miércoles, 10 de junio de 2015

LAS LOMAS DE BIUTZ

El Biutz era un poblado de la kabila de Anyera frontero con la ciudad de Ceuta y que los combatientes rifeños habían convertido en bastión de la revuelta.
Corría el año mil novecientos dieciséis cuando el Alto Comisario, Gómez Jordana, dio la orden de que se tomase el Biutz.
El poblado estaba muy bien defendido por tres lomas consecutivas en las que se habían construido parapetos, pozos de tirador y trincheras. Las tres lomas formaban barrancos, torrenteras y pedregales que cubrían las pendientes y que hacían muy difícil el avance. 
Sobre cada metro de terreno llovían las balas de los "Remintong" que usaban los rifeños.

Las tres elevaciones que protegían el Biutz se llamaban: loma de las trincheras, loma roja y loma de Ain Yir. 
Las tres cotas se habían convertido en un bastión que había que desalojar y tomar a cualquier precio.
Era una tarea difícil, peligrosa, dura, sangrienta y que le costaría la vida a muchos compatriotas y a muchos rifeños fieles a España que combatían en los Regulares.
Aquí lucharían, casi recién salidos de la Academia de Toledo, el Teniente Salafranca y los Capitanes Palacios, Muñoz Güi y Franco.
Todos ellos lo harían con valor y casi todos fueron heridos durante el combate. 
Salafranca -que morirá unos años después en Abarrán- continuó a la cabeza de sus hombres pese a las graves heridas que había recibido. 

Pero, de entre todos los soldados que demostraron su valor y su determinación, que fueron muchos aquel caluroso día de julio del año dieciséis, de entre todos ellos, personalmente, el que más orgullo hace que me inunde las tripas y el que más simpatías me provoca- será quizá por esa solidaridad brusca, sencilla y noble que nace entre la tropa- es un humilde Cabo de Regulares.
Se llamaba Mariano Fernández Cendejas y era un hombre común y corriente de los que nacían en aquella España retrasada y perdida, un hombre sin estudios y que solamente tenía en la vida sus manos para poder buscársela. También poseía un corazón valiente, honrado y limpio.
Era un sencillo y humilde jornalero al que, como a tantos otros, un día le tocó hacer la Mili.

Mariano ingresaría en el Regimiento Inmemorial del Rey en el año mil novecientos trece.
Muy pocos meses después estaba destinado en África con su Regimiento, y ya que estaba por aquella tierra reseca, fascinante y peligrosa, Mariano decidió apuntarse voluntario a una Unidad casi recién nacida: los Regulares.

Pasaría aquellos años curtiéndose entre los blocaos, las peñas y las barrancas, las chumberas y las pitas, el calor de día y el frío de noche o dando protección a los siempre tiroteados convoyes de abastecimiento. Visitaría durante los periodos de permiso las ciudades de Ceuta y Melilla y aprendería a leer y a escribir.
Siempre se distinguiría sobre los demás durante los combates, adquiriendo fama de valiente y temerario, además era querido y respetado por todos sus compañeros, moros o cristianos, ya que Mariano, por buena persona, se había ganado su cariño.
En  el año dieciséis alcanzaría el empleo de Cabo de Regulares, y la posterior celebración reuniría a todo el Tábor alrededor suyo.

La mañana de aquel dieciséis de julio estaba enfangado en mitad de la terrible pelea que se desarrollaba sobre Loma Roja.
La Segunda Sección casi había logrado coronar la cima de la loma matando todo lo que se habían encontrado a su paso, y muriendo también, claro. Por el camino se habían quedado los dos sargentos europeos de la Sección acribillados por las certeras descargas de los kabileños. Después y casi en lo alto de la loma habían alcanzado al Teniente y a otro buen puñado de soldados.

Los rifeños chillaban enardecidos como salvajes desde lo alto de sus peñas bien protegidas y algunos de los Regulares retrocedieron aterrados y arrojando el fusil al suelo.
Al Cabo Fernández el mundo se le vino a los pies al ver retroceder a sus hombres y una ira oscura y helada velaría su, normalmente, amable mirada. 
Se levantó de un salto enarbolando su máuser, insultando a los que reculaban y zarandeándolos por la pechera de la guerrera color garbanzo, el Cabo repartía culatazos a quien se le resistía y nombraba, a los que huían, de cobardes, traidores, perros y de todo lo que nuestro extenso diccionario le permitía.
Salía fuego desde sus ojos encendidos y emanaba valor y determinación desde los iris oscuros. 
Mariano Cendejas echaría a correr directo contra las posiciones enemigas. 
Iba gritando como un desquiciado : 

- ¡¡¡ESPAÑA, ESPAÑAAAAA!!!

Sus hombres, admirados y contagiados por su bravura, corrieron tras su Cabo para convertirse en una ola imparable erizada de bayonetas.
Los Regulares, sin importarles que miles de balas enemigas volasen por todas partes, ni que los compañeros cayesen a manojos a su alrededor, subieron y subieron y subieron aquella pendiente pedregosa detrás de su Cabo derechitos a la gloria.

