viernes, 1 de noviembre de 2013

LA EXPEDICIÓN MALASPINA-BUSTAMANTE

Corría el año mil ochocientos ochenta y cinco cuando por fin se publicaban -tras haber estado años y años relegados al olvido, llenándose de polvo y de ácaros que se alimentaban de sus valiosas hojas y escondido en algún cajón cerrado con siete llaves- los documentos, dibujos y conclusiones de una expedición científico-política que había impulsado y financiado, hacía noventa y un años, el ilustrado monarca que fue Carlos III.

Era el año del Señor de mil setecientos setenta y ocho cuando el rey, que se pirraba por los relojes y la astronomía, que escuchaba boquiabierto los avances científicos de la época y que gastaba los dineros sin pensárselo en apadrinar expediciones científicas, recibía con mucho agrado el proyecto que le habían presentado dos afamados marinos. Uno era napolitano, que es tanto como decir español de por allí y el otro cántabro con la sal metida en la sangre. 
Carlos III apoyaría entusiasmado el que sería, a la postre, su último proyecto, ya que dos meses después del inicio de la aventura el rey moriría, aunque la expedición no se vio afectada por el deceso.

En España, las expediciones del inglés Cook y del francés La Perouse, que habían surcado aguas del Pacífico, desataron en nuestra patria envidias y recelos ya que el Mar del Sur lo considerábamos tan nuestro como el Mediterráneo desde que Nuñez de Balboa se había bañado en sus cálidas aguas hacía la tira de años.
Muy pocos barcos extranjeros navegaban por aquel mar hispano: cuatro carracas portuguesas, piratas y bucaneros de Oriente y, por supuesto, nuestro famoso Galeón de Manila.
Por eso las expediciones de nuestros vecinos ingleses y franceses nos habían tocado- y mucho- los aparejos, y por eso el proyecto de Malaspina-Bustamante llegaría en el momento más apropiado.
Se construyeron dos corbetas con especificaciones propias para la expedición y se reclutó a lo mejor de la marinería y la oficialidad de la Real Armada.
Las fragatas se bautizaron “Descubierta” y “Atrevida” en honor a los barcos que habían formado la expedición de James Cook que se llamaban igual pero en hereje, claro.

Embarcan en la expedición la flor y la nata de los naturalistas, los botánicos, dibujantes, zoólogos, hidrógrafos, cartógrafos y astrónomos españoles. Nombres como los de Gutiérrez de La Concha, el profesor de pintura Del Pozo, Luis Née, insigne botánico, el naturalista Pineda y marinos de la talla de Alcalá Galiano y Cayetano Valdés.

Los objetivos de la expedición, que se autodenomina científica y de recreo, eran visitar los dominios españoles en todo Mundo, realizar la circunnavegación del globo, levantar cartas y cartografiar hasta la última piedra de nuestras posesiones, realizar investigaciones en cada campo científico que se pudiese y, en secreto, tomar el pulso a la situación política en las Provincias americanas.
Tomar el pulso y ver qué se estaba cociendo por aquellas tierras llenas de enriquecidos y díscolos criollos.

Los navíos zarparían el treinta de julio de mil setecientos ochenta y nueve, y tras atravesar el Atlántico sin problemas, recalarían en Montevideo para finales de septiembre. 
Después visitarían La Patagonia y a sus legendarios habitantes, después las Malvinas, en las que había un presidio español, sí allí en dónde Cristo dio las tres voces y hoy ocupan los ingleses.

En noviembre la expedición cruza el Cabo de Hornos con sus galernas terroríficas y sus 
impresionantes picos de roca que parecen arrojarse al mar.
Una vez alcanzado nuestro Mar del Sur navegarían subiendo por la costa y visitando las muchas tierras en las que ondeaba nuestra bandera desde hacía trescientos años, y los que quedaban todavía. Acapulco se alcanzaría en abril.
La expedición era ya todo un exitazo y no había hecho más que empezar.

En Acapulco reciben los aventureros la orden de buscar el famoso y esquivo Paso del Noroeste. 
Un cuento que todos creían y que decía que al norte, igual que al sur, existía un estrecho que comunicaba los dos grandes Océanos. Navegarían hasta el fiordo llamado del Príncipe William y se cartografía el lugar, a pesar de que hacía un frío que pelaba en Alaska.
Allí constatan que no hay ni paso al otro lado ni gaitas, allí nada más que había hielo duro como las piedras y que ponían los pelos de punta cuando se oían rozar los témpanos contra las tablas de “Atrevida” y  “Descubierta”.

Durante el regreso, sin haber encontrado el dichoso Paso, visitaron el minúsculo enclave español de la isla de Nutka, en donde los españoles -y mire usted qué casualidad- entre ellos una compañía de voluntarios catalanes, con barretina y todo, habían puesto los pies. Allí, tan lejos, tan desconocido y tan clavado en el lomo del enemigo inglés.

La expedición alcanzaría de nuevo Acapulco para octubre de mil setecientos noventa y uno.
Al poco de llegar el Virrey de Nueva España les comunica que el rey quiere que cartografíen e investiguen el Estrecho de Fuca, el que se cuenta, está el famoso paso que comunicaba un océano con otro.
¡Qué coñazo con el dichoso Paso!- debieron pensar los expedicionarios.
Malaspina que quiere seguir hacia el Pacífico central y las Filipinas, pero que no quiere desobedecer al rey, requisa dos pequeñas pero fuertes goletas, la “Sutil” y la “Mexicana” y las pone al mando de sus mejores oficiales: Cayetano Valdés y Alcalá-Galiano y los envía hacia el estrecho. 
Los dos oficiales cumplirían su misión sin novedad y sin encontrar el jodío Paso.

