jabeques del Capitán Toni lograrán salvar miles de vidas con sus cañones arrimados más todavía a la orilla -al de la sonda le dio un patatús- para proteger la retirada. 
Gracias a su pericia y su valor, gracias a su sangre fría, aquello no se convirtió en el desastre total que pudo haber sido.
Esta acción de guerra, por fin, le granjea el respeto y el aprecio de algunos oficiales de la Armada. 
El Rey le nombra Brigadier.

En 1779, España intenta recuperar el Peñon de Gibraltar de manos inglesas, será el último gran intento -por ahora- y casi lo logramos.


Fue posible gracias al ingenio de un hombre al que muchos despreciaban por creerle un inculto y un patán al por no haber pasado por la Real Academia Naval. El viejo Capitán Toni, lobo de mar, medio sordo a causa de los miles de cañonazos que habían soportado sus tímpanos sobre las tablas de sus barcos, el viejo Toni, acuchillado en mil combates contra los piratas, se inventa la Lancha-Cañonera.

Consiste en un bote de catorce remos y vela latina en el que se mete un cañón de a veinticuatro, el más gordo que se podía, sobre una plataforma giratoria, a la barca se le instala un parapeto abatible que sirve para proteger a los remeros de los mosquetazos enemigos y se le clavetea una plancha de hierro con el mismo objetivo. 


Las carcajadas de los ingleses, de los propios españoles y de todos los extranjeros que habían acudido desde toda Europa para asistir al asedio -hasta boletos vendía el Rey en el Palacio de Oriente- se pudieron escuchar en toda la Bahía de Algeciras.

El viejo marino se había vuelto loco, puesto que aquellos endebles botes serían barridos por la eficaz artillería inglesa, eso al menos decían los escépticos, que eran casi todos.
Pero todos se equivocaban.

Después de las primeras noches tras los ataques de las cañoneras, ya nadie se reía. 

Los ingleses menos que nadie.

Porque se volvían locos izando las velas a toda prisa para poder huir ante unas embarcaciones que, viniendo de proa, resultaban inalcanzables para sus artilleros. 
Llegaban en la oscuridad cañoneaban, se retiraban, recargaban y atacaban de nuevo… Y así noche tras noche, hostigando a un enemigo que ahora no tenía más remedio que enseñar sus altas popas ante las humildes, pero efectivas, lanchas cañoneras.

Sin embargo la inquina y la envidia española empañan el gran éxito del Capitán Toni.
Haber llegado hasta General desde simple grumete no se lo perdonarían algunos de los más estirados y remilgados oficiales de la Real Armada.
Su trato hosco y suspicaz, porque era sordo del todo o casi, sus pocas ganas de cumplir con los protocolos y las etiquetas no le granjeaban más que estúpidas antipatías. 

Sin embargo era muy querido y admirado por el pueblo y por la marinería.
Hasta una copla le compusieron...

El nuevo mando de las tropas, el Duque de Grillón, llevaba secretas instrucciones para evaluar la capacidad en el mando del Capitán Toni. ¡A aquellas alturas!, pero así eran -son- las cosas de España.
El Duque, tras una larga entrevista con el Capitán, se queda tan impresionado por el hombre que tiene delante que, desechando habladurías y envidias, envía al Rey un informe muy favorable recomendando su ascenso a Teniente General de la Armada.

En el año 1783, el nuevo y flamante General encabezaba la nueva operación de castigo contra Argel. Esta vez no habría desembarco, solamente el bombardeo intenso hasta reducir la ciudad a escombros si era preciso.

El Capitán Toni contaba con un moderno navío, varios jabeques, brulotes incendiarios y sobretodo llevaba sus queridas lanchas cañoneras.

El primero de agosto la escuadra abrió fuego contra La Plaza de Argel.
Se hunden a cañonazos a los barcos enemigos que intentaban acercarse a la flota española y se sigue bombardeando la ciudad hasta que se le agotan las municiones a las cañoneras.
Los días siguientes la operación se repetirá. En Argel, que ardía por los cuatro costados, el pánico se había apoderado de la población, había mucha destrucción, mucha de la artillería de las defensas destruida, mucho muro derruido y mucho muerto por las calles.

La flota española regresa a Cartagena para rearmarse y reparar los pocos daños sufridos. Desde Trípoli los piratas berberiscos se apresuran a enviar emisarios para solicitar la paz a España.

Y que al Capitán Toni no se le ocurra darse una vueltecilla por allí...

Los de Argel, sin embargo, resultan más duros de pelar, refuerzan y reparan sus fortificaciones y contratan asesores ingleses para que les ayuden, al tiempo ofrecen recompensas de millones de cequíes por cada barco español hundido. Alentados los piratas lograrán capturar varias naves cerca de las Baleares.


El Capitán Toni, en Cartagena, recarga sus barcos hasta los topes de pólvora y balas de cañón.
La flota española llegará de nuevo a los muros de Argel, el diez de julio de 1784. E
l día doce se abre fuego sobre la ciudad.

