sábado, 7 de abril de 2012

LA CARGA DEL ALCÁNTARA

El Teniente Coronel Primo de Rivera y Orbaneja contempla desolado la riada de soldados españoles que huyen aterrorizados, abandonando en su alocada carrera pertrechos, armamento y heridos. Un desastre.

El Teniente Coronel manda de forma accidental el Regimiento de Cazadores de Alcántara, que se encuentra destacado en Drius y cuyo Coronel Jefe, estaba con el General Silvestre en Annual y presumiblemente muerto a estas horas.

Los moros habían ocupando posiciones elevadas y masacraban, como a patos en un estanque, a los soldados que a duras penas intentaban superar las barrancas del río Igán.
Desde sus posiciones los rifeños estaban causando enormes bajas entre los soldados que huían espantados… La matanza y el caos eran indescriptibles.

Entonces, elevándose por encima de los disparos y de los gritos enardecidos de los que mataban y los lamentos de los que morían, sonaron los clarines del Regimiento de Caballería de Alcántara...

El Teniente Coronel se puso al frente de sus tropas, el caballo calcorreando nervioso, sacó el sable del tahalí, saludó marcialmente al Regimiento, a los cuatrocientos sesenta y un valientes jinetes que tenía bajo su mando, y les dijo:

- “Ha llegado la hora del sacrificio, que cada uno cumpla con su deber. Si no, nuestras madres, nuestras novias y nuestras hermanas pensarán que somos unos cobardes. Vamos a demostrarles lo contrario… ¡Viva España...!

La corneta tocó entonces a carga y cuatro escuadrones de sables galopando sin vacilar se lanzaron sin miedo a la muerte contra el muro de plomo rifeño que tenían por delante.
Y los sables se tiñeron de sangre mora y el suelo de la sangre de los valerosos jinetes españoles, que caían bajo el fuego enemigo uno tras otro pero que, con su valor y empuje, destrozaron las posiciones de tiro del enemigo.

Entre la polvareda y los gritos de los rifeños que eran pasados a cuchillo, los caballos y jinetes del Regimiento rehicieron las filas, cubrieron los huecos y se lanzaron de nuevo a la carga. Los rifeños se espantaban por el valor y la abnegación de aquellos españoles que no corrían como los otros, sino que cargaban contra ellos sin miedo, a pecho descubierto y sableando turbantes como hacía siglos que no hacían los españoles.

El choque durante la segunda carga fue tan brutal que los primeros enemigos cayeron pisoteados por los caballos, el Regimiento de Alcántara se cubría de honra y de gloria protegiendo a sus hermanos infantes que seguían intentando pasar, a centenares, el obstáculo mortal del río Igán.

Las pobres bestias estaban agotadas, sudando y sangrando por mil heridas, el Regimiento a estas alturas contaba ya con menos de la mitad de sus efectivos… Pero los moros seguían disparando contra los desgraciados que huían por el río, y los estaban masacrando.

Por eso Primo de Rivera, aún consciente de lo que su orden iba a suponer, con los moros enrocados en sus peñas, con el difícil y pedregoso terreno que había que subir, con los hombres y los caballos agotados, pero todos dispuestos a morir por su patria, ordena la tercera carga…

Se hace casi al paso porque los caballos no pueden con sus quijadas, y a pesar del fuego enemigo que recibe el Regimiento, causando que los caballos y jinetes caigan abatidos uno tras otro como naipes de una baraja, se alcanzan las posiciones enemigas y los sables, otra vez, se empapan de sangre sarracena.

Cuando el Regimiento vuelve a reagruparse son apenas un puñado de agotados soldados a los que les quedan solamente unos pocos caballos. 
Muchos de aquellos hombres estaban heridos o mutilados...
Hombres que se lanzaron otra vez, sin dudas ni miedo, contra las posiciones enemigas. Algunos iban caballo, otros iban pie, iban cojos, iban mancos, iban tuertos, iban con las tripas colgando… Pero todos fueron.

Lo que quedaba del Regimiento de Alcántara se lanzó contra el enemigo.
Hasta los mismos rifeños que les disparaban rezaban a Alá por el alma de aquellos valientes jinetes españoles, ejemplo de valor y de hombría.
El Regimiento dejó de existir como fuerza de combate pues habían luchado hasta el sacrificio total. Hasta que el grueso de los que huían hubo pasado el obstáculo del río Igán.

La Caballería había cumplido su deber como lo que eran, caballeros, y ahora, subían todos juntos al cielo galopando en Escuadrones, allí les esperaban verdes pastos y días de vino y rosas en el sitio que en el Paraíso reservan a los más valientes.

Ni siquiera los seiscientos de Balaclava tuvieron tanto valor. Pero ellos si tenían un Tenysson que contase su gloria, su carga.

Aquí pocos se acuerdan de que fueron cuatrocientos sesenta y un jinetes españoles, los que realizaron la carga de caballería más valerosa, honrosa, gloriosa y heroica de toda La Historia Militar. Y que diga Tenysson lo que quiera.

© A.Villegas Glez. 2012










6 comentarios:

  1. ¡¡GLORIA Y MUERTEEEE¡¡¡SIEMPRE PRESENTES¡¡

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  2. Santiago cierra España!!

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  3. Ejemplo de gallardía, entrega y Fe. Vivan los Cuatrocientos sesenta y un!!!

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  4. Disipan , como el Sol, las nubes a su paso.

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  5. Cuando los hombres eran hombres, ahora por desgracia quedan menos.

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