Amanece el día primero de junio del año mil ochocientos seis y el sol balear empieza a bañarse en las cálidas aguas mediterráneas y a iluminar una de las tierras más hermosas del mundo. Desde los muelles del puerto, en donde su jabeque, el “San Antonio y Santa Isabel”, está atracado en espera de una revisión general y un calafateado, Antonio Riquer observa unas velas que se enseñorean de la bahía ibicenca con la bandera inglesa ondeando a popa y la bandera roja de combate:
- Puercos ingleses- se dice mientras escupe un gargajo oscuro y amargo, a sotavento, claro.
Riquer ordena entonces a su grumete que corra y reúna a la tripulación de su barco que está toda desparramada en sus casas o en las tabernas y tugurios del puerto, y le dice al muchacho que traigan provisión de pólvora y balas.
El más famoso jabeque corsario de la isla de Ibiza va a salir de caza. Y nada importa que el enemigo sea de mayor porte y esté mejor artillado que el “San Antonio”, se le dará caza y se le capturará, o se le mandará al fondo. Así perezcan todos en el intento.
Son cerca de las nueve de la mañana cuando el jabeque español sale de la rada a toda vela y con el capitán Riquer junto al timón, mirando la grímpola, ordenando esto y lo otro, mirando por el catalejo como le come distancia al enemigo y como este intenta zafarse pero no puede. Antonio sonríe orgulloso de su nave y de su gente.
La tripulación recoge o iza el trapo subidos a la jarcia mientras la proa corta las aguas cristalinas y los artilleros preparan los cañones, que no usarán mucho, pues el barco enemigo les supera en artillería, así que la única táctica posible es arrimarse a él, abordarlo y que Dios reconozca a los suyos.
- Hay que meterles dentro un trozo de abordaje dentro, Jordi…
- Nos van a poner bonitos mientras nos arrimamos, Antoni…
- Ya…
- ¡Cap de Deu!
Y así, cerca de las cuatro de la tarde, con las murallas de la ciudad atestadas de gente observando el espectáculo, el barco inglés, acosado como un perro, rompe el fuego contra el jabeque español. Un silencio sepulcral se abate sobre la gente que mira, mientras llegan hasta ellos, claras y continuas, las andanadas que el barco enemigo hace sobre el “San Antonio”
¡Crackcrokcatacrak!
Los cañones de a veinticuatro del inglés agujerean alguna vela y arrancan astillazos que vuelan por la cubierta mientras los hombres se protegen con los coys enrollados y los aparejos, pero a alguno se lleva por delante la andanada inglesa dejando tras de sí un rastro rojizo de tripas y de sangre.
Antes de poder abarloarse el “San Antonio” encaja dos andanadas del inglés que viendo las intenciones del español está tratando de zafarse y escapar, mientras hace recia carnicería entre la tripulación, pues es sabido, que no hay cosa que teman más los ingleses que un abordaje español.
Luego con gritos de rabia los españoles arrojan garfios y arpones y acercan su borda a la del enemigo. Los ibicencos son expertos en el uso de frascos de fuego y como buenos españoles, la navaja albaceteña, cuchillo jamonero o espada ropera no les son ajenos ni desconocidos. Pronto la popa del inglés, que ha resultado ser el conocido barco corsario “Felicity” con el no menos conocido capitán Novelli, alias “El Papa”, un italiano al servicio de Inglaterra a su mando, arde como Troya y los intentos de los ingleses de rechazar el abordaje fracasan.
Como bestias salvajes avanzan los isleños desde popa a proa, acuchillando a todo el que se pone por delante. Un negro enorme que se reía de los frasquitos de fuego que le arrojaban vuela en mil pedazos cuando acumula a sus pies varios frasquitos que había pisoteado anteriormente, un rubio gigantesco le abre el pómulo al capitán de un sablazo, y éste, ciego de rabia le acomete y lo hace filetes como a un atún. A su alrededor gritos que espantan, lamentos y quejidos, sangre a hectolitros que corre por la cubierta inglesa en charcos que bailan con el vaivén de las naves… Hasta que empiezan a gritar:
- ¡Quartier, quartier… surrender, surrender…!
Y un berrido inhumano llena el aire del mediterráneo, de alegría y de orgullo.
El “San Antonio y Santa Isabel” ha derrotado en desigual combate al poderoso corsario “Felicity”… ¡Con dos cojones!