A Mariano le acertaron primero en la pierna derecha. Caería al suelo dolorido, apretaría los dientes y los huevos, se ataría un pañuelo sobre la herida, se levantaría, y luego, renqueando apoyado sobre el fusil, seguiría mandando el asalto contra las posiciones enemigas.
Los rifeños, que lo veían como lo que era, el alma del ataque español, concentraron su fuego sobre el Cabo Fernández. En poco rato recibiría dos impactos más, uno en cada mano.
Pero, empujado por una fuerza desconocida que le impulsaba desde muy dentro, Mariano Cendejas sujetó como pudo el fusil con los codos, se alzó sobre la pierna buena y continuó su heroico avance sobre la loma roja.
No dejaba de gritar animando a sus soldados, enardeciendo con su ejemplo a los hombres que le seguían y que mataban y morían entre alaridos de dolor y gritos de agonía, entre la sangre y el fango que se iba formando en el fondo de las trincheras enemigas.

Desde la retaguardia a pie de la cota, el Capitán de la Compañía observaba, con preocupación táctica, que el movimiento de la Segunda Sección resultaba demasiado ardoroso e incansable. 
Aquellos chalados no paraban de asaltar, una tras otra, las trincheras rifeñas.
El Teniente Segura debía haberse vuelto loco. Un loco extremadamente valiente -pensaba el capitán. 
Decide enviar otra Sección en apoyo de la que, tan bravamente, se desenvolvía allá arriba, en la loma roja que ahora era más roja que nunca.

El Teniente Tejedor, que era quien mandaba la Sección de apoyo, se quedaría de piedra cuando llegó a la cima y vio lo que vio.
La Segunda Sección seguía avanzando sin orden aparente, corriendo los soldados como poseídos, con los ojos turbios de rabia y degollando sin piedad.
Al frente de todos ellos había un Cabo que estaba bañado en sangre y sudor, un hombre que apenas podía sostener su fusil y que cojeaba ostensiblemente.
Al joven teniente se le escaparon dos lagrimones como dos uvas Moscateles. Lágrimas de orgullo y de admiración.
Cuentan algunos cronistas que el oficial recitó un bello poema patriótico. 
Pero yo creo que lo que diría al ver a su Cabo fue:

- ¡Olé tus cojones, valiente…!

Los hombres del Teniente Tejedor, se unirían al combate. 
El resto del Tábor, arrastrado por la furia del asalto de Fernández, no tardaría en hacerlo.
La loma roja había sido rebasada.

Mariano Cendejas, que se había negado a ser evacuado, seguía cojeando y dando alaridos, animando a todos con su heroico ejemplo.
Pero el Cabo se había convertido en objetivo prioritario para los tiradores rifeños, que no le perdonaban que les hubiese expulsado de sus trincheras.
Primero le acertaron en la barriga y al poco rato en la pierna buena…
Mariano Fernández se desplomaría como un fardo pero se resistiría a morir todavía nuestro durísimo compatriota.
Desde el suelo, mientras intentaba acerrojar el máuser, seguía gritando a sus soldados:

- ¡Avanzad, avanzad…! ¡A por ellos! ¡¡¡Viva España!!!

Para cuando Mariano sea evacuado y llegue hasta manos del médico militar, ya sería demasiado tarde. 
El laureado Bertololy solamente pudo admirar el tesón y la fortaleza de aquel hombre excepcional al que todavía le quedaron fuerzas para bromear cuando le trajeron, para que la firmase de su puño y letra, la petición de la medalla Laureada.
Mariano, sonriente, le enseñó al oficial sus manos vendadas:

- Si no puedo ni rascarme los huevos, mi capitán, ¿cómo quiere que le firme eso?

Dos días después, aquel jornalero conquense moriría en el hospital a causa de sus muchas y graves heridas y a
quella Laureada que no pudo firmar le sería concedida con todo merecimiento.

Han pasado casi cien años desde que el Cabo de Regulares Mariano Fernández se dejó la vida defendiendo nuestra honra, nuestra bandera, nuestro orgullo y nuestro honor entre los secarrales del Rif.

Y era un humilde, anónimo y sencillo español. 
Uno más como usted o como yo...
Y por eso, quizás, es del que más orgulloso me siento…

A. Villegas Glez. 2012


Lámina: Toma de Biutz. Augusto Ferrer Dalmau.











3 comentarios:

  1. !!!!!!! VALIENTE DE VALIENTES !!!!!!!!!!

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  2. MAGISTRAL. Mañana se contarán historias de los soldados de hoy

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  3. Estimado Antonio, conmovedor a la vez que ajustado a la realidad. Un solo pero que ponerle, ni el Biutz está en Rif, pertenece a la kabila de Anyera, en la Yebala, ni todos los indigenas al servicio de España eran rifeños, más bien una minoria.

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