La armada de setenta naves, muy bien preparadas y artilladas, que salió al encuentro de los barcos del Capitán Toni, fue rechazada con grandísimos daños, al ser vapuleadas las naves enemigas por la línea de cañoneras. Ni asesores ingleses, ni gaitas escocesas. Los de Argel estaban perdidos.
Contra la ciudad se desata una tormenta de hierro y fuego.
Las llamas consumen buena parte de la ciudad y del puerto.

El veintiuno de julio, Argel, aquel nido de piratas en dónde hasta el gran Cervantes había estado cautivo, no era más que un montón de casas ardiendo y de defensas derribadas, con miles de muertos y heridos arrastrándose por las calles.

La flota del Capitán Toni regresa a casa tras haber cumplido su misión.

Argel y Túnez envían propuestas de paz de inmediato. 

La piratería en el Mediterráneo había muerto. Al menos hasta que llegase el periodo de las guerras napoleónicas en Europa y resucitasen los berberiscos en sus viejas costumbres y tuviesen que venir los norteamericanos a arreglar el asunto.

Después de terminar la exitosa campaña el Capitán Toni, que ya es General desde hacía tiempo, recibe el visto bueno del Rey para que pueda cobrar su soldada -¡ya era hora, redios!- su estipendio de militar que le llevaban negando desde que lo habían metido en la Escala. O desde antes.

¡Pardiez, solamente en atrasos le debían un Potosí…!

Tenía ya setenta y tres años, la cara marcada por las heridas, sordo como una tapia y a pesar de su carácter noble y bondadoso, estaba siempre en la mala boca de los estirados y los niños pijos de la Armada, aquella que él tanto amaba y de la que sabía más que casi todos aquellos estirados, que sólo servían para lamer las pelotas al Rey.

Estaba viejo y cansado y decide retirarse a su maravillosa isla mediterránea, ahora en paz con la amenaza sarracena finiquitada, por fin, después de tantos siglos.

Pero el deber pronto le reclama.

Una fragata acude en su busca con instrucciones de que acuda corriendo hasta Algeciras, allí deberá tomar el mando de una flota que estaba siendo preparada para socorrer a la ciudad de Ceuta, que había sido atacada y estaba bajo asedio.

Pero para cuando llega resulta que ya hay de por medio unas supuestas negociaciones de paz, pero el Capitán Toni, que conoce muy bien al enemigo no se fiaba ni un pelo.

Así que de incógnito se acerca hasta Ceuta y revisa las fortificaciones y los preparativos que estaban haciendo los marroquíes.

Se da cuenta de la treta enemiga y previene a todo el mundo de que los moros iban a atacar, pero nadie le hizo ni puñetero caso, hasta que los sarracenos rompieron los acuerdos y atacaron sin contemplaciones.
Para agraviar más todavía a nuestro viejo héroe, los detractores y los envidiosos, consiguen que el Rey nombre como Jefe de la Expedición al General Morales de los Ríos.

Y eso a pesar de que habían ido a Mallorca expresamente en su busca. Debió destrozarle el alma aquello.

Encima y para echar más sal a la herida, el Rey lo pone al mando de una escuadra menor que estaba atracada en Algeciras. 

Una escuadra que no se moverá de allí mientras duren las hostilidades con los marroquíes. 
Y al de Los Ríos lo nombra Conde de no sé qué, encima.


El viejo capitán regresaría cabizbajo a su tierra. Los años que le quedaban los pasaría escuchando las mentiras que propagaban sobre su persona, acuchillada su figura por los de siempre. Y morirá sin los honores que tanto se mereció.

Una tumba en la Capilla de San Antonio de la Parroquia de la Santa Cruz y una placa en el Panteón de Marinos Ilustres. 
Y date con un canto en los dientes, Toni.

También había una coplilla salida del pueblo, del que procedía, algo que jamás le perdonaron los déspotas ilustrados y los estirados hijos de los marinos de postín.


La copla cantaba:

“Si el Rey de España tuviese cuatro como Barceló, Gibraltar sería de España, que de los ingleses, no”

O algo así decía la coplilla. Para un humilde marinero que desde grumete había alcanzado el grado de Almirante de la Armada de España, aquel era el mejor homenaje, el mejor recuerdo.

A los estirados, de ayer y de hoy, que no saben ver, ni aceptar, ni comprender: 
¡Qué los J...!

Eso habría dicho el malhablado, generoso y valiente, Don Antonio Barceló y Pont de la Terra, que así se llamaba nuestro héroe.

© A. Villegas Glez. 2013





3 comentarios:

  1. ilustre y valiente marino mi paisano!!

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  2. Maravillosa historia. Muchas gracias.

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  3. Genial historia, y muy ilustrativa. Necesitamos unos cuantos más como el capitán Toni....y unos cuantos menos de sus contrincantes en España.

    ....A propósito: aunque no se trate de un héroe naval...a lo mejor sale una buena historia de esta propuesta que hago:

    http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_de_Urrutia_y_de_las_Casas

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