Su padre fue Juan II, Rey de Castilla y su madre la guapa princesa portuguesa Isabel de Alvís, segunda esposa del monarca castellano y madre también del hermano de Isabel, Alfonso.
Ambos pasan sus primeros años en la villa abulense de Madrigal hasta que el rey muere en mil quinientos cincuenta y cuatro y la viuda Isabel de Alvís queda a cargo de sus hijos, nombrada tutora por el mismo monarca que se había ocupado también de que sus hijos recibiesen la educación que merecían y que a su madre y a ellos no les faltase de nada. La corte de la reina viuda se instala en la villa de Arévalo.
Allí Isabel aprenderá matemáticas, gramática y será educada en los valores cristianos de la piedad que calarán profundamente en su carácter.
En el año mil cuatrocientos sesenta y uno, (Isabel tiene diez años y su hermano Alfonso siete), son reclamados por su hermano el rey Enrique IV para que se trasladen a vivir a su loca e itinerante Corte.
El golpe para los hermanos es brutal.
Ese mismo año la reina Juana anuncia que está encinta. Todo el mundo en la Corte sospecha que el padre de la criatura es Beltrán de la Cueva, Mayordomo Real y del que se cuenta que es quien ocupa el tálamo de la reina últimamente.
Castilla comienza a hervir. Pronto los nobles se desmarcan en dos partidos, en dos facciones.
En mil cuatrocientos sesenta y cinco los nobles contrarios al nombramiento de Juana,(llamada la Beltraneja), como heredera organizan en Ávila un teatrillo en el que deponen al rey Enrique nombrando en su lugar al infante Alfonso.
Nadie todavía ha pensado en Isabel como heredera, para ella se reserva un matrimonio de conveniencia.
Siguiendo nuestra vieja costumbre, los españoles nos enzarzamos en una guerra civil entre unos y otros.
Entonces va Alfonso, (el doceavo, aunque después repitiésemos), y se muere de peste, otros aseguran que envenenado cerca de Cardeñosa. De inmediato todos los ojos se clavan en la infanta Isabel.
Tenía diecisiete años, huérfana de padre desde los tres, con una madre a la que idolatraba pero que enloquecía cada día más, habiendo soportado las intrigas y la inmoralidad de la Corte de Enrique IV, siendo una madre para su hermano, ahora, Isabel, rubia, hermosa y supuestamente inocente, se decantaba como la mejor opción para ocupar el trono de Castilla y León.
Los que la apoyaron no se equivocaron.
La princesa desde el primer momento demostró una madurez y una inteligencia que dejó a todos, amigos y enemigos, boquiabiertos.
Su hermanastro Enrique, indeciso y débil siempre en sus decisiones, la reconoce heredera legítima del trono junto a los milenarios Toros de Guisando en el año mil cuatrocientos sesenta y ocho.
Sin embargo el Rey tenía una carta guardada y esta era el matrimonio de Isabel. Primero quiso casarla con el viejo Maestre de la Orden de Calatrava, pero este se murió al poco de establecerse el pacto matrimonial, quizás debido a los fervorosos ruegos que la joven, guapa y virgen Isabel les había hecho a todos los Santos del Cielo.
También rechazó Isabel al rey de Portugal, con lo que se creó un tenaz enemigo y para terminar de provocarle úlceras a su hermanastro el rey, envió emisarios a la corte de Juan II de Aragón que tenía un hijo, Fernando, que traía loquitas a todas las solteras de España y parte del extranjero.
A Isabel, por supuesto, también. Dónde vas a comparar un viejo maestre con un sano, viril y apuesto príncipe aragonés.
La historia adquiere tintes románticos cuando Fernando, enardecido, viaja de incógnito a Valladolid para conocer a su futura esposa.
Cuentan que los dos se enamoraron al instante.
En octubre de mil quinientos sesenta y nueve, Isabel de Castilla y León y Fernando de Aragón, se casan, casi en secreto en Valladolid.
A todo esto el voluble Enrique había vuelto a legitimar a Juana la Beltraneja como heredera al trono pretendiendo casarla con uno de los rechazados por Isabel. El rey de Portugal se interesa de inmediato en el asunto…
Isabel da a luz a su primera hija en mil cuatrocientos setenta, la infanta se llamará Isabel y su nacimiento hizo que muchos nobles pasasen a la causa isabelina por lo que esta representaba de luz frente a la oscuridad e inestabilidad de la corte del rey Enrique. También recibe apoyos externos como los del futuro Papa Alejandro VI y de las cortes inglesa y borgoñona.