Los demás pusieron rumbo a las Filipinas, pasando por las islas Marshall y Las Marianas que eran también posesiones españolas, arribaron a Manila en marzo de mil setecientos noventa y dos y al poco de llegar se muere por culpa de las fiebres el famoso botánico Antonio Pineda.

Pero la vida continuaba y después de unos cuántos meses investigando y catalogando la flora y la fauna locales la expedición zarparía con destino Nueva Zelanda y Australia pasando por las islas Molucas.
En la colonia británica de Sidney serían recibidos los españoles con la conocida fría cordialidad y flema. Muertos de envidia los 
marinos ingleses de la colonia  miraban y remiraban las estilizadas y elegantes líneas de las dos hermosas fragatas españolas.

La aventura llegaría así a su final habiendo cumplido casi todos los objetivos, excepto lo del Paso del Noroeste y porque no había, que si no…
Solamente quedaba regresar a la patria y por razones desconocidas lo hicieron de nuevo pasando el Cabo de Hornos y atravesando el Océano Atlántico.
Llegarían a Cádiz el veintiuno de septiembre de mil ochocientos noventa y cuatro después de cinco años y dos meses de aventuras, exploraciones, tormentas, peligros, increíbles puestas de sol en alta mar, amaneceres sobre playas exóticas, cenas en islas paradisíacas, lunas sobre el mar en calma, sal y viento.
¡Pardiez!, me hubiese encantado ir con ellos. 
¿A vuestras mercedes no?

En Cádiz fueron aclamados como héroes y la noticia del regreso de los barcos correría como la pólvora por toda España y toda Europa.

La fama que adquiere Alejandro Malaspina muy pronto despierta los celos y las envidias del valido, Manuel Godoy.
El inefable trepa ordena que la parte científica de la expedición: los mapas, los descubrimientos, los dibujos, las plantas secas, los cuadernos y los escritos, se escondan en un cajón, y gracias que no les metieron fuego.
La parte política, o sea, el pulso que había que tomar a los españoles de allá, resultaría
 demoledor para el valido.

Malaspina critica abiertamente, y sin pelos en la lengua, la penosa y peligrosa situación socio-económica, que se vivía en las Provincias y reprocha con claridad la acción o inacción del rey y de su Primer Ministro.
Malaspina reclamaría, sin cortarse un pelo, la autonomía comercial y la igualdad de derechos entre los españoles de allá y los de acá.

Godoy, claro, lo acusaría inmediatamente de conspirador, de revolucionario, de perro judío, de ladrón y de extranjero. 
Malaspina estaba perdido.
Juzgado, condenado y sentenciado todo en uno sería sentenciado a ser encerrado durante diez años en el Castillo de San Antón de La Coruña. Allí al menos, el pobre, podría oler el mar.
Pero entonces el mismísimo Emperador de Francia, que iba camino de convertirse en emperador de toda Europa, intercedería por el científico napolitano:
  
- O sueltas a Malaspina o adelantamos lo de la Independencia unos pocos años, ¿te parece Manolito...?- o algo así debió decirle el corso al ministro.

Napoleón le ofrecería al marino napolitano un importante puesto en su Armada, pero Malaspina, leal a España, y a pesar de todo, lo rechazaría sin dudarlo 
Napoleón nombraría a otro para el puesto. Un tal Villenueve...

Alejandro Malaspina regresaría a Italia y allí morirá solo, pobre y olvidado.
José de Bustamante y Guerra, que había sabido capear mejor el temporal y mantener la boca cerrada, escondió los informes y legajos de la expedición, antes de tomar posesión de su flamante y lejano cargo de
 Gobernador de Montevideo.

Noventa años después otro marino rescataría y publicaría los informes, las crónicas de los expedicionarios y los relatos de sus extraordinarias aventuras. Se llamaba Pedro Novo y Colsón y gracias a él se pudieron salvar tan importantes descubrimientos para la posteridad.

Esta fue la peculiar historia de una expedición que, como todo lo que tiene que ver con nuestra Historia, con nuestra cultura y con nuestras raíces permanece relegada al olvido, oculta y escondida. Perdiéndose las lecciones provechosas que podríamos sacar por los pasillos de nuestra desmemoria.
Igual que estuvieron perdidos los papeles de la expedición amarilleando en un cajón casi cien años sin que a nadie le importase un pimiento. 
O peor, sin que nadie supiese qué coño eran aquellos papelajos y plantas desecadas que llenaban los cajones y baúles más escondidos del archivo.

Aquí es que ya se sabe, siempre tuvimos más validos inútiles, trepas y lameculos que valientes Malaspinas.

Y por eso nos va tan bien...


A. Villegas Glez. 2013

Imagen: Mapa con la ruta seguida por la Expedición. 


4 comentarios:

  1. muy bueno pero suele pasar casi siempre en este nuestro pais

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  2. Gran artículo. Espero que algún día se reconozca a los grandes héroes que ha dado la gran España.

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  3. Si me permite una humilde corrección, hay alguna errata. Soy consciente que, seguramente por despiste, ha intercambiado algunas de las fechas de publicación de los documentos con las de la propia expedición. Ejemplo:" ..... Llegarían a Cádiz el 21 de septiembre de 1894....", Cosa un tanto imposible pues, la expedición, según el mismo, zarpa un siglo antes, en 1789. A parte, habla de napoleón y de todas las colonias, elementos anacrónicos a la fecha 1894. Un saludo y , de nuevo, muy buen artículo.

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  4. uno mas de los episodios de nuestra historia que no combenia que se supieran, por eso es bueno recordarlos cuando se puede

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