martes, 28 de febrero de 2012

PICA, BALLESTA Y MAR

Los remos rompían la quietud de las aguas del Atlántico a un ritmo frenético mientras el chasquido del látigo caía una vez y otra sobre las espaldas de los forzados.
Había orden de silencio y de no hacer luz alguna a bordo.

Las galeras del Rey de España navegaban en orden de batalla, silenciosas, rápidas y letales hacia su objetivo que era l
a Cala de las Muelas de la Isla Tercera de las Azores, que se había convertido en nido y bastión de los rebeldes portugueses a los que daban apoyo los franceses y los ingleses, que como siempre estaban dispuestos a mojar sopas en pucheros ajenos y más si con ello podían ofender a nuestra nación. 
Que ya lo decía el viejo refrán:
 “Dios los cría…”

A pesar de que hacía cosa de un año más o menos, el viejo león del Marqués de Santa Cruz les había dado a los gabachos un repaso naval de los que marcaban época, hundiendo varios de sus flamantes galeones y enviando al fondo del mar -matarile, rile, rile- a dos mil y pico de sus marineros con su estirado Almirante al frente, l
os franceses seguían, a pesar de tan gran descalabro, con su plan de apropiarse de las islas lusas y por eso estábamos allí los de la Infantería Embarcada, para reclamarlas como nuestras a pique de alcanzar la orilla…

Por el horizonte clareaba el alba y hasta donde alcanzaba la vista se podían distinguir las siluetas de las galeras remolcando los esquifes que iban atestados de picas, arcabuces, escapularios, medallas de la Virgen, dagas, espadas y valor.
En cada nave se había montado un ingenioso sistema que permitiría a los infantes saltar a la orilla sin tener que mojarse demasiado. 
Desde cada espolón asomaban unas tablazones, ahora colocadas verticalmente para  que sirviesen de protección, que luego se abatían sobre la arena haciendo su papel de plataforma. 
Rampas de desembarco las había bautizado algún espabilado compatriota y, ¡pardiez!, qué atino tuvo el camarada.

Las defensas de Terceira no eran moco de pavo. 
Contaba con cuarenta Fuertes unidos los unos a los otros con una tupida red de enrevesadas trincheras, parapetos y bastiones que defendían diez mil portugueses, ingleses y franceses. 
Más de doscientos cañones estaban dispuestos a hacer pedazos cualquier intento español o de quién fuese.
Lo que no podían esperar ni imaginar los defensores de la isla eran ni la audacia extrema ni el valor suicida de la Infantería Embarcada española. 

Había sido una idea genial la del rey Felipe, que había continuado los primeros pasos que en aquel sentido ya había dado su augusto padre, de incluir soldados de infantería como parte de la dotación de cada navío, galeón, galera, barca o barquilla de la Armada de España.  
Así los enemigos del imperio podían ser atacados en su propia casa, arrancados del sueño por los arcabuzazos de un Tercio entero avanzando en cuadro al grito unánime de: 
¡Cierra...!

La primera oleada alcanza la playa, se extienden las rampas y saltan los primeros hombres sobre la arena.
Entonces a uno de los Alféreces Abanderados se le va la olla -ha debido ser la travesía- y se lanza en solitario enarbolando el trapo, audaz y temerario contra las trincheras del enemigo que, sin poder llegar a creerse lo que está contemplando -las galeras vomitando gente sin parar y aquel loco de la bandera corriendo desaforado hacia ellos- dan la voz de alarma y, lo que es peor, empiezan a cargar sus numerosos cañones.
La mayoría de los soldados españoles cargaron como locos detrás del Alférez y de la bandera y como ya no hacía falta disimular más por aquello de la sorpresa, el viejo y terrorífico grito de guerra de la infantería española hizo temblar la Cala de las Muelas, la isla Tercera y el archipiélago de las Azores.

La primera trinchera enemiga sería fácilmente 
rebasada y aniquilados todos sus espantados defensores.
Los portugueses, ingleses y franceses que acudían para apoyar a sus camaradas de aquella trinchera, se quedarían paralizados de espanto cuando comprobaron desolados que los españoles ocupaban casi toda la playa y que de sus camaradas de la trinchera solamente quedaban restos sanguinolentos.
Las fuerzas españolas se extendían como una ola irrefrenable de fuego y de muerte desde las rampas de las galeras y esquifes hacia adelante.
Las defensas enemigas intentaban vanamente resistir el envite pero los Tercios Embarcados habían formado los inexpugnables cuadros erizados de picas y ya nada podría detenernos.

El Marqués de Santa Cruz y los Maestres de Campo de cada Tercio desembarcarían con la segunda oleada reforzando la cabeza de playa.
Se contaban ya por miles los españoles desembarcados y desparramados por toda la playa.

Durante dieciséis horas los portugueses aguantarían en sus posiciones resistiendo como buenos hijos de Iberia que eran. 
Pero la operación anfibia española había resultado implacable.
Realizada como se debían hacer aquellas cosas, con sorpresa, valentía y audacia. 

Hasta los mismos enemigos lo reconocerían:

“Desembarcan y, de inmediato, se ponen en batalla…”

La vieja y fiel infantería…

La más vieja, fiera y leal del Mundo… 
Herederos de los gloriosos Tercios de Nápoles y de Sicilia y de los temidos Tercios de Galeras.

Presentes en mil batallas, en mil victorias y en mil honrosas derrotas, siempre defendiendo su antigua tierra, siempre llevando muy dentro el orgullo de su sangre y de su antigua estirpe. 
Enterrados bajo la tierra extraña de mil rincones del Mundo.
Ojalá que allí en dónde os encontréis sobre vuestros venerables huesos, llenos de honor y de gloria, germine, agradecida y orgullosa una flor roja y gualda.

© A. Villegas Glez. 12

Dedicado a los Infantes de Marina de ayer, de hoy y de mañana…



5 comentarios:

  1. muy buena historia no cabe duda que legado español es orgullo de los latinos y de la madre patria que es España. saludos y buen articulo

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  2. Cada día mejor . Maestro.

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  3. Mas que nunca, España necesito hoy de sus bracos y valientes infantes. Muy buena historia.

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  4. Muy buen relato . Como todos los que escribes . Seguro que aquellos valientes se sentirían orgullosos de tus palabras . Saludos .

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  5. Gracias D.Antonio por este relato. Gloria a los valientes que por mar y tierra, heroicamente murieron defendiendo a su bandera

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