Isabel muestra de nuevo su fortaleza de carácter, su prudencia y su sabiduría al ganarse las voluntades y apoyos de forma pacífica, atando corto a los nobles que la apoyan y que pretenden tomarse los mismos derechos a sangre y fuego. Aquella política y prudencia admira a muchos de sus antiguos enemigos que se pasan a su bando de inmediato.
En mil cuatrocientos setenta y cuatro muere el rey Enrique IV. Isabel que está en Segovia, ciudad en la que está guardado el Tesoro Real organiza de inmediato su coronación como legítima heredera, según el acuerdo de los Toros de Guisando, y en una espectacular ceremonia exige que cada ciudad envíe un emisario a Cortes que la reconozca y se declara Reina de Castilla y León. ¡Con dos ovarios!
Su acción es tan sorprendente y audaz que hasta el mismo guardián del Tesoro Real, (y que era un reconocido enriquista), le abre sus puertas de par en par gritando: ¡Castilla, Castilla por la Reina Isabel!
De inmediato el rey de Portugal se casa con la Beltraneja y reclama sus derechos al trono. Estalla así la guerra luso-castellana que es, para no variar, también guerra civil entre los partidarios de unos y de otros.
Isabel contaba sin embargo con una ventaja. Su marido Fernando que era el hombre un hacha en el asunto de la guerra y en fastidiar al enemigo y que vence a los portugueses en Toro y en La Albuera.
En mil cuatrocientos setenta y nueve se alcanza la paz con Portugal.
Durante este tiempo la reina ha mantenido una actividad viajera frenética, que la ha llevado a casi todos los rincones del reino. Además ha parido al heredero Juan y a la infanta Juana.
En mil cuatrocientos ochenta se celebran Cortes en Toledo. Allí la reina afianzará su poder y prestigio además de legitimar su reinado y meter en cintura a los nobles castellanos. A unos con caricias y lisonjas y tierras y a otros con estacazos sin miramientos.
Y sin venir a cuento, y cuando nadie se fijaba en ellos, en el año mil cuatrocientos ochenta y dos, van los nazaríes del Reino de Granada y toman la fortaleza de Zahara a sangre y fuego.
Isabel y Fernando ponen sus potencias de inmediato al servicio de un objetivo: acabar con los nazaríes y recuperar Granada.
El principio no fue alentador. Fernando es derrotado en Loja por los musulmanes. Sin embargo la idea de los Reyes era clara. Una vez empezado, aquello había que terminarlo.
Así se derrota y captura a Boabdil en la batalla de Lucena, se toman Setenil y Álora y Loja en mil cuatrocientos ochenta y seis. Después como piezas de dominó, carcomidas por las disidencias internas cayeron las ciudades una tras otra: Málaga, Baza y Almería.
Granada quedaba circunscrita a la ciudad del Darro y a sus campos adyacentes… La capitulación fue tan sólo cuestión de tiempo y en enero del año noventa y dos del siglo, Granada entrega las llaves. Por fin, tras largos años, tras siglos de pelea, la Reconquista terminaba.
Europa entera lo celebró y la fama de los Reyes creció en todo el mundo conocido. Admirados, respetados y temidos los Reyes de España comenzaban a labrar lo que nuestra nación sería el siglo siguiente.
Otro paso hacia ese Imperio en dónde el sol no se ponía lo había dado la propia Isabel, al apoyar el loco proyecto de un arrogante marino genovés que pregonaba de llegar a Oriente por un camino más corto a través de Occidente…
Nadie le hacía ni puñetero caso. Pero Isabel, que era fina y lista como el hambre supo ver en los ojos encendidos de Colón que, debajo de tanta ambición y avaricia, había mucho de verdad en lo que decía. Lo que ni ella ni nadie imaginaban es que a mitad de camino hubiese un Nuevo Mundo.
Su perspicacia y valentía nos permitió descubrir, colonizar, civilizar y crear naciones nuevas más allá del Océano Tenebroso, el mismo al que nadie, excepto nosotros, se atrevió a navegar.
Isabel impulsó la creación del Tribunal de la Inquisición, pero lejos de pensar que su objetivo era el de quemar brujas y herejes, (esto sería moda posterior y no solamente española sino europea), el asunto tenía más que ver con qué los clérigos respetasen las normas eclesiásticas.