A la diez de la noche, el jabeque español, algo roto de jarcia, pero ondeando orgulloso la rojigualda en la popa y trayendo apresado el barco enemigo, hecho un matadero, entra de nuevo en el puerto de Ibiza. Desde las murallas y las alturas de la ciudad un clamor de vítores, vivas y aplausos llenan la hermosa noche ibicenca que está cuajada de hermosísimas estrellas.
Antonio Riquer, erguido junto al timonel, saluda orgulloso a su pueblo… En el foso del combés y cubiertos por una lona los cuerpos de los caídos españoles descansan eternamente ya camino del cielo de los valientes. Entre ellos está su segundo al mando, Jorge: ¡Maldita sea!... A ver cómo le cuento a su viuda que eso… Que es viuda- piensa el capitán mientras entra en el puerto de uno de los pedazos de tierra más hermosos del Mundo.
De esta forma tan honrosa se recibían las visitas inglesas en Ibiza no hace tanto… Antes de que convirtiésemos nuestro paraíso mediterráneo en colonia tudesca y vertedero de borrachos ingleses. Antes de que nuestro orgullo y nuestra honra valiesen más que trece monedas de plata…
¡Crackcrokcatacrak!
Los cañones de a veinticuatro del inglés agujerean alguna vela y arrancan astillazos que vuelan por la cubierta mientras los hombres se protegen con los coys enrollados y los aparejos, pero a alguno se lleva por delante la andanada inglesa dejando tras de sí un rastro rojizo de tripas y de sangre.
Antes de poder abarloarse el “San Antonio” encaja dos andanadas del inglés que viendo las intenciones del español está tratando de zafarse y escapar, mientras hace recia carnicería entre la tripulación, pues es sabido, que no hay cosa que teman más los ingleses que un abordaje español.
Luego con gritos de rabia los españoles arrojan garfios y arpones y acercan su borda a la del enemigo. Los ibicencos son expertos en el uso de frascos de fuego y como buenos españoles, la navaja albaceteña, cuchillo jamonero o espada ropera no les son ajenos ni desconocidos. Pronto la popa del inglés, que ha resultado ser el conocido barco corsario “Felicity” con el no menos conocido capitán Novelli, alias “El Papa”, un italiano al servicio de Inglaterra a su mando, arde como Troya y los intentos de los ingleses de rechazar el abordaje fracasan.
Como bestias salvajes avanzan los isleños desde popa a proa, acuchillando a todo el que se pone por delante. Un negro enorme que se reía de los frasquitos de fuego que le arrojaban vuela en mil pedazos cuando acumula a sus pies varios frasquitos que había pisoteado anteriormente, un rubio gigantesco le abre el pómulo al capitán de un sablazo, y éste, ciego de rabia le acomete y lo hace filetes como a un atún. A su alrededor gritos que espantan, lamentos y quejidos, sangre a hectolitros que corre por la cubierta inglesa en charcos que bailan con el vaivén de las naves… Hasta que empiezan a gritar:
- ¡Quartier, quartier… surrender, surrender…!
Y un berrido inhumano llena el aire del mediterráneo, de alegría y de orgullo.
El “San Antonio y Santa Isabel” ha derrotado en desigual combate al poderoso corsario “Felicity”… ¡Con dos cojones!
A la diez de la noche, el jabeque español, algo roto de jarcia, pero ondeando orgulloso la rojigualda en la popa y trayendo apresado el barco enemigo, hecho un matadero, entra de nuevo en el puerto de Ibiza. Desde las murallas y las alturas de la ciudad un clamor de vítores, vivas y aplausos llenan la hermosa noche ibicenca que está cuajada de hermosísimas estrellas.
Antonio Riquer, erguido junto al timonel, saluda orgulloso a su pueblo… En el foso del combés y cubiertos por una lona los cuerpos de los caídos españoles descansan eternamente ya camino del cielo de los valientes. Entre ellos está su segundo al mando, Jorge: ¡Maldita sea!... A ver cómo le cuento a su viuda que eso… Que es viuda- piensa el capitán mientras entra en el puerto de uno de los pedazos de tierra más hermosos del Mundo.
De esta forma tan honrosa se recibían las visitas inglesas en Ibiza no hace tanto… Antes de que convirtiésemos nuestro paraíso mediterráneo en colonia tudesca y vertedero de borrachos ingleses. Antes de que nuestro orgullo y nuestra honra valiesen más que trece monedas de plata…
Grandes hombres para defender su tierra del que osara violentarla por la fuerza,pero como eso se lleva en los genes, no se puede perder por mucho tiempo que pase.
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