Buenas intenciones de la Reina piadosa que se pasaron por el forro burócratas interesados igual que se pasaron las Leyes de Indias que ella misma había ordenado redactar para protección de los indígenas.
También ordenó la expulsión de los judíos en mil cuatrocientos noventa y dos. A Isabel aquella decisión seguramente le costaría muchas noches sin dormir, pues los hebreos en España eran súbditos del Rey y pagaban religiosamente unos suculentos impuestos, además eran todos gente productiva y trabajadora y un pilar de la economía castellana.
La Reina no los expulsó por racismo ni razones modernas. En la balanza puso el tema moral y económico en un platillo y en el otro la paz social y la unidad religiosa del reino. Eligió lo que más pesaba en aquel momento, tan sólo eso. También fue España la última nación en expulsar a los hebreos, siendo objetivo de persecuciones y expulsiones de cada país de Europa.
Afianzando el poder ibérico en el Mundo, España y Portugal se lo reparten en el Tratado de Tordesillas. Poco después el Papa Alejandro, (amigo de la familia), les impone el título de Reyes Católicos.
Son años felices para la Reina, que ha casado a su primogénita Isabel con el rey de Portugal, y a sus hijos Juan y Juana, en una doble alianza con la Casa de Austria, con Margarita y con Felipe.
En el año mil cuatrocientos noventa y seis la felicidad abandona la vida de la reina Isabel.
Primero fallece su madre Isabel de Alvís, aquejada de locura y de avanzada edad pero a la que la reina amaba como buena hija que era. Aquel fue el primer golpetazo que la vida le tenía reservada.
En octubre de mil cuatrocientos noventa y siete muere repentinamente el heredero al trono Juan, en Salamanca.
La noticia arrasa de dolor el reino entero, pues el niño que esperaba Margarita de Austria había nacido muerto.
Isabel de Portugal era ahora la heredera, pero la pobre primogénita de los reyes, perseguida por la mala fortuna, murió en el parto de su hijo Miguel en mil cuatrocientos noventa y ocho.
El siguiente golpe fue la muerte en Granada de su nieto Miguel, de dos años de edad, heredero de las coronas de Castilla, León, Aragón y Portugal. La reina quedó arrasada por el dolor, manteniendo sin embargo su compostura en los actos oficiales, aunque a nadie pasaba por alto el daño profundo que todos aquellos acontecimientos estaban causando en su ánimo y su salud.
Luego llegaron a la corte castellana Juana y Felipe, tirándose los trastos a la cabeza y armando unos follones de escándalo en palacio. Juana, más que loca, la pobre, estaba corroída por los celos que las infidelidades de Felipe le causaban. A pesar de todo ya había parido al que estaba llamado a convertirse en heredero de un vasto imperio, al que tendría que recoger la herencia forjada por una mujer admirable. Carlos de Gante.
El veintiséis de noviembre de mil quinientos cuatro moría en Medina del Campo Isabel de Castilla y de León, Reina, Madre, Mujer…
Como decía Felipe II, su biznieto, cuando miraba un cuadro de los Reyes Católicos que tenía en el Escorial:
- “Todo se lo debemos a ellos…”
Y después le guiñaba un ojo a la abuela y mientras se alejaba pasillo claro-oscuro adelante, en el cuadro, Isabel sonreía…
© A. Villegas Glez mayo-14
Simplemente genial !!!
ResponderEliminarQue ella desde el Cielo nos ayude en estos tiempos que tanto se parecen a aquellos en que le tocó a ella tomar las riendas.
Soy natural de León. Y siendo fiel a la Historia, hacia dentro y fuera de la Península, desde tiempos de Fernando III solamente existe Castilla. Sin que hubiese ninguna queja en la región leonesa. Aunque en los documentos oficiales se nombrasen ritualmente una por una las demarcaciones del reino, la realidad dentro de él es que nos definíamos con orgullo como castellanos. Y nuestra enseña eran las armas cruzadas de los antiguos reinos de Castilla y León, pero reconocida como enseña de Castilla.
ResponderEliminarPor eso, no tenga reparo en hablar de Isabel como Isabel de Castilla, ya que Castilla incluye necesariamente León.
....Aunque les pese a quienes nos pretenden separar y enemistar....
....y siga publicando Vd. con ganas, como siempre.
Compañero, en la primera fecha que hay en el texto. Te has equivocado en 100 años de mas. Me encantan las historias que cuentas. Mucha gracias por tu trabajo.
ResponderEliminarSaludoS!!